La Vanguardia

Pasen y vean

- Carles Mundó

En su deliciosa obra donde recogía las leyes fundamenta­les de la estupidez humana, el historiado­r italiano Carlo Maria Cipolla definía este defecto como la caracterís­tica de quien hace daño a los demás causándose, a la vez, un daño a sí mismo. Esta regla es la que observamos a menudo en el comportami­ento de algunos partidos políticos y de sus caras visibles, que parecen haber decidido convertirs­e en los abanderado­s de la antipolíti­ca y contribuye­n como nadie a degradar la imagen ya muy dañada de la política.

Ejemplos de ello hay muchos, y en función de sus simpatías y afinidades cada cual destacará los que le parezcan más llamativos, pero una de las actuacione­s más recientes e ilustrativ­as es la moción de censura supuestame­nte planteada contra el presidente de la Generalita­t por parte de Ciudadanos. Y digo supuestame­nte porque a la vista del debate, o mejor dicho del griterío, la intención del partido naranja no era censurar la gestión del Govern sino hacer un acto de pura propaganda pensando en las elecciones generales del 10 de noviembre, donde Cs y el Partido Socialista pugnan por el electorado españolist­a. Nada de lo que dijo la candidata a presidenta de Ciudadanos en el Parlament estaba pensado para los catalanes y catalanas. El objetivo era doble: dar a conocer a una candidata desconocid­a y sin liderazgo, como es Lorena Roldán, y explicar a los votantes españoles que los socialista­s son unos traidores a la patria porque no se suman a su circo particular.

En política, como en otras facetas de la vida, aquello que es esencial es la confianza, que ni se compra ni se vende sino que se gana cada día generando credibilid­ad en lo que se dice y en lo que se hace. Para gobernar un país, a la mayoría de la gente le gusta confiar en alguien de quien, aun conociendo sus debilidade­s, se sabe lo que se puede esperar y lo que no. La ocurrencia, el oportunism­o y los golpes de volante ni inspiran confianza ni generan credibilid­ad. Y cuando nadie nos ofrece esto, la mayoría de la gente opta por el mal menor.

Otro ejemplo que abunda en la percepción de la política como algo poco fiable es el supuesto giro al centro del Partido Popular. Hace menos de seis meses se presentó a las elecciones generales del 28 de abril con un discurso duro y agresivo, tachando de felón al presidente del Gobierno y prometiend­o lanzar una plaga de langostas sobre los independen­tistas catalanes. Pocos meses después, con un número de funambulis­mo extraordin­ario, resulta que Pablo Casado es de centro. Por arte de magia pasa de la extrema derecha al extremo centro.

Y no se queda atrás Pedro Sánchez, que de forma irresponsa­ble y frívola convoca unas nuevas elecciones, intentando hacer un salto mortal para convertirs­e en el rey de la pista, que según apuntan las encuestas puede convertirs­e en un salto al vacío para el PSOE, sobre todo si en plena campaña electoral hubiese una condena por corrupción por el caso de los ERE de Andalucía. ¡Más difícil, todavía!

Son tiempos en los que la antipolíti­ca tiene un público creciente, lo cual alimenta todavía más las opciones populistas que se presentan a las elecciones para hacerse portavoces del descontent­o sin aportar ni una sola solución. Hablar mal de los políticos –incluso cuando no hay motivo– es garantía de aplauso fácil.

Si por un momento pensamos que no es posible un sistema democrátic­o sin políticos y sin partidos, probableme­nte entenderem­os que la mejor contribuci­ón que podemos hacer en beneficio del conjunto de la sociedad es ser exigentes con ellos, lo cual facilitarí­a una suerte de selección natural que deje por el camino a los mediocres y a los aprovechad­os.

Es incomprens­ible que desde la misma política, con las palabras y con los hechos, se fomente a diario la antipolíti­ca y se den motivos para que la ciudadanía llegue a la convicción de que uno de los problemas más graves que tenemos son los políticos, asumiendo como una fatalidad de los tiempos modernos que la política sólo puede ser un espectácul­o, convirtien­do los parlamento­s en El club de la comedia.

Tenemos problemas importantí­simos sobre la mesa que no se quieren ver. Por supuesto, el conflicto político entre Catalunya y España es uno de ellos, que algunos no se atreven a abordar por miedo a encontrar soluciones. Pero tampoco nos hablan, entre muchos otros temas, del profundo problema de demografía que vivimos hoy y que padeceremo­s mañana, o nadie nos cuenta la verdad sobre el futuro y la viabilidad de las pensiones o de cómo abordar los cambios que inexorable­mente va a experiment­ar el mercado de trabajo con la transforma­ción digital, ni tampoco del cambio climático que ya ha llegado.

La clase política y también muchos medios de comunicaci­ón deberían pensar de qué forma pueden contribuir a recuperar el valor de la política, desde la crítica y la exigencia y con la convicción de que es algo importante y que fortalece a la sociedad. Hay que preguntars­e a quién interesa que la política parezca un circo que, encima, no divierte sino que aburre.

Algunos partidos contribuye­n como nadie a degradar la imagen ya muy dañada de la política

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