El neonazi de Halle quería perpetrar una matanza
Merkel anuncia “tolerancia cero” ante el odio y la violencia
Un atentado de carácter neonazi y con ciudadanos judíos como objetivo es la peor pesadilla imaginable para el alma germana, por los demonios históricos que agita. De ahí la respuesta rotunda de la clase política después del ataque perpetrado anteayer por un individuo en la ciudad de Halle, en el este de Alemania, en el que murieron dos personas y otras dos resultaron gravemente heridas.
Por muy poco se evitó una matanza apocalíptica en el corazón del país responsable de la Shoah. Y nada menos que en la fiesta del Yom Kipur, Día de la Expiación. Hubiera sido aún más devastador para la imagen de Alemania en el mundo. Lo admitió ayer el fiscal general, Peter Frank. El neonazi Stephan Baillet, de 27 años y sin antecedentes penales, no habría tenido piedad si hubiera logrado franquear las puertas de la sinagoga en el centro de Halle. La mayoría de los entre 70 y 80 fieles que estaban dentro podrían haber muerto por disparos o bombas. Baillet, con uniforme militar y casco, transportaba en el coche cuatro kilos de explosivos de fabricación artesanal.
Al ver frustrado su asalto a la mezquita, Baillet, que grabó todo su periplo criminal con una videocámara y lo retransmitió en directo por internet, buscó otras víctimas al azar, no judías. Mató a una mujer que andaba por la acera y luego a un hombre en un local de comida turca.
A pesar de haber sido herido en el cuello por los disparos de la policía, el atacante logró apoderarse de un taxi y meterse en la autopista hacia Munich. Unas obras y un choque con un camión supusieron el final de su escapada y su detención. Ayer lo trasladaron en helicóptero hasta Karlsruhe –sede de los más altos tribunales alemanes– para comparecer ante un juez.
Baillet actuó por mimetismo con el supremacista que atacó las mezquitas en Christchurch (Nueva Zelanda), en marzo pasado. También el neonazi alemán redactó un delirante manifiesto en el que acusaba a los judíos de los males del mundo y, al Gobierno alemán, de complicidad sionista. Baillet no había tenido problemas con la justicia ni estaba fichado como militante de extrema derecha potencialmente peligroso. Según su padre, siempre fue un joven problemático, inadaptado, con odio al mundo, dispuesto a buscar culpables por doquier. Cursó un año de Química, pero abandonó la universidad. Luego trabajó como técnico de radio.
La canciller Angela Merkel aprovechó un discurso en Nuremberg, ante miembros del sindicato metalúrgico IG Metall para condenar en términos tajantes el extremismo y anunciar “tolerancia cero” frente a quienes difundan odio e inciten a la violencia. El presidente de la República, Frank-walter Steinmeyer, acudió a Halle y depositó unas flores ante la sinagoga. El jefe de Estado, quien pese a sus escasos poderes tiene mucha influencia moral en Alemania, habló de “un día de vergüenza y oprobio” debido al ataque. Exhortó a los alemanes a la solidaridad con sus conciudadanos de religión hebrea y a adoptar una posición clara y determinada ante el antisemitismo. “Debemos proteger”, enfatizó Steinmeyer.
En Alemania viven unos 225.000 judíos. Después haber casi desaparecido al final de la Segunda Guerra Mundial, su número creció con fuerte al caer el muro de Berlín. Hubo muchos judíos que emigraron a Alemania desde Rusia y desde otros estados herederos de la antigua Unión Soviética. Algunos dieron luego el salto a Israel o a Estados Unidos, pero muchos se quedaron.
El debate en Alemania estos días está centrado en el caldo de cultivo que hace posible comportamientos tan extremos como el de Baillet. “Pueden actuar sin cómplices, pero no por ello están solos”, escribió un comentarista en la edición digital del semanario Der Spiegel.
El presidente de la comunidad judía de Alemania, Josef Schuster, criticó con mucha aspereza el hecho de que la sinagoga de Halle no tuviera protección policial en un día tan delicado. Testigos directos del ataque deploraron también la tardanza de la policía a llegar al lugar de los hechos.
El presidente federal, Frank-walter Steinmeyer, habla de “un día de vergüenza y oprobio”