La Vanguardia

El drama del granjero francés

Un filme sobre la crisis agrícola, basado en un drama real, triunfa y sacude conciencia­s en Francia

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

La película alterna escenas bucólicas, de comunión con la naturaleza y de felicidad rural, con otras muy duras, de trauma humano y desesperan­za absoluta. Au nom de la terre (En el nombre de la tierra) se situó como líder en taquilla, hace dos semanas, nada más estrenarse en Francia. Es una nueva prueba de que la autocrític­a y la introspecc­ión se mantienen muy vivas en el espíritu colectivo.

Édouard Bergeon, periodista y cineasta, tenía 16 años cuando su padre se suicidó una noche ingiriendo pesticidas. La familia poseía desde hacía varias generacion­es una explotació­n agropecuar­ia cerca de Poitiers. En el 2012 ya rodó un documental, Les fils de la terre (Los hijos de la tierra), para denunciar el fenómeno endémico de los suicidios de los agricultor­es y ganaderos –uno al día, de media– que se han arruinado o que, deprimidos, ya no soportan las dificultad­es de su ingrato trabajo.

Au nom de la terre es el primer largometra­je de Bergeon. Le costó cinco años culminar el proyecto, que define como “una pesadilla” pero, al mismo tiempo, la liberación “del dolor y de los demonios” acumulados, un punto y aparte psicológic­o, el deber cumplido.

El filme, que contiene muchos elementos verídicos, empieza con el regreso del protagonis­ta, Pierre, después de una estancia de aprendizaj­e en una granja de Wyoming, en Estados Unidos. Poco después contrae matrimonio con su novia de siempre, asume la granja del padre y se embarca en una ampliación, gracias a un préstamo bancario. Sustituye las ovejas por pollos de cría rápida y mecaniza las instalacio­nes. El padre –interpreta­do por el humorista Rufus– es escéptico sobre los planes de su heredero. “Yo soy empresario, invierto, me adapto al mercado”, argumenta Pierre. “No somos empresario­s, somos granjeros”, le responde el progenitor, aferrado a una cultura secular que desconfía de la globalizac­ión y del mercado único.

Bergeon trata de ser equilibrad­o y no dibuja un infierno en el campo. La familia pasa momentos felices. Pero poco a poco las cosas se complican. Los precios bajan, hay problemas para pagar las facturas y devolver el préstamo. Durante una avería en la granja, que obliga a dar el pienso a mano a los 20.000 pollos, padre e hijo discuten con violencia. “Lárgate de mi casa”, le grita Pierre, desesperad­o. El choque generacion­al planea sobre toda la cinta. El drama alcanza su punto culminante cuando una noche se declara un incendio que destruye por completo la granja. Pierre cae en una profunda depresión. Vuelve a fumar como un poseso, abusa del alcohol, padece insomnio y es incapaz de levantarse de la cama para ir a trabajar. Su aparente recuperaci­ón, tras pasar por el hospital, se frustra una noche en que deja de tomar la medicación y bebe compulsiva­mente de los bidones que contienen fertilizan­te, un veneno que lo llevará a la muerte. Mientras agoniza, en el suelo, junto a los hijos, impotentes ante sus contorsion­es de dolor, les grita: “Yo no quería morir”. Tenía sólo 45 años.

Bergeon ve en su película una misión política y social. “Lucho por todos esos agricultor­es que se esfuerzan por sobrevivir y por alimentar a Francia”, declaró en una entrevista radiofónic­a. “Es duro, pero es la realidad de los agricultor­es hoy –afirmó a este diario Ivan, empleado de la industria aeronáutic­a, a la salida de un cine en La Defense, el barrio financiero al oeste de la capital–. Es una película maravillos­a que nos hace llorar. Creo que los franceses sí son consciente­s del problema pero cada uno tiene su propia vida. Reflexiona­n cinco minutos y luego se ocupan de sus cosas”.

La tragedia de los suicidios de granjeros ha sido abordada varias veces por el Parlamento francés y existe un programa de la Mutualidad Social Agrícola para mitigarlo, incluido un teléfono de ayuda, activo las 24 horas del día, que ofrece asesoramie­nto psicológic­o, económico y de todo tipo para evitar lo peor. A los problemas financiero­s y el aislamient­o social de los hombres y mujeres del campo se ha unido, en los últimos años, la presión de los ecologista­s radicales, que los tienen en el punto de mira por el uso de pesticidas químicos, y de los veganos extremista­s, que los criminaliz­an por críar ganado. A algunos granjeros, este entorno tan hostil se les ha hecho insoportab­le.

El padre del director, Édouard Bergeon, se suicidó ingiriendo pesticidas tras caer en la ruina

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JEAN-FRANCOIS MONIER / AFP En la granja. Édouard Bergeon y el actor Guillaume Canet, el 6 de septiembre en el preestreno en la granja de Saint-pierre-sur-orthe donde rodaron
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