¿Desaceleración o recesión?
La tradicional divisoria entre optimistas y pesimistas en economía pasa estos días por caracterizar a la situación económica como una simple desaceleración o por la antesala de una eventualmente severa recesión. Las comparaciones entre la posición actual con la previa a los difíciles momentos del 2008 (a escala global) y asimismo en el 2011 (en el ámbito europeo) están a la orden del día, generando todo tipo de interpretaciones.
Conviene evitar los maniqueísmos. No sólo por un sano realismo sino además porque el devenir económico tiene un importante componente psicológico, principalmente vinculado a las expectativas. Una corriente de pesimismo acaba traduciéndose en reducciones del consumo y de la inversión, con lo que los resultados acaban confirmando las negras perspectivas. Expectativas autorrealizadas, lo llaman. Pero también un exceso insensato de optimismo es peligroso: deberíamos tener todavía muy presente el clima de euforia de los años previos al 2008 en que pese a las fragilidades, que ahora sabemos que se podían advertir, no se quisieron adoptar a tiempo medidas correctores de los excesos que hubiesen hecho menos drástico el batacazo desde otoño del 2008.
Los riesgos que tenemos en el 2019 son diferentes de los de finales de la primera década del siglo XXI. En términos estrictamente económicos algunas fragilidades, desde las financieras a los desequilibrios en las balanzas por cuenta corriente, no han desaparecido pero, en promedio, se han suavizado algo. Pero el listado de nuevas fuentes de fricciones es elevado y bien conocido, desde las tensiones comerciales que parecen estar más cerca de acentuarse que de atenuarse, hasta los impactos de unos cambios tecnológicos que generan incertidumbres sobre el futuro (de hecho, ya el presente) de los mercados de trabajo, agravando tensiones sociopolíticas. Incluso si estuviésemos dispuestos a aceptar que los riesgos económico-financieros actuales son algo menores que los del 2008 deberíamos reconocer de inmediato que el arsenal de medidas de respuestas de las políticas macroeconómicas se encuentra ahora sustancialmente más limitado, con la política monetaria prácticamente agotada y las políticas fiscales más cerca que en el 2008 de sus límites de responsabilidad y sostenibilidad. En un símil médico, tal vez la enfermedad actual no es tan grave como la de hace una década pero el “botiquín” para atenderla se encuentra más desabastecido, con los riesgos que ello conlleva.
Y, puestos a seguir con las comparaciones médicas, muchos opinarían que un factor especialmente delicado es que el actual “cuerpo médico” al frente de las políticas económicas (y de las políticas-políticas) es ahora, en promedio global, más inadecuado (si no se quiere utilizar el término incompetente) que hace una década. Las evidentes dificultades de los congregados en foros mundiales como el G-20 o el G-7 para ofrecer respuestas son un aspecto adicional de preocupación, al constatar que entre los “médicos” reunidos se encuentran algunos de los generadores de patologías más relevantes.
La capacidad de respuesta es menor que en el 2008