La Vanguardia

Sciamma une belleza y feminismo en ‘Retrato de una mujer en llamas’

- F. GARCÍA

La película que la francesa Céline Sciamma estrena este fin de semana en España ganó el premio al mejor guion en Cannes, pero para algunos críticos merecía la Palma de Oro. La cinta reúne belleza, arte y unos mensaje sobre el poderío y la forma de amar de las mujeres que a la directora no le importa que tildemos de feministas.

La historia transcurre en una isla de Bretaña hacia 1770. Una joven pintora, Marianne (Noémie Merlant), llega allí para cumplir el encargo de hacer el retrato de bodas de Héloïse (Adèle Haenel), mujer de su misma edad que acaba de dejar el convento y tiene que casarse. Marianne debe retratarla sin que ella lo sepa, por lo que se hace pasar por dama de compañía que no le quita ojo. La relación se hará más y más intensa.

“¿Para ser libre hay que estar sola?”, pregunta una a otra en uno de los magnéticos diálogos que mantienen. “¿Todos los amantes tienen la impresión de inventar algo?”, se plantean después. Son interrogan­tes “que no se responden” pero que Sciamma espera que resuenen en los espectador­es, bien porque se hayan hecho esas mismas preguntas, bien porque al escucharla­s las hagan suyas.

“Un diálogo amoroso es un diálogo intelectua­l –nos dice la directora–, y ese es uno de los grandes placeres de las historias de amor, en el cine y en la vida”. Pero en las películas los que suele mandar son los lances sobre el flechazo amoroso, los conflictos, los celos, el futuro... “Y sin embargo para mí la belleza del diálogo amoroso es la invención de una lengua”.

Marianne y Héloïse establecen una relación a partir de una cierta “cultura del amor” que, sin ser privativam­ente femenina, Sciamma considera más propia de éstas. “Seguro que en la relación entre dos mujeres no hay dominación; hay igualdad. Y no son las pulsiones o las hormonas las que rigen esto; es el mundo, la cultura”, afirma. En todo caso, tal es la propuesta de la película: “Una relación en la que no hay dominación ni de género ni intelectua­l ni de edad”. Una manera de amarse que “permite abolir la jerarquía de clases” y que, justo por darse entre dos iguales, resulta más imprevisib­le.

La cinta tiene dos partes, una más lenta caracteriz­ada por el juego de sutilezas y el suspense, y otra más explosiva y explícita aunque de final incierto. El esquema responde –señala la cineasta– a la búsqueda de una “dramaturgi­a del amor” basada en cómo recordamos y vivimos los romances. “Cuando nos acordamos de un amor nos vamos muy atrás, a momentos en que ni sabíamos que íbamos a amar a esa persona. Y al rememorar el final vamos al grano de los grandes acontecimi­entos”, explica. La película intenta “reproducir de forma casi orgánica el largo ascenso de agradable recuerdo para luego ir rápidament­e al lugar donde nos vimos privados y heridos”. Parece todo muy cerebral, pero la película se ve más como un pieza artística; como una delicada pintura llena de detalles, con muchas lecturas posibles.

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