“Francia no ha cerrado la herida de la guerra de Argelia”
Alice Zeniter, escritora, publica ‘El arte de perder’
Asus once años, la francesa Alice Zeniter (Clamart, 1986) enterada de que a esa edad Mozart había compuesto su primera ópera, y porque tocaba el piano, quiso imitarlo. Sus padres no la disuadieron. Pero la realidad es tozuda: no fue compositora. Sí novelista. Precoz: con 16 años, publicó su primera novela. Tres lustros más tarde, ya diplomada de la prestigiosa Escuela Normal Superior de París, dramaturga, directora de teatro, un poco actriz, autora de libros para jóvenes, un guion de cine realizado y otro en proceso, Zeniter ha publicado cinco novelas y tiene otra en marcha. En España se conocía su Domingo
sombrío (2013), sorprendente saga sobre una familia húngara, y crónica del siglo XX húngaro, y, desde el pasado 19 de septiembre, El arte de
perder (Salamandra), que en Francia cosechó una retahíla de premios, incluido el codiciado Goncourt de los alumnos de instituto, más vendedor que el de la Academia. La novela sucede a uno y otro lado del Mediterráneo, en tres partes: La Argelia de nuestros abuelos, La fría Francia y Esa metrópolis.
La primera parte es un comprimido histórico de la Argelia colonial que dejará de serlo. La segunda es el retorno a Francia de los
pieds noirs. La tercera deja entrever la difícil relación actual de un país mal conocido y un París que, además, tiene otros problemas. Francia no ha cerrado la herida de aquellos que dejaron Argelia involuntariamente. Eso tenía que salir en la novela porque, para mí, como autora, sería un fracaso que alguien termine la novela y se sienta obligado a recurrir a una enciclopedia para situar historia y personajes. Pero al mismo tiempo, la realidad es múltiple, la historia opinable. Lo primero que hice fue constituir un fondo documental.
¿Ensayos?
Hubo dos, básicos: La doble ausencia, de Abdelmadek Sayad, y Argelia 60, de Pierre Bourdieu. Lo más
complicado era hacer vivir a los personajes, en los años 50 por ejemplo, en su vida cotidiana. ¿Qué comían y cómo lo comían? ¿de qué hablaban? Porque era una novela y no un ensayo. Personajes vivos.
Usted tiene varias ocupaciones, el teatro, el cine, lee mucho.
El arte de perder puso todo entre paréntesis. Fueron dos años de trabajo intensivo y concentrado. Escribía 10 ó 12 horas por día. Es un recuerdo agradable. Dejé París, donde las posibilidades de distracción eran numerosas, y me fui a un lugar perdido, en Bretaña, donde no conocía a nadie ni nadie me conocía.
Tiene un abuelo harqueño, como el de la novela.
Sí, y una familia “mixta”, como tantas. Pero en mi familia reinaba el silencio. En los 90, silencio lógico, porque en Argelia reinaba el terror.
No cruzaban el Mediterráneo.
No, mi primer viaje a Argelia fue en el 2011, con un amigo con el que siempre lo habíamos fabulado. Su hermano tenía un crédito para hacer un filme, con fecha límite. No pudimos decir que no. El segundo
viaje, más relajado, fue en el 2013.
¿Allí germinó la idea de la novela?
No exactamente. En ese viaje, ya no se trataba de buscar huellas de mi familia, del pueblo perdido en la montaña cabila, sino de un encuentro cultural, con argelinos que hubiera podido cruzar en París, escritores, cineastas. Y creció la idea de una novela, pero no era esta. Unos
intelectuales parisinos confrontados a otra realidad.
¿Y esa primera novela, con 16 años?
Géva Caban, autora de libros para niños, visitó mi clase y, a pesar de mis 12 años, cuando le pregunté cómo publicar un libro me aconsejó en plan adulto: vas a la librería, miras qué libros están en la línea del tuyo y mandas el texto a esas editoriales. Me hizo creer que era posible. Cuando terminé mi novela, con 15 años, la mandé a una editorial del centro de Francia, elegida en una selección que había hecho mi madre.
¿Esa facilidad imprime carácter?
Creo que sí. Evité la confusión entre literatura y mundo literario. Los salones, todo eso... lo conocí cuando ya había puesto ese primer ladrillo. Pero también es importante que pasé la infancia en Normandía, la región de mi madre, en espacios abiertos, sin limitaciones. Con mis dos hermanas inventábamos mundos y éramos los personajes. Ni siquiera estaba limitada por el género. Podíamos ser los tres mosqueteros. Y a pesar de que el tema de El
arte de perder implique a su familia, no es un testimonio.
No, me horrorizan las confesiones, los libros terapia. Al contrario, Alí, el abuelo de la novela, ha terminado por superponerse al mío, en mi cabeza. Y tengo muy claro que yo soy la escritora: el amo de las marionetas.
NADA PERSONAL
“Me horrorizan las confesiones, como escritora soy sólo el amo de las marionetas”