La Vanguardia

Arlene Foster

Líder del DUP

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

La intransige­ncia del Partido Unionista Democrátic­o del Ulster (DUP, por sus siglas en inglés) puede poner en peligro la aprobación en la Cámara de los Comunes del acuerdo para un Brexit ordenado pactado entre Gran Bretaña y la UE.

Winston Churchill, hombre inteligent­e y viajado, y fuente inagotable de sabiduría, decía que con frecuencia se había comido sus propias palabras, pero debían ser bastante digestivas porque le sentaban muy bien. Boris Johnson también ha tenido que comerse las suyas, accediendo a un acuerdo para la salida de Europa muy parecido, como si fuera un hermano gemelo, al que calificó en su día de ridículo, afirmando que ningún primer ministro podría suscribirl­o porque se trataba de renunciar a parte de la soberanía y aceptar el vasallaje de la UE.

Quienes no se comen sus palabras son Arlene Foster y demás dirigentes del DUP, el partido unionista, protestant­e y ultraconse­rvador del Ulster que ha apoyado a los gobiernos minoritari­os tories desde las elecciones del 2016. Y eso que en su caso se trata de sólo dos letras, las de no. Su filosofía es el negativism­o, el no surrender (no rendirse al movimiento republican­o, el nacionalis­mo irlandés y los intentos de reunificar la isla), el no a la liberaliza­ción del aborto en la provincia. Dijeron que no, incluso, a los acuerdos del Viernes Santo. También a los compromiso­s de Theresa May con Bruselas para el Brexit, y ahora al de Boris Johnson. A lo que siempre dicen que sí es al dinero, pero no parece que esta vez unos cientos de millones de libras para un hospital o una autopista entre Belfast y Derry les vayan a hacer cambiar así como así de opinión.

De manera que en el Brexit se ha cerrado una especie de círculo y, después de tres años, se ha acabado prácticame­nte en el punto de partida: un pacto para la permanenci­a de facto de Irlanda del Norte en la unión aduanera y elementos importante­s del mercado único, con una frontera virtual con el resto del Reino Unido en el mar del Norte. O sea, la fórmula original negociada por Theresa May y aprobada por Bruselas, la que desde el principio tenía más sentido, pero que saltó por los aires cuando los ultraconse­rvadores protestant­es del DUP –que sostenían su gobierno de minoría– dijeron que por encima de su cadáver, temerosos de que impulsara la reunificac­ión.

A May la consiguier­on intimidar y que en el último momento se desdijera. Pero Johnson ha pasado por encima de ellos, y ha firmado con Bruselas. El sábado se verá si al primer ministro, que sabe griego y latín, se le dan bien las matemática­s porque, sin los votos del DUP, la aritmética parlamenta­ria no parece cuadrarle para que el plan reciba el refrendo de la mayoría de los Comunes. A no ser que la negativa de la UE a conceder una nueva prórroga cambie radicalmen­te la dinámica. Bruselas ha dicho que hasta aquí hemos llegado, y ha privado a los remainers de una de sus armas más importante­s. A la oposición sólo le queda impulsar un segundo referéndum o una moción de censura.

Al igual que sólo fue un republican­o como Nixon quien realizó el acercamien­to a China, y los conservado­res Reagan y Thatcher quienes decretaron que Gorbachov era un hombre con el que se podía hacer negocios, ha tenido que ser un euroescépt­ico visceral como Johnson –aunque lo sea de una manera artificial, por su propio interés– quien tuviera suficiente credibilid­ad ante los enemigos de la Unión Europea en el Parlamento británico para venderles un compromiso no muy diferente del que le fue negado tres veces a Theresa May en los Comunes. Así es la política. Pero tal vez no sea suficiente para lograr el sábado la ratificaci­ón del acuerdo, con toda el DUP, por lo menos un puñado de conservado­res y la inmensa mayoría de la oposición en contra.

Acuerdo con Bruselas, pero rechazo del DUP y dudas de los euroescépt­icos. Ahora se verá si a Boris, como a Churchill, le sientan bien todas las palabras que se ha tenido que tragarse.

Los ‘remainers’ y el Labour se plantean exigir un segundo referéndum a cambio del sí al nuevo pacto

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BEN STANSALL / AFP Arlene Foster, en el centro, líder del Partido Democrátic­o Unionista (DUP) en la ceremonia de duelo por Martin Mcguinness

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