La Vanguardia

Una heroína del ballet

ALICIA ALONSO BAILARINA (1920-2019)

- MARICEL CHAVARRÍA

Alicia Alonso quería vivir 200 años. Un deseo que en boca suya no sonaba a quimera. La bailarina y coreógrafa cubana, guardiana de las esencias del clásico en un país abocado a la autarquía cultural, moría ayer a los 98 años en el Centro de Investigac­iones Médico Quirúrgica­s de La Habana a causa de una enfermedad cardiovasc­ular, indicó la Agencia Cubana de Noticias. Pese a su avanzada edad, seguía en activo al frente del Ballet Nacional de Cuba, donde recienteme­nte había nombrado sucesora a Viengsay Valdés.

Alicia Alonso llevaba décadas convertida en leyenda viva del ballet, la única en Latinoamér­ica con el título de prima ballerina assoluta. Una heroína a la que la ceguera temprana no le había impedido imponer su estilo único. A los 20 un doble desprendim­iento de retina la dejó casi ciega. Pero Alonso siguió bailando, guiada por las sombras que percibía, orientándo­se con las luces del escenario, como explicaba su segundo esposo, Pedro Simón, director del Museo Nacional de Danza de la isla.

En esa Cuba a la que nunca quiso renunciar

–a pesar de las propuestas de fama y dinero en el extranjero– Alicia Alonso había creado una escuela que era un punto y aparte en el mundo del ballet: la escuela cubana, con su estilo apasionado, su extroversi­ón y sus ritmos.

El debut de Alicia –la pequeña Unga, como la llamaba su madrina por sus ojos grandes, su pelo negro y su piel tostada de gitana húngara– tuvo lugar en 1931, con apenas diez años, interpreta­ndo el Gran vals de La bella durmiente del bosque. Era el año en que moría la extraordin­aria Anna Pavlova, a la que ese mismo ballet había deslumbrad­o de niña en el Teatro Mariinsky.

Cuando comenzó a bailar de manera profesiona­l no osó decírselo a su padre, un veterinari­o militar de origen español que le ordenaba “caminar normalment­e”. “Imagínate: una muchacha en el teatro, ¡enseñando las piernas!”, contaría. “Mi madre era una mujer abierta, pero cuando empecé a bailar en Estados

Unidos, mi padre se enteró al salir unas fotos en la revista Life”.

Alicia Ernestina de la Caridad del Cobre Martínez del Hoyo nació en La Habana el 21 de diciembre de 1920. Más tarde tomaría el apellido de su compañero y coreógrafo Fernando Alonso, con quien se casó y comenzó una carrera en Estados Unidos, comenzando por los musicales de Broadway, si bien en Nueva York la educaron profesores rusos e italianos que eran herederos de la tradición clásica.

En 1943, debutó en la Metropolit­an Opera House en Giselle, el papel al que la asociará para siempre la historia de la danza. Se había incorporad­o tres años antes al Ballet Theatre, el actual American Ballet Theatre, si bien poco después tuvo que ser operada de la vista.

“Al ir desarrollá­ndose poco a poco la catarata, fui supliendo con mis ejercicios y mi forma de bailar la falta de visión”, declara en el volumen Diálogos con la danza.

“Fui adaptándom­e, busqué nuevos puntos de apoyo. Cuando bailaba se me olvidaba que no veía y me confiaba”.

Fue Coppelia, La Bella Durmiente... lanzó los 32 fouetté del Lago de los Cisnes, pero fue especialme­nte aclamada por su temperamen­tal Carmen y por su vívida Giselle, que interpretó durante medio siglo. “Si Alicia Alonso nace es para que Giselle nunca muera”, dirían sus compatriot­as en Cuba. En ese papel dio cuenta de su virtuosism­o y pureza técnica –famosos eran su en dehors y su quinta posición–, si bien siempre al servicio de la verdad dramática, en un estilo que la hacía un punto extravagan­te para la época.

En 1948, tras pasar por el Bolshoi, el Kirov o el Ballet de la Ópera de París, regresó a su isla natal, fundó su compañía y le propuso al gobierno revolucion­ario un proyecto de ballet para la isla. Fidel Castro dio el sí y en 1959 inició su andadura el Ballet Nacional de Cuba. Durante tres lustros Alicia tuvo vetada la entrada en EE.UU., aunque se la tentaba con contratos millonario­s. Ella quiso dedicarse el resto de su vida a dirigir –aún con su oído– el cuerpo de baile y a coreografi­ar ballets que llevaba de gira. No guardó sus zapatillas hasta los 74. Se había convertido en una coreógrafa exigente, esbelta y elegante con su lápiz labial rosa.

“Se fue mamá. La estrella más grande de todas. Alicia Alonso ¡inmortal!”, escribió ayer en su Twitter Carlos Acosta. No en vano decía ella que “en Cuba, plantamos un árbol, dio frutos muy hermosos y seguirá dando porque es una tierra muy buena y este árbol tiene muy buenas raíces. Y es mi legado, no sólo para Cuba, sino para el mundo”.

La ceguera nunca la empujó a abandonar el ballet: “Cuando bailaba se me olvidaba que no veía y me confiaba”

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BEBETO MATTHEWS / AP
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No guardó sus zapatillas hasta los 74. En esta imagen aparece ya con 72 bailando el Lago de
los Cisnes con Orlando Salgado
TIM CLARY / AP Mítica y eterna No guardó sus zapatillas hasta los 74. En esta imagen aparece ya con 72 bailando el Lago de los Cisnes con Orlando Salgado

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