La Vanguardia

Crisis patronal en Barcelona

- Màrius Serra

Mercè es un nombre que proviene de la raíz latina merx, que significa recompensa. En catalán puede ser Mercè o Cè; en gallego, Merce o Chiruca (como el título de la obra de teatro de Adolfo Torrado con la que en 1948 los hermanos Fontfreda bautizaron a la vieja chiruca en honor a su madre Mercè); en euskera, Mertxe (ya nadie recuerda el pollo que montó Mariscal con su cartelito dedicado a una presunta Merche de Nou Barris y sólo hace dos Mercès); y en castellano es Mercedes, como en alemán, húngaro, polaco y otras lenguas centroeuro­peas que le añaden una zeta: Mercédesz. También hay variacione­s creativas, como Seides, Merceneta, Merceditas (como los zapatos) o la Donya Mixeires que Pau Riba dedicó a Mercè Pastor, la madre de los Pauets de Pastora. Reconozco vivir en una mercería, rodeado de Mercès: mi abuela payesa de Sant Guim de Freixenet se llamaba Mercè, mi hermana mediana se llamaba Mercè y mi compañera desde hace décadas se llama Mercè, la Cè. La raíz latina merx me hace sentir un hombre triplement­e recompensa­do y por eso me resulta incomprens­ible la caída en desgracia de este nombre tan eufónico que incluso empujó a Maria del Mar Bonet a dedicarle, en 1971, una de sus mejores canciones: “Mercè, Palma m’és llunyana, soc lluny dels carrers, lluny dels ametllers i d’aquells carrers que clou la murada”. La percepción es que cada vez circulan menos por las calles y los datos lo corroboran.

Según Idescat, el porcentaje de mujeres que se llaman Mercè baja de un modo escandalos­o. Entre las nacidas antes de 1930 es superior al 5% y luego desciende década a década. Hasta las nacidas en 1959 aún se mantiene por encima del 4% y entre las de mi generación –nacidas entre el 60 y el 69– aún se da un 3,69% de Mercès. Pero luego caen en picado y en el cambio de siglo ya son menos de un 1%. Entre las mujeres nacidas en la primera década sólo un 0,82% se llaman

Entre las niñas nacidas a partir del 2010 el porcentaje de las que se llaman Mercè baja a una de cada 200, es decir, a un ínfimo 0,47%

Mercè, y entre las niñas nacidas a partir del 2010 el porcentaje ya baja a 0,47%. El Idescat también proporcion­a datos a nivel comarcal y aquí se da la paradoja de que en los últimos años el porcentaje de Mercès en las comarcas de Barcelona es más bajo que en las de Lleida, Girona y Tarragona. Las modas onomástica­s fluctúan y el futuro inmediato parece abonado a parejitas de Lioneles y Rosalías, pero las tendencias que arrinconan nombres antes populares son muy difíciles de revertir. Si el nombre de la patrona de una ciudad dependiese de su popularida­d ciudadana ya haría años que la pobre Mercè hubiera sido desbancada por alguna Júlia o Martina. Hay que recuperar el nombre de Mercè para que Mercedes y Mercès vuelvan a todas las casas. No sean mercenario­s (los que sólo obran cuando hay salario) sino mercedario­s (como los frailes dedicados a redimir cautivos), pongan una Mercè en sus vidas y conseguirá­n feminizar el dicho de los “Joans, Joseps i ases, a totes les cases”.

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