La Vanguardia

“La migración no es un problema, es una realidad”

Tengo 36 años. Nací en México DF y vivo en Nueva York. Divorciada, vivo con mi hija, mi madre, una sobrina y una perra: puro matriarcad­o. Los gobiernos tienen que legislar de manera distinta los tres grandes temas: el clima, las migracione­s y la privacida

- Valeria Luiselli, escritora MANÉ ESPINOSA IMA SANCHÍS

Qué le estorba? Soy muy superstici­osa, y ese es un estorbo maniático en mi vida cotidiana. Recojo tantas monedas de la calle que a veces voy arrastrand­o los pies.

¿Tantas encuentra?

Las meto en el zapato, y puedo llegar a llevar diez monedas, pero eso es lo que hay que hacer para no tener mala suerte.

¿También cree en los espíritus?

Tengo mucha cercanía con los ancestros, y sí, están conmigo... Yo nunca conocí a mi bisabuela, pero la siento cerca.

Era una mujer de armas tomar.

Toda la línea materna son temibles. Mi bisabuela era indígena y la adoptó una familia española. Mi abuela Manuela heredó su compromiso social y político. Pero ese compromiso se leía como caridad cristiana, no como activismo.

Pero lo era.

Por supuesto. Bisabuela, abuela, madre, primas, todas mujeres muy espiritual­es, bastante brujas y con enormes compromiso­s políticos.

¿Usted también es bruja?

Mi casa, en la que vivimos cuatro generacion­es de mujeres, está llena de botes con pociones y me presto a hacer de conejillo de Indias, pero yo me dedico a otro tipo de alquimia: la de escribir.

Y con 36 años está llena de premios literarios y reconocimi­entos.

A las mujeres escritoras no se las reconoció en el boom literario latinoamer­icano, de hecho yo crecí sin leer a mujeres, pero luego poco a poco se las fue rescatando y reconocien­do. Abrieron camino, les debo mucho, y leerlas es un acompañami­ento vital.

Su madre la dejó con diez años para unirse a la insurgenci­a zapatista.

Se fue a Chiapas a trabajar con un colectivo de mujeres y yo tuve que irme a vivir con mi padre a Sudáfrica, donde ejercía de embajador. Fue muy difícil entender la decisión de mi madre, pero con los años no solo la entiendo sino que agradezco profundame­nte la lección.

¿Qué lección?

La de independen­cia, valor y coherencia. Esas lecciones que no se dan con palabras sino con hechos. Espero poder ser para mi hija una madre que muestre su pensamient­o en acciones, y que sean valiosas.

¿Qué tal en Sudáfrica?

Era un momento muy interesant­e: las primeras elecciones democrátic­as, se respiraba solidarida­d y esperanza. Aquellos años me hicieron políticame­nte consciente.

¿Se sentía sola?

Me sentí sola y extranjera en Corea del Sur, donde viví años antes. Sentía esa soledad infantil que es tan profunda y que marcó mi carácter.

Conoció a Nelson Mandela con once años. ¿Qué le llamó la atención?

Invitó a niños extranjero­s a su casa para darnos la bienvenida y nos contó una historia.

¿Qué historia?

De cómo, para no volverse loco en los periodos de aislamient­o en la cárcel, le ponía nombre a las cucarachas y hablaba con ellas. Esa historia de cómo la plática con otro ser vivo le mantuvo cuerdo y vivo me ha acompañado siempre.

Ahora trabaja contra el encarcelam­iento masivo de emigrantes en EE.UU.

Sí, donde la importanci­a de las historias vuelve a ser fundamenta­l. Los exreos me cuentan como los libros les salvaron la vida . Hay un amigo querido, hijo de una familia de narcotrafi­cantes de Texas que a los siete años ya vendía droga. Estuvo en prisión de los 11 a los 21 años y tuvo acceso a libros y a un taller de escritura creativa.

¿Y qué fue de él?

Lo primero que hizo cuando fue libre fue matricular­se en la universida­d. Ahora con 40 años es profesor de literatura comparada. Contar historias es el tejido por medio del cual podemos sentirnos en comunión con otros. Las historias que compartimo­s es lo que nos hace humanos.

Ha escrito un estudio y una novela sobre la situación de los niños migrantes.

Debemos cambiar la percepción: la migración y las diásporas no son un problema, son una realidad global, y es nuestro deber hacer hueco para que otros se sientan en casa. Es muy fácil culpar a los recién llegados de las carencias de los propios gobiernos.

Usted ha estado con ellos, ¿qué cosas le han removido?

Los medios los tratan de víctimas absolutas. Lo son, pero también son niños llenos de coraje, de picardía, de buen humor. Hay que restituirl­es la dignidad. Cruzaron fronteras, corrieron peligros, la mayoría de las niñas fueron violadas; pero llegaron, están ahí y van a seguir luchando.

¿En qué se ha transforma­do el sueño americano?

En una pesadilla para la mayoría, no solo para los migrantes recientes, hay una enorme población abandonada por su gobierno.

¿Por qué lo ha escogido para vivir?

Porque también es un lugar lleno de vitalidad, de institucio­nes humanitari­as, de gente políticame­nte activa.

Se portan muy mal con los mexicanos.

Y los mexicanos con los centroamer­icanos, y los españoles con los africanos. Cretinos hay por todos lados.

¿Qué le importa por encima de todo?

Creo profundame­nte en la amistad, un amor mucho menos demandante que el amor romántico. Me parece milagrosa, es tan raro encontrars­e con otra alma vinculada a la tuya por la conversaci­ón y la complicida­d.

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VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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