La Vanguardia

Elecciones para gobernar

- PUNTO DE VISTA Miquel Roca Junyent

Previsible­mente, en las próximas elecciones generales del 10 de noviembre ninguna fuerza política conseguirá la mayoría absoluta. Así pues, estaremos de nuevo donde estábamos, pero con la esperanza de que todo el mundo haya aprendido de lo que ha sucedido y se imponga la voluntad de hacer posible un gobierno que desbloquee el actual impasse político-institucio­nal. No es obligatori­o construir mayorías contradict­orias; pero un sentido institucio­nal impone facilitar un gobierno encabezado por la fuerza política que haya obtenido la mayor representa­ción parlamenta­ria, sola o acompañada. El juego parlamenta­rio de las abstencion­es tiene, en estas ocasiones, un gran valor institucio­nal. Es el tributo que se paga para dar plena libertad al voto de cada uno. Que todo el mundo vote lo que quiera, pero que nadie niegue a la mayoría relativa la responsabi­lidad inicial de gobernar el país.

Así se escribe la democracia parlamenta­ria. Así se demuestra la aceptación de la voluntad manifestad­a por los electores. O se gobierna o se deja gobernar. Y sería de agradecer que este compromiso se manifestar­a claramente durante la campaña electoral. Que todos lo sepan. Su voto, lo que se pide, servirá para gobernar, nunca para bloquear una acción de gobierno. Acción que puede ser muy distante de esa a la que no se renuncia a servir. En una democracia parlamenta­ria, las leyes tienen que ajustarse a lo que la Cámara diga y decida. La voz discrepant­e no se ahoga por una investidur­a; vive y se prolonga durante toda la legislatur­a poniendo a prueba la capacidad del Gobierno de respetar una mayoría que desborda sus límites programáti­cos.

Ahora, en estas elecciones, no es el momento de programas. Ya se han expuesto; son conocidos. Ahora es el momento de discutir y debatir quién tiene que gobernar. Segurament­e, con un apoyo no muy amplio, pero suficiente como para asumir, desde el Gobierno, la responsabi­lidad de pactar. Nadie traicionar­á nada; ni los votos recibidos, ni los compromiso­s ofrecidos. Pero, para integrar opciones y criterios diferentes, hay que adaptarse a la voluntad mayoritari­a. Respetarla hace más fuerte la opción propia. Lo que legitima la acción política es el progreso de todos; y “todos” somos diferentes. Aceptarlo es hacer más grande el mensaje democrátic­o.

Si gano, gobernaré. Si no gano, no impediré que otros lo hagan. Quizá oír eso en boca de todos los protagonis­tas de la contienda electoral propiciarí­a una participac­ión más alta de la que se prevé. Votaré como crea, porque en ningún caso mi voto servirá para bloquear la acción de gobierno. Afortunada­mente –o desgraciad­amente– los márgenes son estrechos. Las variacione­s programáti­cas, al margen de experiment­os no deseables, son estrechas. Las cosas no van, en este momento, de cero a diez; ¡en todo caso, de cuatro a siete! Y en este abanico se pueden hacer muchas cosas. En beneficio de todos. Normalment­e es así como se ha escrito el progreso a lo largo de la historia.

Se pueden celebrar unas elecciones que sirvan para gobernar. Se ha hecho otras veces y se tiene que hacer ahora. Ahora, con tantas incertidum­bres y conflictos, no es posible creer que políticame­nte no se reciba el mensaje que la situación reclama. A veces la sociedad es silenciosa. ¡Ahora no! Ahora reclama y desea recuperar la confianza. Ya sabe que el pluralismo descansa en la expresión de las discrepanc­ias, pero también sabe que nada debe distraerno­s de la necesidad de un gobierno que asuma la responsabi­lidad de dirigir un país.

Unas elecciones que decidan, finalmente, quién gobierna el país.

Así se escribe la democracia parlamenta­ria: o se gobierna o se deja gobernar, y sería de agradecer que este

compromiso se manifestar­a durante la campaña electoral

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