Compromiso y belleza
Entrega del León de Oro de la Bienal de Venecia al compositor George Benjamin
Todo parece confluir en estos momentos de cierto desconcierto de las artes en la búsqueda –al menos en la música– de eso que se llamaba la obra de arte total, en la confluencia de las expresiones en un mismo continente. No por casualidad, sumado a sus propios méritos por supuesto, Wagner sigue moviendo los espíritus de una parte de la cultura ilustrada de nuestro tiempo.
Señalo este aspecto desde Venecia, donde la Bienal acaba de conceder al compositor británico George Benjamin (1968) su máxima distinción con el León de Oro. Un premio que llega después de una larga lista en la que vemos luces y sombras. El último en recibirlo fue Keith Jarret, y algunos nombres anteriores también presentan claroscuros, como Boulez, Tan Dun, Aperghis, Steve Reich… Por fin una figura que no ha sido parte de los dogmas serialistas que dominaron desde la posguerra. Benjamin es un producto genuino de la libertad de pensamiento y de la sensibilidad, atendiendo de forma crítica a todos los ingredientes de su tiempo, con inteligencia y un compromiso con el trabajo. Espero que vayan saliendo otros que no forman parte de esa élite promovida desde Darmstadt o luego el Ircam.
Benjamin nos decía que la ópera ha sido siempre su obsesión, desde muy joven, y que ha llegado a ella después de años de trabajo y meditación. En efecto, su trabajo es mucho, y su catálogo no es como los habituales de centenares de obras, sino que se puede contemplar en un par de páginas o tres. A pesar de su espíritu reflexivo, y quizá por eso, sus ideas son claras, compone lentamente, y sus tres últimas obras desde el 2006 son de músicas escénicas, entre ellas la gran Written on skin (2012) que pudimos escuchar dirigida por él mismo en el Liceu en 2016, y que el viernes, en el teatro Goldoni de Venecia donde el presidente de la Biennale Paolo Baratta y el director del festival Ivan Fedele le entregaron el premio, también pudimos escuchar siempre en versión concierto, aunque favorecida por la cercanía de una sala pequeña.
En el horizonte de Benjamin está la figura imponente de nuestro siglo de Messiaen, de quien fue el alumno destacado, y otra parte de su formación se debe a la tradición británica, en la que parece no querer afiliarse, aunque su estética nos dice mucho de músicas que van de Byrd a Britten. La propia elección del libro de Martin Crimp de esta ópera –La leyenda del trovador el cavaller Guillem de Cabestany, de la comarca del Rosselló– le remite a una sensibilidad poética, retomada por el Petrarca veneciano, y la utilización de los registros vocales –maravillosos dúos de contratenor y soprano en los que se subraya la coincidencia armónica y la belleza–, expresiones en tercera persona, la cercanía sensual y la distancia a la vez… Conmover a través de la belleza.
Una acertada propuesta la de esta Bienal que, al repasar y disfrutar de esta versión de la ópera de Benjamin, me hizo pensar mucho en la reciente presentación en el Liceu de L’enigma di Lea de Casablancasargullol, un formidable trabajo, con las características distintivas propias de los autores, que asume un estilo de llegar a la ópera, un género que visto desde este rincón veneciano nos remite al origen monteverdiano, pero también a la conjunción de artes que se origina en los griegos, cuna de nuestra cultura.