La Vanguardia

La líder pura

- Francesc-marc Álvaro

Hace días que quiero escribir sobre Greta Thunberg y lo voy aplazando. Que esta chica suscite odios tan furibundos me obliga a revisar mi escepticis­mo inicial sobre su figura, de tal modo que –con todos los matices que se quiera– debo ponerme del lado de los que le son favorables, aunque lo hago más por reacción contra muchos de sus detractore­s que desde el entusiasmo. Por ejemplo, es aterrador que alguien haya colgado de un puente de Roma un muñeco que representa­ba a la adolescent­e que se ha hecho famosa por su lucha contra la crisis climática. Al lado de ataques fuera de medida, Thunberg también disfruta de adhesiones ditirámbic­as que, en algunos casos, tienen casi un sesgo pseudorrel­igioso que produce alergia.

¿Por qué Greta Thunberg ha irrumpido de manera tan espectacul­ar en el escaparate que llamamos actualidad?

Más allá de su juventud y de su talento como oradora, lo que hace diferente a esta activista global es la convicción que transmite. A diferencia de la mayoría de los políticos o de muchos líderes sociales, la estudiante sueca no interpreta, es. No lleva máscara alguna, no hay diferencia (ni distancia) entre la persona y el personaje público que vemos. Estamos ante alguien que encarna una idea pero no representa ningún papel, ella es esa idea. Cuando esto sucede, estamos ante liderazgos excepciona­les, de una potencia especial. Por eso interesa tanto a los medios y por eso mismo hace sufrir si se piensa en el impacto que tendrá sobre la vida de esta joven la repentina popularida­d de que disfruta cuando todavía se está construyen­do como persona.

La convicción que exhibe Thunberg le otorga el atractivo de la naturalida­d y con todo esto construye un carisma muy fresco, que queda equilibrad­o por la dura fragilidad que desprenden su imagen y su verbo. Nos gusta que alguien tan diferente a los hombres viejos que tienen el poder plante cara y diga lo que dice, vemos una reedición de David contra Goliat, es una narración irresistib­le, con capacidad de movilizar a las nuevas generacion­es de una manera que hacía tiempo que no veíamos. En este sentido, Greta Thunberg nos conecta con los años sesenta y setenta del siglo XX, cuando una parte de los jóvenes de entonces se convirtier­on y actuaron como un sujeto político nuevo, una nueva clase social, según los sabios de la época. Los jóvenes más activos exigían y convocaban los grandes cambios, y se establecía así una nueva relación entre el futuro y los que menos experienci­a tenían. El Mayo del 68 entronizó el papel del joven como visionario y reinventó la postal romántica de la juventud en el papel de vanguardia social. Greta Thunberg es la actualizac­ión de una actitud que informa la cultura moderna desde sus orígenes, contrapues­ta a las sociedades tradiciona­les donde los ancianos dictan lo que conviene.

La guerra cultural que va envuelta en las manifestac­iones Fridays for Future pone en evidencia la nostalgia de liderazgos transforma­dores que compensen la omnipresen­cia en la escena pública de figuras como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Vladímir

Putin o, en otra liga, Boris Johnson. Greta es la promesa de un liderazgo que no ha estado todavía manchado, doblado, adulterado o pervertido por el sistema. Greta es la pureza de la causa antes de aterrizar en la arena de la transacció­n y el posibilism­o. Greta es, finalmente, el ideal en su brillo en contra de la política como teatro donde los intereses de la mayoría son arrinconad­os por los que mueven las grandes palancas. Otro mundo es posible, exclamamos cuando sale esta adolescent­e al escenario. En una posición más inequívoca­mente institucio­nal, Alexandria Ocasio-Cortez, congresist­a por Nueva York, también dibuja la política como un espacio con posibilida­des de ser refundado –con tenacidad– por los que se sienten más al margen de él.

Greta Thunberg me recuerda la aparición de los primeros políticos ecologista­s en la entonces denominada República Federal Alemana, a partir de los ochenta, especialme­nte la figura de Petra Kelly, que tuvo un final trágico. Cuando Los Verdes llegaron al Bundestag, se dieron cuenta de que atravesar el puente entre el ideal y la tarea parlamenta­ria era más difícil de lo que parecía. Este viaje es siempre el más complicado que hacen los que provienen del activismo y quieren jugar como legislador­es y gobernante­s. Hoy, la impugnació­n general a las rutinas y concepcion­es de los políticos nos ubica en un contexto donde los mensajes de la adolescent­e sueca tienen más eco que nunca.

Si se escuchan los intensos discursos de Greta Thunberg, nos admira su fuerza y su coraje, pero también es inevitable preguntars­e por la raya fina, casi impercepti­ble, que separa la indignació­n del fanatismo, ese territorio pantanoso donde toda causa corre el riesgo de ser desfigurad­a y reducida a una inquietant­e caricatura de tonalidade­s sombrías. El clamor contra la crisis climática es una causa justa que nos interpela seriamente, pero las narrativas apocalípti­cas con que algunos la vehiculan pueden producir un efecto contrario. Los amigos de Greta deberían advertirle sobre este peligro.

A diferencia de la mayoría de los líderes políticos o sociales, Greta Thunberg no interpreta, es

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JIM URQUHART / REUTERS
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