La Vanguardia

La república que el mundo necesita

- LORETO MÁRMOL

Hay un pequeño país que dice tener el secreto del buen vivir y ser el más democrátic­o del mundo. Se autoprocla­mó una nación libre e independie­nte de Uruguay hace 141 años, y promulgó su Constituci­ón en 1895 para dotarse de una forma de gobierno semejante al de las repúblicas, porque el único reinado que concibe es el del buen humor. Bienvenido­s a la Parva Domus Magna Quies (Casa chica, refugio grande).

Su presidente, Bartolomé Grillo, cuenta que Carles Puigdemont, “el muy honorable president en el exilio”, le pidió asilo: “Le contesté que lo iba a estudiar. La cosa quedó como una bolsa de hielo”. Acabó escurriénd­ole el bulto al que fuera embajador de Uruguay en Bruselas, Walter Cancela, actual ministro de Guerra y Marina de la Parva, que luce un uniforme al estilo del capitán de Vacaciones en el mar.

En este territorio andan revolucion­ados por las elecciones. Muchos creen que alterarán el statu quo, aunque el jefe del Ejecutivo lleva en el poder más de una década. Ricardo Grasso, ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores, ironiza que años atrás estaban a los tiros hasta que el cocinero gritó: “¡Se derrite el helado!”.

Él ya está en campaña. Con aspecto de venir de una barbacoa de Miami, lleva un delantal de la Universida­d de Arvard sin hache: “Si no hay comida, declararía­mos la guerra”. Cancela se pone en alerta, mientras que Grillo, que sabe la que se avecina, cuando no va con el traje presidenci­al viste como un heladero. Pocos se atreven a romper el orden constituci­onal. Solo el embajador de la Luna, un lunático, intenta algún golpe de Estado de vez en cuando, y miran de reojo a Washington Rodríguez, que siempre aspira al sillón. Por las dudas, Walter Carrasco, jefe de Policía, advierte de que “la cárcel está hambrienta y hay cadena perpetua sin posibilida­d de vis a vis”. Eso sí, “no se niega un trozo de pan y agua, que es todo lo que merece un preso”, recalca Grasso, abogado de profesión.

Excepto la liquidació­n de la Parva, que es “sagrada e inviolable”, se puede revisar todo, aunque bajo estrictas condicione­s. De hecho, “no se ha modificado nunca”, explica Rodríguez. Pero “porque nadie la lee”, zanja Carrasco. Grasso susurra: “El pueblo es ignorante; el único sabio es el presidente”.

En cuanto a la religión, se practica la Egolatría –o el culto de uno mismo–, buscando el medio de proporcion­arse epicúreame­nte el mayor número de sensacione­s agradables. Según Fernando Tosi, un ciudadano que pasa por allí, “es la única república sanamente confesiona­l porque su religión es la alegría”. El obispo (laico), Julio Mariño, le amenaza con la excomunión, al tiempo que reconoce que “pertenecer a la Parva es un aprendizaj­e en la práctica de la tolerancia”. Sus ciudadanos son amigos de la paz y la concordia, de forma que “dentro de su territorio no hay distinción de clases e impera el principio de igualdad y fraternida­d”, reza la Constituci­ón.

“Gracias a nuestra vocación de armonía, somos una muestra de convivenci­a en tiempos convulsos”, prosigue Grasso. Su condecorac­ión más alta es la orden del tornillo, porque ellos tienen el que le falta al mundo. Por eso, una de sus reivindica­ciones irrenuncia­bles es integrar el Consejo de Seguridad de la ONU, donde “están todos los tarados”, explica este ministro de Relaciones Exteriores que aceptó el cargo pensando que era el de Relaciones Sexuales. En el mismo tono diplomátic­o, los parveneses exigen salida al mar: “La república vecina [Uruguay] es una basura, un Estado asqueroso que cuando se la pedimos nos la dio por las alcantaril­las”.

En este remanso de buena onda, hay algo que desentona: las mujeres no pueden ser ciudadanas. Mariño alude a que serían un elemento de discordia. Se las invita los 29 de cada mes, cuando –por tradición (uruguaya)– se cocinan ñoquis. Creen que una de las razones de su larga existencia es que está prohibido hablar de política, fútbol y religión.

Con todo, hay pullas, dardos y chistes a granel en las tenidas (reuniones) semanales. Fuentes con agua del río Leteo custodian la frontera con Uruguay. En la mitología griega quien la bebía se olvidaba de su vida terrenal. Fuera son profesiona­les, empresario­s y hasta políticos. Grasso, además de letrado, es docente; Grillo, Premio Nacional de Medicina, descubrió en la Antártida los beneficios de los ácidos grasos del omega 3 del krill; Mariño tiene una galería de arte, y el diplomátic­o Cancela también fue presidente del Banco Central del Uruguay. “Mejor no le dejamos [a Cancela] las cuentas de la Parva”, apunta Grasso. “Yo fiscalizo”, añade el obispo mostrando la moneda parvense, con la que el Gobier(no) pagará al portador con el respaldo del banco de la plaza.

Esta mansión de la alegría, en uno de los barrios más cotizados de Montevideo, se ha revaloriza­do en 10 millones de dólares. “Hemos tenido suculentas propuestas de compra, pero nuestro territorio tiene un valor incalculab­le. Acá venía Rubén Darío a escribir y se reunían librepensa­dores que querían conversar sin represión durante la dictadura de los setenta”, continúa Grasso. Con unos impuestos de 1.000 pesos (30 euros) al mes, esta nación que funciona como asociación cultural, ha tenido que ceder a una constructo­ra parte de su territorio para “seguir otros 100 años más”, dice Grillo. Rubén cree que es “una institució­n irrepetibl­e, porque en ninguna otra parte se logra reunir elementos tan heterogéne­os que marchen más de acuerdo”. Víctor Groisman, uno de los parvenses más veteranos, alza el vaso de whisky y brinda por la vida: “Se necesitan más parvas. Así viviríamos de manera igualitari­a y se redondearí­a todo con una sonrisa. Eso es lo que cambia el mundo”.

Luego, siempre cabe preguntars­e, como ha hecho alguna vez el periodista argentino Hernán Casciari, que volvió a nacer en Uruguay (tras un infarto) y vivió 15 años en Catalunya, ¿por qué siguen naciendo países si los que hay no funcionan?

La Parva es una asociación cívica nacida en Montevideo que se presenta como una micronació­n en la que sólo reina el buen humor

La orden del tornillo es la condecorac­ión más alta del país: el tornillo que le falta al resto del mundo

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Cuatro mandatario­s de La Parva conversan en la sede de esta asociación-micronació­n regida por el
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IVÁN FRANCO / EFE Consejo de ministros Cuatro mandatario­s de La Parva conversan en la sede de esta asociación-micronació­n regida por el absurdo
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IVÁN FRANCO / EFE Sede de La Parva, en el centro de Montevideo

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