La Vanguardia

Bestiario de octubre

- Julià Guillamon

El rinoceront­e. Jorge Luis Borges, que tenía sueños recurrente­s, decía que no le asustaban. Empezaba a soñar y pensaba: “el sueño del laberinto” y seguía soñando como si estuviera viendo una película. Es lo que me pasa a mi con los toros. Voy por una calle de pueblo en la que anda suelo un toro que enviste a la gente. A veces es un morlaco de 500 quilos y, más a menudo, un novillo. No hace daño a nadie y a mi nunca me ataca. Pero, claro, crea una incertidum­bre angustiosa. El sueño termina de golpe, antes de que haya una desgracia. Me gusta la psicoanáli­sis recreativa, com a todo el mundo, y he llegado a la conclusión de que el toro es mi padre, que fue torero y que tenía más peligro que un Miura. Una noche de la semana pasada tuve una variación desconcert­ante. Estábamos sentados en unas gandulas, varias personas, hablando del Año Perucho 2020. Enfrente teníamos un seto, bastante alto. Entre las ramas vi la sombra de jabalí colosal. “¡Menudo jabalí!” Atravesó el seto y cuando salió de nuestro lado se había convertido en un pequeño rinoceront­e. Empezó a perseguir a la gente. Yo me lo miraba de lejos sin pasar peligro alguno. En el momento de acercar el cuerno al pecho de una de las personas que estaban en las gandulas, el sueño terminó. No me desperté y continué durmiendo.

La parra virgen. En seguida comprendí de donde salía el jabalí. Al día siguiente tenía que estar en Arbúcies y estaba excitado porque hacía mucho que no podía ir. Por el camino vi la parra virgen, que es una planta que se utiliza para hacer sombra en las casas, y que ha colonizado las arboledas entre can Pasqual y can Blanc. En primavera y verano no se ve: las hojas verdes de la parra virgen se confunden con las hojas verdes de los chopos. Cuando enrojecen, en otoño, destacan un montón. Es una metáfora de las imágenes del subconscie­nte, que emergen de pronto. A partir de ahora los pámpanos se pondrán amarillos e irán perdiendo hojuelas.

El cordero que sigue al asno. Mis amigos Vicenç Gubern y Nuri Casadesús me invitan a almorzar en can Trompet. Vicenç participó en aquella campaña, de hace unos años, que distribuyó asnos catalanes por las masías para que no se perdiera la raza. El asno de Vicenç se llama Izás. También tiene un cordero que vive junto al cercado. Se llama Shalai y es muy lanudo. Tenemos pendiente una excursión por el Montseny. Vicenç sale a andar con el asno y el cordero, en fila. La gente que se encuentran por el camino alucina. “Los corderos son unos bichos muy raros –me dice Vicenç, que lleva años observando a Shalai–. Son muy gregarios. Se pone detrás. Pero entonces se da cuenta de que va el último y no le gusta: lo encuentra peligroso. Trota un poco y pasa delante. Al cabo de un rato ve que va el primero y se asusta: va para atrás. Hasta que el asno, cabreado, le tira una coz.” Vicenç abre a Xhalai la puerta del cercado de Izás y me hace una demostraci­ón. “Un cordero que sigue a un asno: ¡parece la política española!”. Nuri sale al portal de can Trompet, secándose las manos con el delantal: “¡A comer!”

Borges tenía sueños recurrente­s: soñaba como si estuviera viendo una película

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