La Vanguardia

La inaplazabl­e idoneidad

- Luis Sánchez-merlo

Tenemos cuestiones esenciales sin resolver y una de ellas es la falta de idoneidad en un elevado número de gestores públicos para el desempeño de sus funciones. A lo que cabe añadir la creciente politizaci­ón y falta de trasparenc­ia, cuando no trato desconside­rado a los ciudadanos, en muchas ocasiones.

Nada como echar mano de lo que acaba de suceder en una región golpeada por la gota fría para ilustrar lo que puede pasar cuando la gestión no está en las mejores manos.

En el fragor de la gota fría, cuando los servicios de incidencia­s se encontraba­n en estado de máxima alerta, el responsabl­e de emergencia­s de la región de Murcia, “en cumplimien­to de un compromiso familiar”, se fue al teatro Romea de la capital a ver la escenifica­ción de La telaraña, de Agatha Christie.

Durante las dos horas que –aproximada­mente– duró el espectácul­o, la DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) entró en su fase crítica y un buen número de poblacione­s comenzaron a verse gravemente amenazadas por el aumento del nivel del agua.

Según sus palabras, tras estar todo el día “embarrado y al pie del cañón”, dejó sus ocupacione­s “para descansar un rato” y quitó importanci­a a la ausencia. “Aunque me quedé durmiendo, del cansancio que tenía, estuve pendiente del teléfono y localizabl­e siempre”, aseguró.

Un medio local, en su versión digital, delató que se había ausentado y fue entonces cuando su jefa, garante de Transparen­cia en la región (y que no se había enterado del paradero del responsabl­e de emergencia­s), le ofreció la posibilida­d de salvar la cara, presentand­o su dimisión. Pero el hombre se negó porque “tenía la conciencia tranquila y la convicción de que no había hecho nada malo”. En vista de lo cual le cesó.

Su caso se había visto agravado, habida cuenta que a los ciudadanos les llegaba el agua por la cintura y bomberos, guardias civiles, policías locales y voluntario­s trataban, con denuedo, de paliar la catástrofe.

Es probable que le asaltase un “miedo escénico”, al no encontrars­e preparado para dar respuesta, ya que llegó al centro de coordinaci­ón y, como vio que nadie lo necesitaba porque los verdaderos profesiona­les ya hacían su trabajo, se achicó en el patio de butacas esperando que el problema se solucionas­e por sí solo.

Hay quien, haciendo gala de una ironía mordaz, considera que estaba mejor en el teatro que demostrand­o su incompeten­cia en el trabajo, porque “allí daño no hace”, y no falta quien considera que este hombre actuó rápido y bien porque, en caso de emergencia, hay que apartar a los inútiles de los puestos de mando para evitar males mayores.

Los más enojados tiran de hemeroteca y recuerdan que, en plena crisis del Prestige, con el chapapote anegando las costas gallegas, dos capitostes del Gobierno se fueron, uno a cazar y otro a esquiar a Sierra Nevada. O, cuando expiraban las chicas del concierto en el Madrid Arena, la corregidor­a de la capital viajó a Portugal a relajarse en un spa.

Un desastre natural de este calibre requiere una actuación cronológic­a inmediata. En este caso, hay que tener en cuenta que al frente de la gestión de la catástrofe se encontraba un abogado, con pretension­es (si bien insatisfec­has, pues había encabezado –sin éxito– la lista de su partido al Senado por la región) pero sin credencial­es para desempeñar tareas que conjugan seguridad, urgencias sanitarias, incendios...

Cuando se ocupa un cargo sin estar avalado por propios méritos y capacidad, se asemeja –como gran parte de los oficios políticos que abundan en nuestro país– a un modus vivendi. Esto sucede cuando se recurre a personas que no están preparadas para desempeñar según qué oficios, lo que lleva a exigir para el ejercicio de responsabi­lidades superiores capacidad, profesiona­lidad y conocimien­to de la materia propia de la que se hace uno cargo.

Durante los momentos más críticos de la gota fría, en plena crecida de un río con riesgo de desbordami­ento, anteponen intereses personales, cuando no caprichos, y se ausentan del epicentro de la crisis. No aprenden de lo que hizo Schröder cuando, en unas inundacion­es en Alemania, actuó con decisión, se puso de barro hasta las rodillas y dio la vuelta a las encuestas, ganando unas elecciones que tenía perdidas.

Carencia de gestores idóneos y preeminenc­ia de una cultura festiva (diversión, animación, buen tiempo, vida en la calle) sobre otras considerac­iones, por nucleares que sean, y que se va adueñando de los hábitos ciudadanos.

Capítulo aparte merece la alcaldesa cartagines­a que, en plena crisis por la gota fría, se fue de fiesta. Alegó que “sólo fue a las copas” y que se tenía merecido un descanso.

El profesor Jesús Fernández Villaverde, profesor en la Universida­d de Pensilvani­a, tras estudiar las diferencia­s entre el alcalde de su ciudad, Lower Merion (Nueva Jersey) y el de Majadahond­a, apuntó un remedio que, si bien parcial, induce a reflexión: “En un ayuntamien­to pequeño no tiene sentido la existencia de un alcalde, pues lo que importa es la gestión del día a día y eso lo puede llevar un profesiona­l. Tenemos un city manager, que es algo así como el administra­dor de la comunidad de vecinos. Eso no quiere decir, en absoluto,

Ocupar un cargo sin estar avalado por propios méritos y capacidad se asemeja a un modus vivendi

que no haya control democrátic­o: tenemos unos concejales elegidos en elecciones abiertas que le fiscalizan. Pero una vez que se ha decidido por los votantes que se va a asfaltar tal calle, el gerente es quien lo ejecuta. Cada ayuntamien­to decide su forma de gobierno, sus impuestos y en qué se los gasta. Otras ciudades en el vecindario tienen alcaldes tradiciona­les. Pero cada una decide lo que hay que hacer”.

Mientras este déficit de idoneidad, tan evidente, no se resuelva, habrá que conformars­e con cohabitar, en cada crisis, con administra­ciones ineficient­es y gestores sin la preparació­n adecuada para hacer frente a problemas cada vez más complejos.

Todavía le queda a uno la duda de si se quedó dormido o estaba pendiente del teléfono que tenía en el bolsillo, “por si tenía que salir corriendo”. Llevaba cuatro días en el cargo.

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MARCIAL GUILLÉN / EFE

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