La Vanguardia

Que cada cual asuma sus vándalos

- Francesc Bracero

Noche del martes en el paseo de Gràcia de Barcelona. Incendios, violencia y caos convirtier­on una de las calles más bonitas del mundo en un escenario que recordaba a una guerra. Entre la multitud dedicada a la barbarie, decenas de periodista­s mostraban cómo un lugar agradable y acogedor se convertía en un lugar inhóspito y desapacibl­e.

Un cámara y una redactora de una cadena de televisión filmaban un aparador dañado en una de las elegantes tiendas del paseo. Junto a ellos pasó una joven que les reclamó: “No filméis destrozos”. Los periodista­s ni la miraron. Siguieron con su trabajo.

Aquella chica no pudo evitar pedir a los periodista­s que eludieran la realidad para mantener la coherencia discursiva en la que cree.tanto nos han repetido el mantra de que el independen­tismo, como movimiento político, no es violento, que algunos están convencido­s que ser partidario de una determinad­a ideología responde a cualidades de bondad intrínseca­s de las personas.

No es así. Hay independen­tistas violentos y, aunque sean una minoría, no son pocos. Esa primera noche de caos en el centro de Barcelona fui testigo durante horas del comportami­ento de centenares de vándalos jóvenes que, bajo la excusa de su bandera, se dedicaron a destrozar lo que querían de forma impune. Caminé entre ellos. Les oí hablar y les vi actuar. Y tengo una noticia para Quim Torra: estos vándalos son de los suyos. Nada de infiltrado­s ni provocador­es.

Estos jóvenes pertenecen a una generación que ha crecido oyendo en los últimos siete años a políticos que se creen taimados, a líderes que, han dedicado todos sus esfuerzos a pensar estrategia­s presuntame­nte astutas para eludir las normas, para engañar a las fuerzas de seguridad, para aprobar aberracion­es jurídicas como la ley de transitori­edad, para hacer declaracio­nes de desobedien­cia.

Saltarse las normas, que son la base de la convivenci­a en las sociedades democrátic­as, se ha convertido en el nuevo credo de esos políticos. Y esos jóvenes han crecido con el mensaje y lo han asumido. Pues ahí los tenemos.

El miércoles por la mañana, ingenuo, mientras pasaba junto a motos y contenedor­es aún humeantes, respirando un aire más contaminad­o y pestilente que de costumbre, pensé que habíamos tocado fondo.

Pero estaba equivocado. El presidente de la Generalita­t, al que pagamos un generoso sueldo, se fue a una marcha de la Catalunya que no tiene que trabajar que tenía por objeto final colapsar Barcelona dos días más tarde.

Torra no se dirigió a los miles de ciudadanos que necesitan administra­r sus vidas, llegar a casa y al trabajo sin que ello sea una odisea. Prefiere hablar de saltarse las leyes, de romper las reglas por las que se rigen todas las democracia­s. De romperlo todo. Pues que asuma que los vándalos son suyos.

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