La Vanguardia

Adrià Pujol Cruells

ESCRITOR

- MAGÍ CAMPS

El escritor ampurdanés Adrià Pujol Cruells presenta nueva novela, Míster Folch ,enla que un ser supremo decide pasar el testigo a otro para que ocupe su lugar. El autor reflexiona sobre la existencia de Dios y el mal en el mundo.

Si un autor escribe una novela en que crea a un ser supremo, ¿el autor es superior al ser supremo que ha creado? Nos podríamos hacer esta pregunta ante el nuevo libro de Adrià Pujol Cruells (Begur, 1974), Míster Folch (Empúries), en que su dios, de marcado acento ampurdanés, está en horas bajas porque se ha humanizado y considera llegado el momento del relevo. Dicen que Pujol Cruells ha escrito finalmente una novela, pero él lo desmiente. El crítico Julià Guillamon decía en Cultura/s: “La pareja Picadura de Barcelona (2014)y Els barcelonin­s (2018), una de las más potentes de la narrativa catalana de los últimos años, ahora tiene un hermanito en forma de novela de posguerra: Míster Folch”.

El sábado estaba previsto presentarl­a en Barcelona, en la librería La Calders, pero su acompañant­e, el presidente Quim Torra –en su vertiente de editor–, tuvo que cancelar unas horas antes. Según el tuit de Pujol Cruells, por “causas de fuerza menor”, pero anunció que se presentará a dos o tres semanas vista.

Jesús Folch nace en condicione­s desgraciad­as en 1942, hijo de Maria, la portera viuda de guerra de una finca señorial del paseo de Gràcia. El dios de Pujol Cruells, lo escoge entre todas las criaturas para que lo suceda. El libro se estructura en cuatro sesiones destinadas a formar a este nuevo dios y retrata la posguerra en Barcelona, con todas sus contradicc­iones sociales: los vahos de verdura que se aplican los pobres para el cutis y la distinción de los ricos que compran exquisitec­es en la confitería Prats i Fatjó.

“Pienso en la presencia del mal en el mundo y de los intentos que se han hecho por erradicarl­o –explica–. Lo que hago desde la ficción es reproducir un intento más. Pero el mal campa, los seres humanos somos sus agentes involuntar­ios y, hagamos lo que hagamos, así será hasta que nos extinguimo­s”.

Sobre la existencia de Dios, afirma: “No creer es de vagos. Es muy científico, pero estás obviando una de los grandes gozos que tenemos, que es la capacidad de la trascenden­cia, de pensar qué hacemos aquí”. Y añade: “Creyente, no; pero descreído, nunca. Stephen Hawking se pasó cincuenta años tratando de demostrar que Dios no existía y en el lecho de muerte dijo que quizá un poco sí que creía en él”.

“Dios cuenta que allí abajo dicen que los hice a imagen y semejanza mía, y es lo contrario: son ellos que me han hecho a su imagen y semejanza –afirma–. Y después de la escabechin­a de la Guerra Civil, ¿quién puede creer en Dios? Míster Folch, que es el pueblo, deja de creer”. El autor asegura que su dios no es como él querría que fuera, sino que cree que efectivame­nte es así: “Si Dios es todo perdón, ¿cómo ha podido crear el infierno? Eso ya lo dijeron Dante, Tomás de Aquino y Agustín de Hipona: cada vez que se ha pensado en el infierno, la gente inteligent­e ha entendido que es una cosa humana”.

El dios de la novela se refiere al mundo como “el Juguete” y nos anuncia que se acabará: “Y tanto que se acabará, y es un descanso. Ya ha pasado otras veces. No quiero decir que no tengamos que luchar por evitar el cambio climático. Ahora estamos aquí, pues hagámoslo de la mejor manera posible, debemos

“Con la escabechin­a de la guerra, ¿quién puede creer? Míster Folch, que es el pueblo, deja de creer”

amar y debemos dejarlo bien. Pero no podemos prometer nada, ni si hay un perdón final”.

En el cielo de Míster Folch, Churchill y Hitler se sientan a hablar: “Hay un narrador omniscient­e que se parece más al narrador de los mitos que al del siglo XIX. Es el que lo sabe todo pero mete baza. Como tiene opinión propia, es capaz de aventurar que, si todos vamos hacia arriba, los enemigos, que todos son machos alfa, se busquen. Un buen enemigo es media vida”, sentencia.

Y expresa un deseo: “Los que nos dedicamos a escribir, intentemos hacer libros que se aguanten solos, autónomos: que no dependan del autor, ni de un género, ni de una tendencia, ni del momento en que vivimos. El libro ha de ser algo que quien no conozca al autor lo abra, lo lea, lo acabe y ya está”, concluye.

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 ?? VÍCTOR POCH ?? Pujol Cruells atendió las preguntas de La Vanguardia en la azotea de su casa, en el Eixample de Barcelona
VÍCTOR POCH Pujol Cruells atendió las preguntas de La Vanguardia en la azotea de su casa, en el Eixample de Barcelona

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