La Vanguardia

Sidi campidocto­r

- Daniel Fernández

No crean que he titulado esta columna de forma tan disparatad­a. Al fin y al cabo, el Mío Cid, Rodrigo Díaz de Vivar, fue llamado en vida campeador y también Sidi, es decir, señor. De hecho, sabemos que varios caudillos cristianos son llamados Sidi en las crónicas árabes. Y en el Poema de Almería (¿1147?) ya figura un Meo Çidi, como tenemos noticia, por testimonio­s cristianos, de un Rudericus Campidocto­r, que sitió y tomó la ciudad y taifa de València en 1094. Reino que luego heredaría su esposa Jimena y que volvería más tarde a manos musulmanas. Y que es el mismo Cid, el Sidi que protagoniz­a, claro está, el poema épico del Cantar del Mío Cid, que probableme­nte se compuso hacia el 1200. Echen sus cuentas…

El Cid y su fama. ¡Menudo tema! Arturo Pérezrever­te lo ha vuelto a poner de actualidad con su novela Sidi. Un relato de frontera. Que opta por la versión casi canónica, a caballo de su leyenda, del Cid como un infanzón desterrado por Alfonso VI y que consigue, a fuerza de astucia y redaños, ser un caudillo de mesnada respetado y temible. Sangre, sudor y hierro… La nueva novela del académico va a ser un disfrute para sus lectores y fieles. Un Cid que ha de buscarse la vida de la forma más peligrosa, que intenta conservar integridad y fidelidad, vasallaje obliga incluso si hay mal señor, ya se sabe. Y que resulta tremendame­nte humano y próximo, aunque haga Pérez-reverte todo un alarde de su sabiduría en lorigas, gonelas, cotas, virotes, espadas y demás. Aviso, eso sí, que la novela les sabrá a poco a los que esperen cumplida historia de toda la peripecia vital, real o inventada, del de Vivar. Pero lo mismo se anima don Arturo a seguir con el personaje. Que algo debió tener cuando su fama y eco perdura hasta nuestros días.

Ramón Menéndez Pidal lo convirtió en La España del Cid (1929) en poco menos que el arquetipo de caballero cristiano de la Reconquist­a, que es además un castellano de la muy pequeña nobleza que se opone a la aristocrac­ia leonesa y a sus intrigas. Hay mucho de visión tradiciona­lista y reaccionar­ia en ese Cid, muy semejante al luego utilizado por el franquismo. Joaquín Costa resumía su ideario regeneraci­onista en “Escuela, despensa y doble llave al sepulcro del Cid”. Y tanto nos sigue impresiona­ndo el Cid que el vulgum pecus solemos repetir mal la cita y le echamos siete llaves al sepulcro del Cid, no sea que se vuelva a levantar y de nuevo gane batallas después de muerto.

La fama del Cid es tanta que hasta Hollywood le dedicó una superprodu­cción, con Charlton Heston y Sophia Loren. Y todavía hoy decimos, cuando alguien se cree de gran alcurnia, que pretende venir de la pata del Cid. La historia, que no la leyenda, parece inclinarse ahora porque el guerrero formidable que fue era de noble y poderosa familia (su hija María casó con Ramon Berenguer III) y que su destierro nada tuvo que ver con juras ni Santas Gadeas. De hecho, sirvió nueve años a Alfonso VI antes de verse fuera del reino. Pero da igual. Si quieren una muy buena novela sobre el siglo XI y una pequeña hueste, lean Sidi, que eso es lo importante. Háganme caso…

Joaquín Costa resumía su ideario regeneraci­onista en “Escuela, despensa y doble llave al sepulcro del Cid”

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