Maestro para la historia
La historia está abriendo sus puertas a una importante generación de músicos que brilló en las décadas de mediados del siglo XX e iluminaron con su trabajo esa segunda mitad. Entre ellos se encuentra el violonchelista Marçal Cervera que nos acaba de dejar.
El violonchelo, a diferencia del violín, por ejemplo, suele condicionar una actitud más interior, más íntima por parte del músico. Y la vida de Marçal Cervera –en los últimos tiempos– alejada de la gran ciudad, afincado en Bagur, es muestra de ello. Honestidad en su tarea, convicción y compromiso, junto a una notoria sencillez marcaron su brillante carrera, que dejó numerosos e importantes discípulos y muchos que acudían en busca de consejo.
Brillante en la docencia, ya que a la vez que desarrollaba su carrera de solista, sentó cátedra, especialmente en la Escuela Superior de Música de Freiburg, que compartía con la de Lausanne, durante unas dos décadas. Eran aquellos años setenta, cuando comenzó allá sus enseñanzas, momentos de cambio en la perspectiva del violonchelo. Cambio fundamental iniciado a comienzos del siglo por Pau Casals en cuanto a técnica y expresión musical, y además en el adentrarse en el repertorio bachiano hasta entonces poco atendido. Cervera admiraba –no podía ser de otra manera– a Casals al que comenzó a seguir de cerca en 1950 y 1951 cuando acudió a los festivales creados por el maestro en Prades, ocasión en la que pudo admirar sus cualidades en las suites de Bach, y como director en el repertorio clásico, pero además observar de cerca su trabajo asistiendo –como pasa páginas– sesiones de grabación de música de cámara que el maestro realizaba en Perpiñán.
Pero el otro vínculo con la escuela de Casals fueron los estudios que Marçal Cervera realizó en Italia con Gaspar Cassadó, en realidad uno de los únicos discípulos sistemáticos durante años del gran músico.
En las notas biográficas sobre Marçal Cervera se le llama músico cubano, ya que en realidad nació allí, en 1928, aunque de padres catalanes. Su padre, Ernest Cervera, conocido en Catalunya por su importante actividad coral y pedagógica, fue invitado a Santiago de Cuba en aquellos años veinte para crear y dirigir el Conservatorio. Allá nació Marçal, en una familia marcada además por la música ya que su madre era sobrina del mestre Lluís Millet. Regresaron a Barcelona cuando el niño tenía tres años y después de asistir a un concierto de la Banda Municipal que dirigía Joan Lamote, quedó encantado por un solista de cello que dio lugar a que improvisase con un palo y cuerdas un juguete sonoro, y pronto orientase sus estudios primeros con Lluís Millet i Farga y con Joan Massià i Prats. Cervera tuvo además de solista (incluso en la viola da gamba –eran tiempos de pioneros del instrumento– lo cual le aportó una experiencia muy rica en el repertorio barroco) experiencia como solista de chelos en orquestas tan importantes como la del Festival de Lucerna o la de Cámara de Lausanne, trabajando muy de cerca con los directores más brillantes de aquellos tiempos.
Recuerdo un par de pequeños y acertados homenajes en los últimos años; uno en la Escuela Luthier en la que incluso –memorable– tocó Bach y otro más reciente en el Palau de la Música. Un recuerdo imprescindible. Gracias maestro, no le olvidaremos.
Aprendió de Casals y enseñó en Freiburg y Lausana a una generación de violonchelistas