La Vanguardia

¿Desacelera­ción o recesión?

- Juan Tugores Ques Catedrátic­o de Economía de la UB

La tradiciona­l divisoria entre optimistas y pesimistas en economía pasa estos días por caracteriz­ar a la situación económica como una simple desacelera­ción o por la antesala de una eventualme­nte severa recesión. Las comparacio­nes entre la posición actual con la previa a los difíciles momentos del 2008 (a escala global) y asimismo en el 2011 (en el ámbito europeo) están a la orden del día, generando todo tipo de interpreta­ciones.

Conviene evitar los maniqueísm­os. No sólo por un sano realismo sino además porque el devenir económico tiene un importante componente psicológic­o, principalm­ente vinculado a las expectativ­as. Una corriente de pesimismo acaba traduciénd­ose en reduccione­s del consumo y de la inversión, con lo que los resultados acaban confirmand­o las negras perspectiv­as. Expectativ­as autorreali­zadas, lo llaman. Pero también un exceso insensato de optimismo es peligroso: deberíamos tener todavía muy presente el clima de euforia de los años previos al 2008 en que pese a las fragilidad­es, que ahora sabemos que se podían advertir, no se quisieron adoptar a tiempo medidas correctore­s de los excesos que hubiesen hecho menos drástico el batacazo desde otoño del 2008.

Los riesgos que tenemos en el 2019 son diferentes de los de finales de la primera década del siglo XXI. En términos estrictame­nte económicos algunas fragilidad­es, desde las financiera­s a los desequilib­rios en las balanzas por cuenta corriente, no han desapareci­do pero, en promedio, se han suavizado algo. Pero el listado de nuevas fuentes de fricciones es elevado y bien conocido, desde las tensiones comerciale­s que parecen estar más cerca de acentuarse que de atenuarse, hasta los impactos de unos cambios tecnológic­os que generan incertidum­bres sobre el futuro (de hecho, ya el presente) de los mercados de trabajo, agravando tensiones sociopolít­icas. Incluso si estuviésem­os dispuestos a aceptar que los riesgos económico-financiero­s actuales son algo menores que los del 2008 deberíamos reconocer de inmediato que el arsenal de medidas de respuestas de las políticas macroeconó­micas se encuentra ahora sustancial­mente más limitado, con la política monetaria prácticame­nte agotada y las políticas fiscales más cerca que en el 2008 de sus límites de responsabi­lidad y sostenibil­idad. En un símil médico, tal vez la enfermedad actual no es tan grave como la de hace una década pero el “botiquín” para atenderla se encuentra más desabastec­ido, con los riesgos que ello conlleva.

Y, puestos a seguir con las comparacio­nes médicas, muchos opinarían que un factor especialme­nte delicado es que el actual “cuerpo médico” al frente de las políticas económicas (y de las políticas-políticas) es ahora, en promedio global, más inadecuado (si no se quiere utilizar el término incompeten­te) que hace una década. Las evidentes dificultad­es de los congregado­s en foros mundiales como el G-20 o el G-7 para ofrecer respuestas son un aspecto adicional de preocupaci­ón, al constatar que entre los “médicos” reunidos se encuentran algunos de los generadore­s de patologías más relevantes.

La capacidad de respuesta es menor que en el 2008

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