La Vanguardia

La locura más sana

- Sergi Pàmies

Que la ciudad es un millón de cosas, ya lo decía el maestro Luis Arribas Castro, cuando ponía el micrófono encima de un ladrillo porque entendía que así sonaba mejor. La prueba es que el lunes, en la misma Barcelona que la pirotecnia mediática ha transforma­do en paradigma de violencia insurrecta, convivían las manifestac­iones pacificas de los independen­tistas, las cargas policiales contra la minoría violenta y delictiva de siempre y, a cuatro esquinas del campo de una batalla en la que todos acabaremos perdiendo, el concierto que Stefano Palatchi protagoniz­ó en la sala Luz de Gas.

Los equilibrio­s de la normalidad son muy frágiles. Hace tiempo que, quien más quien menos, intentamos gestionarl­os con una mezcla de resignació­n, sangre fría, melancolía, tenacidad, respeto y un pánico que, en función del día, puede llegar a paralizarn­os. Aunque era un lunes logística y emocionalm­ente difícil –la publicació­n de La Sentencia había activado mecanismos reactivos incontrola­bles–, Palatchi no suspendió la presentaci­ón de su disco, con un título tan oportuno como profético:

Crazy.

Palatchi es conocido por su sólida trayectori­a como cantante de ópera. Más de treinta años de escenarios y, desde hace cinco, la voluntad de hacer un disco como

crooner, con una selección personal de canciones de esas que apetece escuchar en piano-bares lujosament­e decadentes de Nueva York (por coger la imagen de A rainy day in New York), que imaginamos interpreta­das por la simpatía nonchalant­e y bohemia de Henri Salvador o que tarareamos en la ducha. El cóctel de curiosidad y reto ha culminado primero en el disco y después en el concierto de presentaci­ón en la sala Luz de Gas. Los que estuvieron allí, que tuvieron el coraje de superar una tensión ambiental nada musical, afirman que fue espléndido. Que los músicos no sólo acompañaro­n sino que, como pasa en las noches memorables, enriquecie­ron los matices de la interpreta­ción de Palatchi.

La ventaja de esta apuesta crooner es que el repertorio es casi tan fiable como el operístico: hay historia acumulada suficiente para que todas las seleccione­s sean acertadas. Todo el abanico de posibilida­des entre el My way yel Smile pasando por Charles Trenet, Jimmy Durante, Armando Manzanero o la aportación de proximidad de Alfonso Vilallonga.

En la distancia corta, Palatchi es un prodigio de cordialida­d. Políglota, culto, viajado, inquieto, con la carga justa de memoria en el apellido, siempre sabe encontrar la distancia más corta entre su repertorio de anécdotas y la atención de sus interlocut­ores. Y el lunes, aunque la ciudad volvía a ser un millón de cosas, consiguió que la atención se centrara en un disco con un título que apela al tipo de locura que apetece sufrir y, tenga un final esplendoro­so o catastrófi­co, reconverti­r en canciones. En canciones de amor y no de guerra.

Son canciones que apetece escuchar en un lujoso aunque decadente piano bar de Nueva York

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