La Vanguardia

En este momento difícil

- Josep Miró i Ardèvol

Son momentos difíciles. La sentencia sobre los doce políticos catalanes señala uno de ellos, porque es constituti­va de un conflicto que expresa una crisis profunda. No es la única. Sólo falta recordar que dentro de poco volveremos a votar, repitiendo, una y otra vez, unas elecciones que nunca mejoran la situación.

Aquellas dos grandes insolvenci­as no agotan la lista de grandes crisis que se acumulan, enlazan y retuercen. No son tan espectacul­ares mediáticam­ente como ellas, porque no poseen sus trallazos relampague­antes, pero quizás por este motivo sean más peligrosas: la renuncia a tener hijos, la emergencia ambiental y educativa, la destrucció­n del sentido y dignidad del trabajo, el endeudamie­nto público sin domeño, la crisis vertebral de la clase media, y la de la identidad significad­a por ser hombre o mujer, junto a otras más hasta alcanzar la docena, señalan las dificultad­es y barruntan tiempos revueltos.

De ahí que, ante la magnitud de lo que se descompone y rompe, apele a otra mirada más humana y global que indague en la raíz del todo. Y para mí ese tipo de mirada sólo es posible mediante el gran testigo de la cruz del mundo: Jesús.

El núcleo de lo que él nos dice se encuentra en el llamado Sermón de la Montaña, que segurament­e es una recopilaci­ón de sus palabras formuladas en momentos distintos. Ahí encontramo­s el padrenuest­ro, “venga a nosotros tu reino y hágase tu voluntad”, las escandalos­as Bienaventu­ranzas, “bienaventu­rados los pobres de espíritu, los que lloran, los humildes...”, la llamada a ser fermento y luz del mundo, el amar al prójimo incluido el enemigo, el no vencer con el mal, sino con el bien. Es el “bendecid y no maldigáis”, “nadie busque su propio bien, sino el del otro”; “el mayor entre vosotros es el que sirve y es siervo de todos”. Estas y otras más cuestiones de vida que se convirtier­on en una cultura moral para las generacion­es que nos han precedido. Todo ello, mal que bien, ha configurad­o un tensor moral; aquello que estira, fija, impulsa y da dirección a la conciencia de las personas y al conjunto de la sociedad. Cuando rebajamos demasiado su fuerza, sufrimos. Esto sucede en lo personal, y en lo colectivo. Y a la inversa. Nuestra Guerra Civil fue el mal momento; en la transición el tensor recobró parte de su fuerza. Después lo han ido aflojando hasta casi desaparece­r.

Romano Guardini, un gran teólogo alemán, que ha influido en papas tan distintos como Benedicto XVI y Francisco, tiene un libro extraordin­ario, El Señor. Es imprescind­ible para acercarse a Jesús, y para profundiza­r en la fe. Refiriéndo­se al Sermón de la Montaña, apunta algo extraordin­ario. Sostiene que, en aquel momento, todo tendía a la llegada del Reino de Dios. La potencia del espíritu de Dios habría transforma­do todo lo engendrado en una existencia donde “Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte” (Isaías 11, 1-9). Este gran cambio se habría producido si el mensaje hubiera sido acogido por el pueblo y sus gobernante­s, y no sólo por un puñado de entre ellos. Pero esto no sucedió. No acaeció porque Dios requiere nuestra voluntad para que su llamada se realice.

La redención no se realizó como una explosión de fe y amor, sino por la muerte de Jesús en la cruz, como sacrificio, para recuperar el rechazo. Desde aquel momento el alcanzar aquella tierra nueva no se realiza en una civilizaci­ón del amor, sino en una pugna continua con el mal que sigue anidando en y con nosotros, de manera que todo progreso humano parece conllevar una pérdida. Por eso, desde entonces, el tensor tira, pero a veces se distiende.

Hay una cierta semblanza entre aquel rechazo del pueblo de Israel y sus élites, es decir, el poder, y el actual del pueblo europeo forjado en el cristianis­mo de Roma, la nueva Jerusalén. Y como entonces, también gran parte de las élites políticas, económicas, mediáticas y culturales abjuran de Jesús. Y esto es particular­mente espectacul­ar en Catalunya, en España, construida­s desde una fuerte cultura cristiana. Pero a diferencia de los israelitas, que rechazaron el nuevo y radical mensaje, y que a pesar de no atenderlo aún les quedó su antiguo fundamento, a nosotros, sin la cultura moral cristiana, sólo nos quedan retazos inconexos.

Sí, lo sé. Puede decirme que todo esto está muy alejado de lo concreto, del ahora mismo. Y en parte tendrá razón. Está alejado en la medida en que se trata sólo del punto de apoyo del brazo de palanca, que es la acción política. Pero este brazo es una inútil, si no peligrosa, barra si carece de aquel punto de apoyo. Si reconstrui­mos esta gran máquina, si recuperamo­s la base de apoyo que han expulsado, “la piedra que rechazaron los arquitecto­s es ahora la piedra angular”, como dice el Salmo 118, prosperare­mos en el bien de todos y en el propio. No de repente, no de un día para otro, sino en un continuo avanzar, donde la continuida­d y el empeño son lo más importante. Porque precisamen­te es ese empeño lo que nos perfeccion­a.

Ante la magnitud de lo que se descompone y rompe, apelo a otra mirada que indague en la raíz del todo

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