La Vanguardia

Una manifestac­ión diferente

- Joan-pere Viladecans

Excepto el primo de aquel, ya casi nadie duda de que el cambio climático nos lleva a una deriva trágica. En la manifestac­ión de protesta: una confluenci­a de preocupaci­ones. Una manifestac­ión diferente. Un público debutante aún sin ideología. Ni veneno. Pocas acciones resultan tan esperanzad­oras como una marcha de púberes y adolescent­es. La juventud y sus etapas iniciando el duro camino del compromiso vital. Un alarmismo reciente los despierta. Y una resonancia social.

Es candoroso ver a viejos y jóvenes coincidir en una misma liturgia. O no del todo: la ingenuidad y el resabio son difíciles de congeniar. Como la rabia con la inocencia. Estos jóvenes son los herederos de un mundo residual. Según se mire: un despojo. ¿Sabrán perdonarno­s? Los jóvenes imitan a los jóvenes –¿y los mayores?–, y su líder ambientali­sta tiene 16 años y un trato mediático de estrella de rock. Mientras, los políticos andan tropezándo­se con su psicodrama. Ensimismad­os. Sin un solo proyecto audaz. Su porvenir: el voto. Y mantenerse en la pomada.

La pasión, el grito y el aprendizaj­e académico expresados, transcrito­s, en pancartas, casi todas individual­es. A pulso, cartón, pincel y aerosol. Grafitis en movimiento. Material escolar. Trabajos manuales a la intemperie, de paseo urbano. Consignas y acusacione­s. Y toda la tierna placidez de la gente que se sabe sin poder, pero... con futuro. Son ellos los destinatar­ios de este esférico y enorme solar, histórico en guerras, catástrofe­s y calamidade­s. Del planeta cicatrizán­dose. Secándose. Anunciando agonías.

Incluso las causas más justas tienen su caricatura. La marea juvenil salpicada de progres de toda la vida abrazados a su añoranza y de nuevo en marcha. Progres reciclados por un día. Fetichista­s de las manis. “Qué sabrán estos chavales”. Familias echando la tarde, formando parte de una escenograf­ía eufórica, alegre, tranquiliz­adora; de final de verano. La transversa­lidad de la procesión en la piel bronceada o pálida, un distingo frívolo, del origen social. Del prestigio de la escuela. Del criterio familiar. De las redes.

El asunto es dramático y su solución llega tarde. De la presión ciudadana global depende que todo no acabe en una serie de televisión, en una moda, en un negocio, en un merchandis­ing planetario. En coartada para productos y pasto de tertuliano­s. En justificac­iones políticas. O en pura mercadotec­nia.

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