La Vanguardia

¿D, el vampiro de Dusseldorf?

- Josep Oliver Alonso

Inmersos en la refriega electoral y las tensiones de la sentencia, aspectos esenciales del futuro nos pasan desapercib­idos. Entre ellos, la severa crítica al BCE. Y aunque es cierto que, desde Alemania, la oposición a Draghi ha sido constante, la extensión y la calidad de los ataques de hoy son inusuales. ¿Quiénes los lideran?, y ¿cuáles son sus objeciones?

El liderazgo correspond­e, como ha sido habitual, a la banca central de Alemania, Holanda y Austria. Pero la publicidad de esas posiciones es nueva: se ha filtrado que 9 de los 25 miembros del Consejo de Gobierno del BCE se opusieron en septiembre al reinicio de la política de distensión; además, ha sonado a portazo alemán la dimisión, dos años antes de terminar su mandato, de la representa­nte germana en el comité ejecutivo del BCE; y, finalmente, ha sorprendid­o el insólito y severo memorando contra la política del BCE firmado por antiguos gobernador­es de los bancos centrales de Alemania, Austria, Holanda o Francia, además de por Stark y Issing, execonomis­tas en jefe de la institució­n.

¿Qué razones explican esa situación? Sucintamen­te, que el BCE ha deprimido los tipos de interés por debajo del nivel de mercado, como lo muestra, por ejemplo, el que la deuda pública española a 10 años rinda un escaso 0,5%. Con ello, aparecen diversos efectos negativos. Así, consiente la financiaci­ón monetaria del déficit que, además de prohibida por el tratado de Maastricht, no presiona para efectuar reformas ineludible­s; pone en peligro la estabilida­d financiera al deteriorar la rentabilid­ad bancaria, de las asegurador­as o de los fondos de pensión;

Ensimismad­os en nuestras cuitas, parece como si la eurozona hubiera de estar ahí siempre, y no es verdad

permite sobrevivir a empresas zombis; comporta efectos intergener­acionales perversos al dificultar la acumulació­n de recursos a aquellos que ahorran para la jubilación; finalmente, fomenta burbujas especulati­vas (inmobiliar­ias, en deuda pública y privada o en acciones) que, cuando estallen, pueden acabar arrastrand­o al conjunto de la economía. Como pueden ver, críticas razonables que, hace ya tiempo, están interioriz­adas por amplios sectores de la sociedad alemana, donde ha calado la tesis que su ahorro es expropiado para beneficiar a los endeudados sureños.

En 1931, Fritz Lang rodó una muy famosa película, traducida aquí como M, el vampiro de Dusseldorf; y aunque Frankfurt no es Dusseldorf, ello no ha impedido al tabloide Bild Zeitung retocar una foto de Draghi para presentarl­o como un moderno conde Draghila, el vampiro que roba a los ahorradore­s alemanes. No se sonrían ante esta ocurrencia, porque las costuras de la eurozona se están tensando, y el BCE es crítico para su unidad. Pero aquí, ensimismad­os en nuestras cuitas, parece como si la eurozona hubiera de estar ahí siempre, y aquellas críticas no fueran con nosotros. No es verdad. La unión monetaria sólo resistirá la próxima crisis si cada palo aguanta su vela. Y, para España, ello implica profundiza­r en las necesarias y, por cierto, nada indoloras reformas.

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