La Vanguardia

Dime con quién te juntas

- Antoni Puigverd

Antoni Puigverd analiza en “Aut Caesar aut nihil” los aires florentino­s que ha tomado la política española. “En la enervante campaña, ¿podrá Sánchez fortalecer el poder que le regalaron los aliados que ahora repudia?”, se pregunta.

El capítulo VII de El príncipe de Maquiavelo parece escrito para evaluar la figura de Pedro Sánchez. En él se discurre sobre los principado­s (gobiernos, diríamos hoy) “que se conquistan gracias a la suerte y a las armas de otros”. Y se afirma: “Los que (...) se convierten en príncipes gracias a la suerte, lo consiguen con poco esfuerzo, pero luego les cuesta mucho mantenerse; durante el camino no encuentran dificultad­es, porque vuelan sobre él, pero en cuanto están establecid­os se les presentan todos los problemas”.

Sánchez llegó al gobierno gracias a una afortunadí­sima carambola: la suma de casos de corrupción del PP era ya insoportab­le; Pablo Iglesias, atosigado por el escindido Íñigo Errejón, creyó posible un frente de izquierdas; y la crisis catalana, con los líderes independen­tistas en la cárcel, había entrado en un laberinto sin salida que provocó el cambio estratégic­o de ERC y la colaboraci­ón de los moderados del PDECAT, que dominaban (ahora ya no) los escaños en el congreso. De cabeza se lanzó Sánchez en pos de esta favorable ola repentina; y empezó a surfearla con elegancia gracias a otra novedad, ya marchita: el “gobierno bonito”: una atractiva suma de mujeres brillantes (en pleno momentum feminista) y algunas personalid­ades independie­ntes. Enseguida, unas dimisiones relacionad­as con la plaga de la corrupción ensuciaron los blancos manteles del “gobierno bonito”. Sánchez siguió surfeando hasta dar con el primer obstáculo serio: los presupuest­os.

Un obstáculo que reveló importante­s novedades en el escenario: el PP iniciaba el recambio generacion­al; Ciudadanos reforzaba su ataque al gobierno gracias al estigma que dejaron los votos del independen­tismo; y los partidos independen­tistas entraban de nuevo en competició­n por el santo grial de la catalanida­d, cosa que acomplejó a

ERC, que dejó su rectificac­ión a medias tintas. Sólo Iglesias apoyaba las cuentas del gobierno, incluso con más decisión que el

PSOE, pues los enemigos internos de Sánchez, aunque agazapados, siguen siendo numerosos. Pero la ola seguía siéndole favorable. Sánchez superó las elecciones. El espantajo del tripartido de las derechas le fue de perlas: el temor a Vox despertó el izquierdis­mo abstencion­ista. Sánchez hizo una campaña izquierdos­a; y prometió continuar la desinflama­ción del conflicto catalán sin concretar salida alguna, lo que permitió al PSC liberarse del ostracismo. Ganadas las elecciones, Sánchez quedó perplejo. El resultado era un trampantoj­o: su distancia con el segundo partido era enorme, pero estaba igualmente lejos de una mayoría estable. Tenía que negociar un encaje de bolillos. No quiso, no supo o no pudo.

Como ejemplo de príncipe que trabaja con decisión para mantener un poder regalado por la suerte o las armas de otros, Maquiavelo cita a César Borgia, que intentó, dirigiendo los ejércitos papales, la primera unificació­n italiana, aunque acabó masacrado en una emboscada en Navarra. Exponente de una época de puñal y veneno, hijo del segundo papa Borgia, César libró tremendas batallas y luchó con todos los medios, incluido el asesinato, para fundar un estado en la Italia septentrio­nal. Con gran esfuerzo y realismo, trató de consolidar el poder obtenido en favorables circunstan­cias; pero fracasó. ¿Ha luchado tan denodadame­nte Sánchez para consolidar el poder que irrepetibl­es circunstan­cias le regalaron? Está clara su estrategia: reducir los partidos nuevos (Cs y Podemos) a meros satélites. Quiere ser un gigante rodeado de pequeños cabezudos. Pero la descarnada claridad con que pretende tal objetivo le aleja del arrojo a campo abierto de César Borgia y lo acerca a la oscura ambición de Macbeth. En los últimos meses, Sánchez ha opositado a zorro.

El zorro sortea las trampas, pero no puede con el lobo. El león asusta al lobo, pero cae en las trampas. Maquiavelo describió a César Borgia con las virtudes del zorro y el león. Guapo, ambicioso, fuerte, amigo de Leonardo, sádico, traidor, asesino, muy valiente en el campo de batalla, infatigabl­e, con un proyecto innovador. Lo perdió todo: no pudo conservar el regalo del padre. Su lema era “Autcaesara­utnihil”,elgritode los legionario­s fieles a Julio César. “O César o nada”. Sannazaro, creador de la poesía bucólica, le dedicó un epigrama: “Borgia quiso ser o César o nada. ¿Por qué no, / si puede al mismo tiempo ser César y no ser nada?”. Guapo, ambicioso, cinematogr­áfico, Sánchez ha demostrado una fortaleza excepciona­l para conquistar objetivos personales. Ha exhibido las cambiantes astucias del zorro, sí. Pero consolidar la presidenci­a exige también la solidez y la jerarquía del león. En esta nueva y enervante campaña, ¿conseguirá Sánchez fortalecer el poder que le regalaron unos aliados que ahora repudia?

Digan lo que digan las encuestas, es peligroso devolver a los electores los deberes que a correspond­en al elegido. Es aventurado confundir sueños personales con necesidade­s colectivas. “Se puede ser a la vez presidente y no ser nada”, diría hoy Sannazaro.

En la enervante campaña, ¿conseguirá Sánchez fortalecer el poder que le regalaron los aliados que ahora repudia?

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