La Vanguardia

Andando con los amigos y la familia

- Luis Benvenuty

Un grupo de chavales de varias poblacione­s de las comarcas de Girona empuja entre risas y por turnos un carrito de supermerca­do atestado de mochilas, uno de esos de plástico, de los grandes, no los de que llevan los chatarrero­s, que son más pequeños. Estamos en la N-II, a su paso por Arenys de Mar, pisoteando el duro asfalto, bajo un sol de cambio climático. En la marxa per la

llibertat procedente de Girona. “Vamos muy bien –dicen los veinteañer­os a coro, de muy buen talante–. Ayer nos hicimos 40 kilómetros, veinte por la mañana y otros veinte por la tarde”. “Un esguince, alguna llaga... ¡nada!” Unos son estudiante­s, otros pidieron fiesta, algunos les dijeron a sus jefes que ya regresaría­n. “A lo mejor me encuentro que ya no tengo trabajo, pero...”. Más risas. “¡Anoche dormimos en dos polideport­ivos!”. Muchos ni siquiera se conocían, pero en muy pocas horas hicieron piña. “Y lo mejor, la gente de los pueblos, que sale a aplaudirte, a darte ánimos, botellas de agua, cajas de galletas... ¡es un subidón tras otro!”. “Pasan también con una caja, para que la gente eche dinero, y con el dinero compran comida para todos”. “Pero es la gente la que te da más cosas, ¡son ellos los que te dan fuerzas!”. “Entendemos que los políticos están en la cárcel porque hicieron lo que les pedimos”. “Por eso tenemos que estar aquí”. “Y con el carrito que nos hemos encontrado ya es que vamos lanzados hasta Barcelona”. “Sí, bueno –tercia uno de ellos, de repente un tanto más serio, de repente ligerament­e avergonzad­o–, pero cuando lleguemos a Barcelona devolvemos el carrito: lo dejamos en la puerta de un Caprabo”. Sí, está claro que estos chavales no tienen nada que ver con los que estas noches están incendiand­o el centro de la capital catalana. Son de otro palo, muy majos. Aquí el ambiente es de lo más kumbayá.

“Yo, en el momento en el que el camino se me estaba haciendo más duro –detalla María, de 23 años, ya cerca de Mataró–, cuando más lo necesitaba, cuando no podía más, apareció una mujer y me dio una botella de agua fresca ¡fue un gesto tan entrañable!”. Es que María viste como una monja, y lo cierto es que sus hatos tan recogidos no son los más cómodos para este sarao. “No –retoma–, no soy una monja, soy una beguina. Parecemos monjas, pero estamos al margen de las jerarquías de la iglesia”. Las beguinas son mujeres cristianas dedicadas a ayudar a los desamparad­os, a los enfermos, a las mujeres, a los niños, a los ancianos... “Yo vivo en Santa Susanna, y me sumé a la marcha en Tordera. Cuando llegamos a Malgrat de Mar a pasar la noche repicaban todas las campanas del pueblo, ¡fue un momento sobrecoged­or!”.

Porque aquí, en la N-II, lo que se respira, es el ambiente de los escultista­s de siempre, de los clubs excursioni­stas de toda la vida, de todas aquellas agrupacion­es que nacieron a la sombra de tantas parroquias comandadas por aquellos curas obreros. ¿Recuerdan cuando las reuniones de media docena de personas o más estaban prohibidas? Entonces buena parte del catalanism­o se aficionó un montón a dar paseos por el campo. De este modo le hablaban en catalán a los niños. Era un modo de burlar aquel régimen de aquella época tan oscura. “Claro, nosotros somos de un club de trekking, ¡nos damos caminatas todos los fines de semana!”, explican unos cuantos jubilados recién llegados de la capital catalana, con sus bastones y toda la parafernal­ia. “Y si hace falta caminaremo­s hasta Madrid”. “¡In-inde-indepencia!”.

De todas formas, a pesar de las soflamas, estos jubilados, en verdad como buena parte de los asistentes a esta marcha, están de escapada: llegaron hace en tren hace un rato, y después de merendar regresarán a casa, a Barcelona, también en tren. “Pero volveremos”.

Mujeres mayores en traje de verano de andar por casa, de esos de tirantes y estampados, se asoman a la ventana de su casa para gritar “molt bé, nois... molt bé!”. Uno en bici, si te ve desfallece­r, te la ofrece para que

Los vecinos salen a repartir botellas de agua y comida entre los participan­tes en la marcha

La gente que pinta lazos le da sus aerosoles a un grafitero para que las pintadas luzcan mucho más

vayas un rato pedaleando, para que te canses menos. El sol está a cada rato mucho más berraco. Un motero con chaleco de cuero invita a la gente a subirse de paquete a su Harley Davidson y alcanzar la cabeza de la marcha en un par de brooooms. La verdad es que esta gente va a toda castaña. Los tractores que cierra la columna marcan un ritmo muy intenso. Y si te adelantan los tractores te quedas fuera. Vamos a menos de diez minutos por kilómetro, desde hace mucho... Un señor en edad provecta tropieza y se cae al suelo. Se da un buen trompazo. El hombre requiere asistencia sanitaria. Una ambulancia se dispone a trasladarl­o al hospital de Mataró. Afortunada­mente parece que está bien. A pesar de ello varias personas que no lo conocen de nada se ofrecen a subirse a la ambulancia y acompañarl­o si es necesario, para que no pase solo este desagradab­le trance. Únicamente cuando llegamos a Sant Andreu de Llavaneres la columna se diluye un tanto. Aquí tenemos un puesto donde te hacen masajes y, además, los camareros del bar de la estación de tren anuncian a gritos que todas las bebidas se venden a un euro. Al final, la mayor parte de los que pintaban lazos amarillos por el camino le dan sus aerosoles a Serioh, un grafitero de Badalona que ahora que tiene tres hijos vive en Sant Cebrià de Vallalta. Sus pintadas reivindica­tivas lucen más. “Voy a gastar todos los botes de pintura que me han dado”, dice.

 ?? LLIBERT TEIXIDÓ ?? Un grupo de jóvenes procedente­s de varias poblacione­s de las comarcas de Girona, ayer en la N-II, camino de Premià de Mar
LLIBERT TEIXIDÓ Un grupo de jóvenes procedente­s de varias poblacione­s de las comarcas de Girona, ayer en la N-II, camino de Premià de Mar
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 ?? LLIBERT TEIXIDÓ ?? María, poco después de dejar atrás Sant Andreu de Llavaneres
LLIBERT TEIXIDÓ María, poco después de dejar atrás Sant Andreu de Llavaneres
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