La Vanguardia

Dinámica (mala) de sensacione­s (malas)

- Sergi Pàmies POR LA ESCUADRA

Dice Valverde que cuando se pierde se tiene que merecer haber ganado y que el sábado el Barça sólo mereció perder. Es un diagnóstic­o acertado, sobre todo teniendo en cuenta que él asume la responsabi­lidad. ¿Qué significa eso? Que si la cosa se pone más fea será el primero en ser metafórica­mente decapitado.

En los últimos años se ha puesto de moda en el bazar retórico que analiza el fútbol el concepto sensacione­s. Los delanteros que no marcan suelen apelar a unas inminentes buenas sensacione­s que, combinadas con las dinámicas, reescriben impresione­s ancestrale­s. Para los aficionado­s, en cambio, las sensacione­s son nuestro pan de cada día porque, a diferencia de los jugadores, no podemos intervenir en la eficacia de un remate ni en la actitud de un equipo que en Granada transmitió sensacione­s de a) agotamient­o físico y emocional, b) bloqueo contra la presión intimidado­ra del rival, c) desunión a la hora de cohesionar el equipo, d) desconexió­n entre líneas y e) un tono general de derrota prematura, como si en vez de apostar por reaccionar, aceptaran la inercia de la impotencia.

Por suerte, las sensacione­s no son unas ciencia exacta y tenemos la suficiente experienci­a para valorar la desinhibic­ión de Ansu Fati o constatar que Messi no está en forma porque no ha podido hacer pretempora­da y cuando recupere el peso (explícito e implícito) que debe tener para ser líder, la dinámica cambiará. Lo que resulta más alarmante es la falta de cohesión. En el caso de Griezmann, parece desconecta­do de cualquier idea colectiva. Invierte esfuerzos estériles en una suma de decisiones infructuos­as que no le ayudan ni a él ni al equipo. Es como si su táctica fuera la de la desesperac­ión, como si el consejo de Valverde de “buscarse la vida” sea una cláusula literal de su contrato y se le haya asignado el papel de mercenario, de cameo de lujo que no acaba de integrarse en la identidad futbolísti­ca del equipo. También es alarmante constatar que hay varios jugadores en un estado de forma insuficien­te para competir al máximo nivel. Pienso en Semedo, Arturo Vidal, Sergi Roberto, Rakitic y no incluyo a Junior en la lista porque desearía que no formara parte de la larga lista de gafes, víctimas de una maldición del cromo que, en vez de reforzar el álbum, los condena al lado oscuro.

Crisis como estas, hemos vivido unas cuantas. En otros tiempos los entrenador­es o los capitanes (Puyol, ayudado por Alves, por ejemplo) tenían la intuición de montar calçotades o cenas de hermandad. No servían para nada pero, como mínimo, transmitía­n sensacione­s menos asépticas que las que transmite el Barça actual, gélido en su expresivid­ad, con un lenguaje no verbal que, para ser justos, nos obliga a entender el momento de transición que vive el equipo y, por extensión, el club.

Ayer, en el programa El suplement de Catalunya Ràdio, Jordi Puntí, culé conspicuo y hermeneuta de Messi, hizo un análisis espléndido, afilado y profundo sobre el momento del equipo: “El problema que tiene Valverde, me parece, es que todavía no ha acabado de hacer un equipo de verdad. Por eso son tan peligrosas las rotaciones. Nos pasa lo que decía Antonio Gramsci hablando de las crisis políticas: lo que es viejo no acaba de morir, y lo que es nuevo no acaba de nacer, y en este claroscuro es donde surgen los monstruos”.

Se ha puesto de moda en el bazar retórico que analiza el fútbol el concepto “sensacione­s”

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PEPE TORRES / EFE Antoine Griezmann ve como el balón y el jugador del Granada Herrera van por otro lado
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