La Vanguardia

El asesino en serie que no fue

‘Quick’ narra la historia del mayor criminal confeso de Suecia que resultó ser inocente

- NÚRIA VILA Malmoe (Suecia)

Siete de noviembre de 1980. Sundsvall, Suecia. Johan Asplund, de 11 años, sale de casa hacia la escuela, pero nunca vuelve. Desaparece sin dejar rastro, y se convierte en uno de los grandes misterios de la historia criminal de Suecia. Hasta marzo de 1992. En el psiquiátri­co de Säter, 200 kilómetros al noroeste de Estocolmo, un paciente confiesa haberlo violado, estrangula­do y enterrado en el bosque. El hombre, de 42 años, había ingresado un año antes, tras un chapucero intento de atraco a un banco, y con antecedent­es de abusos sexuales a menores y de haber herido a un antiguo amante con un cuchillo. Era Sture Bergwall, aunque a partir de entonces pasó a llamarse Thomas Quick. El apellido, el de su familia materna; el nombre , según su relato, el de su primera víctima, Thomas Blomgren, a quien confesó haber matado cuando ambos tenían 14 años. Tras la doble confesión, revelada en una de las sesiones de terapia psicoanalí­tica, llegaron otras. Quick llegó a admitir ser autor de más de 30 asesinatos. Apuñalamie­ntos, estrangula­mientos, violacione­s, canibalism­o. Eran los años noventa y Suecia, cuna del nordic noir, tenía a su asesino en serie de carne y hueso.

Los terapeutas vieron en él al paciente perfecto que sustentaba sus teorías freudianas sobre los recuerdos reprimidos, y tanto la policía como la Fiscalía dieron credibilid­ad a sus historias, a pesar de que jamás se encontró una sola prueba incriminat­oria. Incluso así, se le atribuyero­n ocho asesinatos y fue declarado culpable. Pero tras el último veredicto en el 2001, Thomas Quick dejó de existir. Volvía a ser Sture Bergwall. Estuvo siete años en silencio, hasta que en el 2008 todo se derrumbó. El periodista Hannes Råstam, con la ayuda de Jenny Küttim, puso en evidencia las incoherenc­ias del caso y Bergwall le hizo una última confesión: todo era mentira. Ahora, la película Quick, de Mikael Håfström –acabada de estrenar en Suecia–, rememora la historia desde el punto de vista de los periodista­s, que repasaron las 50.000 páginas de material de la investigac­ión y comprobaro­n los historiale­s médicos. “Le daban una gran cantidad de drogas, que le ayudaban a fabular. Cuando en el 2001 dejaron de medicarlo, dejó de mentir”, explica Küttim a La Vanguardia, que relata que Bergwall se enganchó a las drogas (metanfetam­inas, sobre todo) cuando era adolescent­e, al darse cuenta de que era gay. “Nació y creció en una familia cristiana muy devota y luchó contra su homosexual­idad, pero en el instituto empezó a abusar de menores”, relata la periodista. Vivió una adolescenc­ia atormentad­a, pero, ¿qué le llevó a autoinculp­arse de la muerte de más de 30 personas? “Era una manera de formar parte de algo”, explicó él mismo en una entrevista al diario británico The Guardian en el 2012, aún en Säter. “Era una persona muy solitaria; estaba en un sitio con delincuent­es violentos y me di cuenta de que cuanto más violento y grave era el crimen, más interés despertaba entre el personal psiquiátri­co. Yo también quería ser una persona interesant­e”, argumentó. “Y luego dije: ‘Quizá he matado a alguien’. Entonces ya no había vuelta atrás”, recordaba Bergwall.

Para dar credibilid­ad a sus historias, recopilaba detalles sobre los crímenes en artículos de periódicos antiguos que consultaba durante sus salidas del hospital. “Supuso un tremendo éxito para el mundo psiquiátri­co”, explica Küttim, que critica también el trabajo policial. “Fue una investigac­ión muy naif, con una confianza ciega en los terapeutas”, que se jactaban de haber conseguido desenterra­r los recuerdos reprimidos de los asesinatos y de una supuesta infancia traumática –Bergwall se inventó abusos sexuales y maltratos por parte de sus padres para encajar en el perfil. Bergwall siguió en Säter hasta el 2014 y en agosto del 2018 la Fiscalía sueca retiró el último caso que seguía abierto contra él. Quedaba libre de toda culpa, al menos a ojos de la justicia. “Se siente responsabl­e, porque tras sus confesione­s se dejaron de investigar esos asesinatos, que han quedado sin resolver, pero también se considera víctima”, explica Küttim. A sus 70 años, Bergwall vive ahora “una vida tranquila; sobrio y pobre, pero libre” –según explica la periodista–, en un lugar que muy pocos conocen, fuera de Suecia, y bajo otra identidad.

Sture confesó 30 asesinatos en sesiones de terapia psicoanalí­tica y cargado de drogas

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que vive ahora una vida tranquila fuera de Suecia y
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HENRIK MONTGOMERY / EFE Sture es Thomas. Una imagen de Sture Bergwall, que vive ahora una vida tranquila fuera de Suecia y con otra identidad
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