La transición justa es la clave
En los alrededores de la sede de Naciones Unidas hierven iniciativas de universidades, entidades sociales, empresas y jóvenes (muchos jóvenes) que han saltado a escena en todo el planeta para decretar la urgencia, y para pasar a la acción por el clima en favor del clima.
Cuando se alcanzó el acuerdo de París (2015) convivieron valoraciones entusiastas con otras más críticas. Hoy sabemos que París no era suficiente, pero abrió un camino sin el que hoy no hubiéramos llegado hasta aquí. Disponemos de la mejor ciencia para acreditar mediante evidencias que estamos en una situación de emergencia climática. Lo que está en juego es la vida en el planeta tal como la conocemos, y en el camino se pone en riesgo la estabilidad de nuestras sociedades, el desarrollo económico y la convivencia.
Para que la cumbre sea un éxito se necesita que los estados incrementen notablemente sus compromisos de reducción de emisiones de forma que se consiga la neutralidad de carbono en el 2050 y detener el aumento de temperaturas en 1,5 ºc.
Para que esto sea real hay que iniciar de inmediato una transición ambiciosa, urgente, y sobre todo, justa. Es necesario ayudar a los países que no pueden emprender el cambio por sí solos y acompañar a los sectores productivos que necesitan una mayor transformación (y a los territorios en reconversión). No es solo una cuestión de solidaridad, es la mejor inversión que hoy se puede hacer para garantizar que este planeta sigue siendo habitable. De esta cumbre se deben esperar compromisos políticos que inicien el camino hacia el ambicioso objetivo de transformar nuestro modelo de desarrollo para hacerlo sostenible. Pero, para que todo esto sea creíble, se deben incorporar las medidas de transición justa que lo hagan viable.