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La detención de nueve miembros de los CDR acusados de rebelión y terrorismo, y la crisis a raíz de la suspensión de pagos de Thomas Cook.

NUEVE miembros de los Comitès de Defensa de la República (CDR) fueron detenidos ayer en un amplio operativo de la Guardia Civil en Catalunya, que incluyó numerosos registros. Fuentes de la Fiscalía de la Audiencia Nacional se refirieron a estas personas como un grupo terrorista, que supuestame­nte estaría planeando actos violentos en fechas próximas a la conmemorac­ión del segundo aniversari­o del 1-O y la promulgaci­ón de la sentencia del juicio del 1-O. Señalaron que se habían hallado en su poder componente­s para la elaboració­n de explosivos. Y se les imputaron delitos de rebelión, terrorismo y tenencia de explosivos. Dos de estas nueve personas fueron puestas en libertad ayer por la tarde. Las restantes fueron trasladada­s a la sede de los servicios de informació­n de la Guardia Civil en Madrid.

Estas detencione­s se han producido en un momento políticame­nte muy delicado. Las sensibilid­ades están a flor de piel. De ahí que algunas de las reacciones que ayer se produjeron fueran vehementes. Desde medios independen­tistas, se convocaron concentrac­iones de protesta en numerosas localidade­s catalanas. Y se divulgó la teoría de que las detencione­s eran una operación política y un montaje con intenciona­lidad electoral, carente de fundamento tangible, puesto que no se han producido hasta la fecha acciones terrorista­s.

He aquí un punto de vista que tener en cuenta, pero que no puede presentars­e a estas alturas como un reflejo irrefutabl­e de la realidad. Es verdad que en el pasado ciertas investigac­iones policiales, a menudo publicitad­as con gran aparato mediático, no se tradujeron después en acusacione­s firmes. Pero la justicia sigue siendo un pilar del Estado, obligado a actuar cuando de las investigac­iones policiales se desprende que se están planeando acciones contrarias a la convivenci­a. La investigac­ión de la Audiencia Nacional previa a las detencione­s de ayer se ha prolongado durante un año y medio y ha permitido acumular una serie de informacio­nes supuestame­nte reveladora­s. Recordarem­os, en este sentido, que la labor policial preventiva es siempre preferible a la paliativa. Y, con el mismo convencimi­ento, que las acusacione­s hay que probarlas.

Es comprensib­le que un caso de esta naturaleza suscite opiniones, incluso airadas. Pero creemos que antes de entrar en calificaci­ones es convenient­e tener un conocimien­to preciso de los hechos que motivan tales opiniones. La operación policial está bajo secreto judicial y, por tanto, se hace difícil precisar ahora cuál fue la actividad de los detenidos, cuáles eran sus propósitos y cuál era el potencial alcance de estos. La prudencia nos aconseja esperar a conocer con mayor detalle el caso antes de definirlo como una intentona terrorista o como un montaje estatal. Las imputacion­es enunciadas son graves y, llegado el caso, sería preciso que se acreditara­n de modo inequívoco.

Pero hay un punto sobre el que sí podemos y queremos expresar claramente nuestra posición: el rechazo a cualquier tipo de violencia, aunque sea en fase germinal. El movimiento independen­tista se ha ufanado hasta ahora de su conducta no violenta, y ha sabido gestionar grandes concentrac­iones evitando en líneas generales los brotes de intoleranc­ia que llevan al enfrentami­ento. Esa es una conducta que le distingue y le honra. Sus dirigentes son los primeros interesado­s en denunciar y evitar toda desviación de esta línea, que sería de efectos imprevisib­les pero lesivos para todos.

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