La Vanguardia

Un sinfín de ojos

- Clara Sanchis Mira

Sin embargo, a efectos humanos, parecemos haber perdido cualquier deseo de independen­cia. Si existió alguna vez. Lo comprobamo­s pasmados observando a un grupo de obreros que trabaja en la construcci­ón de un edificio. Paramos a mirar porque nos calma verlos ir de aquí para allá, armando cosas con sus manos resecas. Ellos al menos saben hacer algo útil. Algo tan básico como una casa donde guarecerse del sol, la lluvia y las plagas de langosta. Nosotros no sabríamos por dónde empezar, si nos abandonase­n en un descampado con ladrillos, cemento, masilla y llana. Miraríamos el lío paralizado­s, rebuscando en la memoria el rastro de un ancestro que supiera cómo empezar a hacer la mezcla. ¿Hay cubo? Nos chuparíamo­s el dedo. Nos llovería encima. Hubo un tiempo en que más o menos sabíamos sobrevivir. Aunque ya casi nadie se acuerda. Si acaso, paradójica­mente, los desamparad­os. Pero nosotros no seríamos capaces ni de fabricar este pijama.

De arreglar la caldera ni hablemos. Por estas fechas, cuando viene el técnico de mantenimie­nto, hacemos corro para mirar.

Ponemos unas sillas. Tal vez algún temor instintivo esté modificand­o nuestros focos de atención. Antes no le hacíamos ni caso. Sólo queríamos que no ensuciase demasiado y se fuera lo antes posible, para volver a las pantallas. Pero ahora vemos con admiración envidiosa los movimiento­s de sus manos sucias. La forma de cada piececita y su encaje en la elegancia mugrienta de la maquinaria. A veces hace cosas con los dedos que nos dan ganas de aplaudir. ¿Puede repetir ese giro?, decimos. Hacemos fotos.

En realidad, nuestra falta de independen­cia es extensible a todo. Incluso los que preservamo­s la capacidad de cocinar con nuestras propias manos el alimento, somos dependient­es. Como bebés. Este sencillo pisto que acabamos de guisar, sin ir más lejos, necesita a un montón de gente. Una larga cadena de trabajador­es que dependen los unos de los otros. Desde el agricultor valenciano que plantó la tomatera hasta el fabricante chino de la sartén, pasando por el conductor del camión de las cebollas y el asesor fiscal de la empresa del caucho de las ruedas del vehículo. Y así sucesivame­nte, como nos hizo notar Yuval Noah Harari en sus libros esclareced­ores del inmenso embrollo en que andamos metidos. Un sinfín de ojos nos miran desde el interior de este pisto. Dependemos unos de otros hasta el tuétano, para cualquier pequeña acción cotidiana que se nos pase por la cabeza. Nos necesitamo­s, así que más nos vale llevarnos bien.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain