El futuro del ‘procés’
Que nadie se alarme más de lo estrictamente indispensable, que nadie abra el capítulo de agravios y deslealtades, que nadie descalifique, insulte o denigre al oponente, que nadie pierda la seguridad de que encontraremos soluciones civilizadas. Ahora es el momento de levantar la cabeza y aportar al debate toda la grandeza y toda la dignidad que merece.
Catalunya es una comunidad culta, próspera y profundamente europea. Una comunidad llena de atractivos tanto intelectuales como físicos. El catalán es gente convivencial, pragmática, eficaz en la acción y con un alto grado de curiosidad intelectual y un deseo auténtico de estar al día y conocer el saber de su tiempo.
Dicho lo anterior, quiero reiterar algunas ideas que he publicado en La Vanguardia en los últimos tiempos y concretar la posición en estos momentos que aparentan ser especialmente difíciles.
Empecemos por afirmar y reconocer que Catalunya se merece un respeto, un gran respeto, y España en su conjunto tendrá que hacer el esfuerzo necesario para conocer cómo piensan y que quieren los ciudadanos catalanes al margen de las distorsiones mediáticas y políticas. Catalunya tiene que sentir por de pronto la profunda admiración del resto de España por todo lo que ha hecho en el proceso de desarrollo, modernización y enriquecimiento de nuestra vida democrática, económica y cultural. Sin Catalunya hubiera sido absolutamente imposible alcanzar el grado de progreso actual.
Catalunya tiene que sentir además que respetamos sin reservas –e incluso con cierta envidia– la pasión por su identidad, por su lengua, por su cultura, por su historia y también sus deseos de alcanzar las máximas cotas posibles de autogobierno. No hay obstáculos legales insalvables en este proceso. Tenemos un sistema autonómico –que es una de las formas de ser federal– que admite crecimientos asimétricos en estos temas sin suponer en cuestión ni en riesgo la igualdad y la solidaridad. Es una cuestión de tacto, equilibrio y sensatez política. Por su parte, Catalunya tendrá que reconocer la contribución de España a su desarrollo global y en concreto la contribución económica tan decisiva y esencial como la de Catalunya a España y también su integración en un Estado que ha dado ya a su autonomía tanta o más capacidad de acción que la que tienen la mayoría de los estados federales del mundo. Un dato que suele olvidarse.
No es nada probable que en este momento histórico se produzca este doble ejercicio de reconocimiento y agradecimiento, pero siempre es bueno dejar constancia de lo que habría que hacer y también de lo que no habría que hacer.
Aceptemos, en todo caso, que las tensiones nacionalistas no son patrimonio exclusivo de España. Se están viviendo en la práctica totalidad de los países europeos y es muy probable que surjan otras nuevas. Vivimos una época donde los índices de complejidad y de cambio crecen día a día y generan sociedades fragmentadas, divididas,
El desacuerdo enriquece la convivencia y es ahí donde el ejercicio del diálogo debe incidir y prevalecer
atomizadas donde surge de forma natural la búsqueda de una identidad y una personalidad propia, para evitar sensaciones de orfandad y aislamiento.
Catalunya lo viene haciendo desde hace siglos y lo seguirá haciendo en el futuro. Nuestra obligación es aprender a convivir con esta idea y poner en marcha mecanismos de diálogo que partan de la realidad y no de ficciones o de ensueños. Sólo así se podrán erradicar o moderar los radicalismos, los sectarismos y los enfrentamientos que estamos viviendo con verdadera tristeza. Catalunya no se merece el deplorable espectáculo que están dando sus líderes, y la sociedad civil debe reaccionar con fuerza y exigir comportamientos responsables. Y el Gobierno español hará bien en entender que el tema catalán admite muchas y distintas aproximaciones intelectuales. La única que hay que eliminar es la que pretende que el desacuerdo impide la convivencia. Es justamente lo contrario. Es el desacuerdo lo que la enriquece y es ahí donde el ejercicio del diálogo debe incidir y prevalecer. Puede parecer buenismo, pero no lo es. Es el mensaje que la mayoría de los catalanes quisieran oír, sean o no independentistas. Lo que rechazan es la mentira absoluta, la manipulación de los hechos y la banalización de la violencia como un mal inevitable e incluso necesario. Acabemos con esta locura, con esta necedad, con esta insensatez.