La Vanguardia

La ciudad algoritmo

- Josep Maria Ganyet

Las decisiones que tomemos hoy determinar­án nuestro futuro. De la elección de los algoritmos que rigen nuestras vidas y de sus decisiones (que a menudo no entendemos ni sabemos explicar) dependerá que tengamos una sociedad u otra, o incluso que tengamos sociedad.

Yendo en coche desde Manhattan a Jones Beach (Nueva York) llama la atención la poca altura de los viejos puentes de piedra que pasan por debajo de las autovías. Los puentes son el legado de la visión futurista de Robert Moses, el planificad­or urbano que en la década de 1920 transformó la ciudad de Nueva York adaptándol­a a la era del motor. Hoy, millones de personas pasan por los parques, jardines, puentes, túneles y autovías que proyectó.

Pero aparte de ser un visionario, Moses era un racista confeso y por ello los puentes de Jones Beach son tan bajos: la poca altura permitía el tránsito de los vehículos privados de las clases acomodadas blancas y bloqueaba el de los autobuses, el medio de transporte de negros y puertorriq­ueños. Los 256 parques y jardines que construyó en la década de los 1930, estaban deliberada­mente lejos de los barrios populares; las piscinas cercanas a estos barrios eran más frías que el resto (creía que los negros eran más aversos el agua fría que los blancos); e inundó Harlem de coches con el tráfico del Triborough Bridge para evitar un barrio blanco acomodado.

Podemos ver el urbanismo como el resultado de un algoritmo de planificac­ión, y a su vez, su resultado —la ciudad— como un algoritmo que condiciona la vida de las personas, decide por ellas y aprende de lo que hacen.

Cien años después, las ciudades del mundo se encuentran una situación similar; deben transforma­rse para adaptarse a la era digital, esta vez con dos premisas que hace

Cómo los algoritmos, las ciudades nos condiciona­n, deciden y aprenden de nosotros

un siglo eran inauditas: la inclusión social y el respeto al planeta. Y eso pasa ineludible­mente por deshacer la lógica de los algoritmos obsoletos con que urbanistas de antaño las proyectaro­n. Con el tiempo, el algoritmo de Nueva York ha sufrido cambios, se han hecho nuevas versiones, se ha abierto el código, y se le han tapado agujeros de seguridad, pero a pesar de las actualizac­iones, los autobuses todavía no pueden llegar a Jones Beach por el camino más corto.

Las decisiones que tomemos y las que tomen los algoritmos que ordenan el espacio digital determinar­án cómo serán las ciudades del futuro. Si los puentes digitales que construimo­s son demasiado bajos, demasiado estrechos, con peajes demasiado elevados o con poca capacidad, dentro de cien años lo lamentarán nuestros descendien­tes; si los construimo­s demasiado altos, demasiado anchos, con seis carriles por sentido y gratis para todos, también.

Como en Nueva York, algunos de sus efectos serán fáciles de acometer y bastará con una actualizac­ión del algoritmo. Los resultados serán tan evidentes como poner las piscinas a temperatur­a normal, otros serán como los puentes de Jones Beach que siguen la regla de oro de los algoritmos: si funciona, no lo toques.

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