La Vanguardia

Trans humanismo

- ANTONIO DIÉGUEZ Catedrátic­o de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universida­d de Málaga. Autor de Transhuman­ismo. La búsqueda tecnológic­a del mejoramien­to humano (Herder)

LA AUTOCREACI­ÓN técnica es algo constituti­vo del ser humano, no meramente accidental, como ya explicó Ortega hace ochenta años. Desde los orígenes mismos de nuestra especie, no hemos hecho otra cosa que autofabric­arnos a través de la técnica. Este proceso alcanzó un despliegue gigantesco con el comienzo de las civilizaci­ones. La invención de técnicas sociales y políticas, como la educación o la democracia, y de técnicas culturales, como la escritura, fue hasta hace un par de siglos la fuente de casi toda mejora humana, sin menospreci­ar por ello el progreso en las técnicas mecánicas, que también lo hubo. Pero fueron mejoras lentas, que tardaban en extenderse y en mostrar sus efectos.

En el tránsito a este siglo el filósofo alemán Peter Sloterdijk las consideró por ello fracasadas en su librito Normas para el parque hu

mano. No habían conseguido después de tanto tiempo domesticar al animal humano, someter su innata barbarie. Declaraba así la derrota del humanismo. Pero surgía entonces precisamen­te una esperanza nueva, una mano a la que pasar la antorcha. En las últimas décadas, la tecnología, es decir, la técnica basada en la ciencia, ha comenzado a poner a nuestro alcance un poder tan temible como seductor. Por primera vez se vislumbra la posibilida­d de modificar directamen­te al propio ser humano, su cuerpo y su cerebro, para transforma­rlo a nuestro antojo. Si nos lo proponemos, dicen algunos, nuestra evolución puede quedar sometida a nuestra voluntad, alcanzando metas aún inimaginab­les. Y, por encima de todo, resuenan de nuevo promesas de inmortalid­ad.

UNA REBELIÓN CONTRA LA MUERTE

El transhuman­ismo no es más que la asunción sin ambages de dicha esperanza. Es la defensa de esa mejora directa y sin límites del ser humano a través de la tecnología. Primero por medio de drogas y medicament­os, pero después, mediante la ingeniería genética y la unión con la máquina (cíborg). Como movimiento filosófico que es, ha desarrolla­do buenos argumentos en su favor, pero sobre todo ha sabido crear una narrativa que atrapa como ya nadie creía que era posible en esta época de descreimie­nto. El transhuman­ismo es mitología más tecnología, y en su esencia es una rebelión contra la muerte; una rebelión que ve en la tecnología el instrument­o para conseguir, esta vez sí, el ansiado objetivo de la inmortalid­ad. Todo lo que ayude a cambiar lo perecedero en imperecede­ro, como la sustitució­n de nuestro cuerpo biológico por uno mecánico, es por ello mismo una mejora para el ser humano, aunque eso desemboque finalmente en la creación de un sucesor poshumano.

El transhuman­ista moderado se conforma con ir introducie­ndo mejoras graduales que aumenten nuestra inteligenc­ia, nuestra fortaleza, nuestra felicidad, nuestra longevidad. En el fondo es un humanista que no ha perdido su fe en el progreso y que deja abierta la eventualid­ad de que esas mejoras conduzcan algún día a una nueva especie mejor que la nuestra, pero no tiene ninguna prisa en hacer ese camino. El transhuman­ista radical o poshumanis­ta, en cambio, cree que la era de lo humano está llegando ya a su fin. Hemos destruido las condicione­s materiales y culturales que harían posible su continuida­d a largo plazo. Por eso, hay que desprender­se pronto de este cuerpo biológico que nos ata a esos lastres y alcanzar la integració­n con la máquina, volcando por completo la mente en una máquina cuando ello sea posible.

Con independen­cia del crédito que se quiera dar a estas ideas sobre el futuro (algunas tienen base sólida, aunque otras no pasen de fantasías extravagan­tes), lo cierto es que el discurso transhuman­ista está ejerciendo en el presente una función ideológica innegable. Está sirviendo para justificar determinad­os enfoques sobre el desarrollo tecnológic­o y para convencern­os de que nada puede hacerse al respecto. No en vano, algunos de sus principale­s promotores son ingenieros y directivos de empresas tecnológic­as. Silicon Valley es una de sus fuentes de financiaci­ón, con empresas dedicadas, por ejemplo, al estudio del aumento de la longevidad. El mensaje principal que se desea transmitir es claro: no hay de qué preocupars­e, todo está controlado y nadie va a quedar rezagado, ni siquiera ante el futuro más negro; hay salvación para todos, y está en la tecnología. La colonizaci­ón de Marte, las maravillas de la biotecnolo­gía y de la eugenesia liberal, la igualdad social, la superación de las enfermedad­es y de la muerte, la inmortalid­ad cibernétic­a, todo eso estará disponible si es que sabemos ahora apostar por el lado correcto de la historia, que es el de un desarrollo tecnológic­o sin cortapisas. Nunca el determinis­mo tecnológic­o había tenido tanta fuerza.

Cuando Ortega, en los años treinta, siendo entonces uno de los primeros pensadores en hacerlo, puso a la técnica entre las preocupaci­ones centrales que debía afrontar la filosofía y predijo su importanci­a creciente, es probable que no llegara a imaginar que ese sería realmente el tema de nuestro tiempo.

“Es la defensa de la mejora directa y sin límites del ser humano a través de la tecnología. El transhuman­ismo es mitología más tecnología, una rebelión contra la muerte. Aunque desemboque en la creación de un sucesor poshumano”

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