El Macba rescata el arte lúdico y combativo de Charlotte Posenenske
La artista alemana abogó por una autoría compartida y la fabricación en serie
Charlotte Posenenske (Wiesbaden, 1935-Frankfurt, 1985) decidió dejar de ser artista en 1968, después de una trayectoria de casi doce años en la que había llegado a exponer junto a colegas como Carl Andre, Donald Judd o Frank Stella, para dedicarse a la sociología. Las razones que la llevaron a ese radical cambio de vida, las apuntó ella misma en un manifiesto dado a conocer en las calles de Frankfurt, en pleno mayo del 68: “El arte es un producto de actualidad efímera, pero el mercado es reducido y el prestigio y el precio crecen cuanto menos actual es la oferta. Me cuesta admitir que el arte no pueda contribuir en nada a solucionar los problemas sociales más apremiantes”.
A partir de ese momento, Posenenske se enfocó por entero a mejorar las condiciones de los trabajadores industriales, aunque al final de su vida volvió a su obra artística, destruyendo algunas piezas, preservando otras y dando luz verde a la producción de sus esculturas en serie. Pero es ahora cuando la contribución intelectual y estética de la artista alemana está siendo objeto de revisión por parte de importantes museos como la Dia Art Foundation de Nueva York, que en 2018 adquirió 155 obras escultóricas de la creadora minimalista y meses atrás le dedicaba una gran retrospectiva, Charlotte Posenenske: Work in Progress, que ahora recala en el Macba (hasta el 8 de marzo). Barcelona es la primera escala de una gira europea que luego recalará en Düsseldorf y Luxemburgo.
La presencia de Charlotte Posenenske
en el Macba será seguramente una revelación para públicos poco familiarizados con una obra que oscila entre el minimalismo y el conceptualismo y que, más allá de su resolución formal, arrinconó contra las cuerdas algunos de los preceptos del mercado del arte, introduciendo conceptos como el de la autoría artística compartida o el de unas piezas que podían ser producidas en serie en cantidades ilimitadas y se vendían a precio de coste.
La exposición recorre cronológicamente desde sus primeros dibujos y pinturas, y sus posteriores relieves de aluminio, hasta sus famosas esculturas modulares de inspiración industrial: grandes tubos independientes, hechos de chapa de acero o cartón, que recuerdan conductos de ventilación, y cuya configuración final (admiten infinidad de combinaciones) dejaba en manos de lo que ella llamaba sus “consumidores”, esto es, comisarios, coleccionistas, galeristas... Con ello, renunciaba a una parte de la autoría y al mismo tiempo introducía un componente lúdico y participativo tanto para el público como para sus propietarios o los encargados de montarlas señala Hiuwai Chu, comisaria de la muestra junto a Jessica Morgan, Nathalie de Gunzburg y Alexis Lorry.
Ella lo resumía así: “Las cosas que hago son cambiables, lo más sencillas posible, reproducibles. Son componentes de un espacio porque asemejan elementos de construcción, pueden distribuirse siempre en nuevas combinaciones o posiciones, alterando así el espacio. Esas alteraciones son obra del consumidor, que de este modo participa una y otra vez en el proceso de creación”.