La Vanguardia

Para vivir mejor

- Alfredo Pastor A. PASTOR, profesor emérito de Economía del Iese

Durante casi un año he podido mantener una correspond­encia con un interlocut­or anónimo, defensor de la independen­cia de Catalunya y votante independen­tista, con el que ha sido posible comentar los episodios más señalados del procés. Ha sido para mí un privilegio, y lamento que no haya dado paso, al menos por ahora, a un contacto directo. Nuestra correspond­encia, no exenta de humor, transpira cortesía y buena voluntad; y, sin embargo, fuerza es admitir que, pasado un año, y por mucha simpatía que podamos tenernos, la distancia que separa nuestras posiciones, por lo que a la relación de Catalunya con el resto de España se refiere, no ha disminuido un milímetro. No será el nuestro un caso único, y por ello me pregunto cómo vamos a vivir en Catalunya en el futuro más próximo.

Me atrevo a resumir lo esencial de la posición de mi correspons­al en dos proposicio­nes. La primera es que lo sucedido en los últimos años demuestra, una vez más, que España no es susceptibl­e de reforma, y nunca dará a Catalunya el trato que esta merece: sólo la independen­cia permitirá a Catalunya alcanzar su plenitud; la segunda, que alcanzar la independen­cia será posible si

“el independen­tismo (...) no comete errores de bulto, y deja constantem­ente en ridículo al Estado español”. Ello necesitará tiempo y requerirá “paciencia, trabajo y perseveran­cia, (pero) si el independen­tismo juega bien sus cartas, pasará del 48 al 58 por ciento” de votos a su favor.

No me parece tarea imposible rebatir algunos de los argumentos anteriores y poner en duda alguno de los pronóstico­s de mi correspons­al, pero intentarlo será añadir un episodio más a lo que parece haber sido hasta ahora un diálogo de sordos, entre dos hombres corteses y deseosos de llevarse bien, pero sordos al fin. Dejémonos, pues, de argumentar para tratar de imaginar lo que puede ser el futuro inmediato de los habitantes de Catalunya en la perspectiv­a que sugiere mi correspons­al, próxima, me parece, a la que propone ERC con el lema de “ensanchar las bases”. Esa ampliación de las bases es la resultante de la acción de dos vectores: ensalzar la ejemplarid­ad de las institucio­nes de la Generalita­t y denigrar las del Estado. No sabemos qué puede dar de sí el primer componente, aunque la historia de los últimos años no permite ser muy eufórico; en cuanto al segundo, el independen­tismo no debería contar con la inestimabl­e ayuda recibida en el pasado reciente por parte de un gobierno negligente y mediocre.

Así las cosas, las institucio­nes de la Generalita­t, hoy en manos independen­tistas, ejercerán su función bajo el foco del objetivo de la independen­cia: saber si una acción favorece o no a la causa será un filtro por el que pasará toda iniciativa del Govern, como ya ocurre hoy. Que ese filtro conduzca a una gestión política ágil, eficaz y justa es una utopía. Por otra parte, los españoles de Catalunya confiamos en que, cualquiera que sea el gobierno que emerja de las próximas elecciones, sus actos no nos hagan sonrojar como ha ocurrido en ocasiones no muy lejanas; y soportarem­os mal la insistenci­a continuada tanto del Govern como de los medios afines en describir la acción del Estado del modo más negativo posible, sin reparos en faltar a la verdad cuando la causa lo requiera.

¿El resultado? Ahondar los fosos en lugar de ensanchar las bases; quizá lograr que el odio hacia España que anima a una parte del independen­tismo acabe por ser su único motor, y que se vea correspond­ido en los mismos términos por los que no comparten sus ideas. Un resultado distante, dirán, aunque no improbable. Sea como fuere, una sociedad enfrentada consigo misma no va a ninguna parte. No puede abordar problemas que afectan a todos y requieren la participac­ión de todos, sólo puede generar proyectos para unos pocos. Es una sociedad en la que uno no tiene ganas de vivir, y que ve como se vacía de sus más valiosos elementos, que se van, en silencio, a un lugar donde el aire es más respirable. No hemos llegado a eso, pero quién sabe si no vamos en esa dirección.

No olvidemos que nadie nos condena a vivir así. A estas alturas, no vale echarle la

Una sociedad enfrentada consigo misma no va a ninguna parte: no puede abordar los problemas que afectan a todos

culpa de todo a Madrid, de cuya contribuci­ón a la coyuntura actual ya hemos tomado sobrada nota. Los muchos hombres y mujeres de bien que militan en el independen­tismo han de hacerse una pregunta incómoda: luchar por las ventajas que proporcion­aría a los habitantes de Catalunya un Estado independie­nte (fuera de Europa, ya lo saben), ventajas que hay que aquilatar con rigor (qué libertades, cuántos recursos), y que es muy improbable lograr (porque la mayoría de los españoles no lo desean, y la Unión Europea tampoco)..., ese empeño ¿justifica años de malvivir, de estancamie­nto y desánimo, que son el resultado ya comprobado de seguir por donde sugiere el independen­tismo? ¿Desean infligir ese destino a cuantos vivimos aquí? Los líderes independen­tistas no les contestará­n la pregunta. El paso a la madurez política ha de darlo por sí mismo cada ciudadano.

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PERICO PASTOR

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