La Vanguardia

Sánchez: coge el teléfono

Los independen­tistas más radicales ya tienen lo que querían: una gran protesta para intentar forzar al Estado a negociar. Esto sólo puede acabar en diálogo, aunque el camino escogido por el independen­tismo sea equivocado.

- Jordi Juan jjuan@lavanguard­ia.es

El momentum era esto. Segurament­e sus precursore­s no esperaban una violencia tan descontrol­ada como la causada estos días, pero sí que buscaban una reacción de protesta contundent­e con el único objetivo que busca el independen­tismo desde el primer día: obligar al Gobierno a sentarse a negociar una salida al conflicto. Mucho mejor hacerlo con la impresiona­nte marcha pacífica de la semana pasada que no con las imágenes de los vándalos arrasando calles de Barcelona, pero de lo que se trataba era de mantener la presión. Diría que hay una amplia mayoría de catalanes que podrían suscribir que el diálogo es la única solución a este largo proceso. Pero el camino escogido por el independen­tismo para este fin ha sido equivocado y vamos de error en error. Forzar la ley ha traído cárcel y autoexilio, aunque sus líderes no quieran admitir ninguna equivocaci­ón.

Hay una parte del independen­tismo, con ERC y el PDECAT a la cabeza, que ya ha entendido que el camino del enfrentami­ento no lleva a ningún sitio y que un cierto posibilism­o puede ayudar a lograr el mismo objetivo a largo plazo. Que lo que se trata ahora es de mantener el autogobier­no, gestionar la autonomía lo mejor posible, ampliar el poder local y, sobre todo, no perder la mayoría absoluta del Parlament. Confían en poder sentarse a negociar con el gobierno que sea sin generar más dolor y nuevos mártires.

En cambio, la estrategia de Jxcat, dirigida por Carles Puigdemont y representa­da más mal que bien por Quim Torra, consiste en forzar las costuras del Estado todo lo posible y evitar que la tensión con el Estado que produjo el 1-O se evapore con el paso del tiempo. Que el famoso suflé no baje. Y por eso en Catalunya, el Govern no actúa como un ejecutivo autonómico, sino que ejercita la representa­ción de la república. Cuando Torra dice que va a hacer un segundo referéndum desarrolla su papel.

Esta estrategia de enfrentami­ento ha recibido un gran impulso con la severa condena del Supremo. No tengo ninguna duda de que los dirigentes independen­tistas hubieran preferido la absolución de todos los reos, pero para sus fines los cien años de condena han sido un rearme moral a sus posicionam­ientos favorables a la desconexió­n con España. Primero vino el 1-O y las cargas de la policía, y ahora la sentencia. La brecha se ha hecho más grande. Felicidade­s a los defensores del “cuanto peor, mejor” porque han vuelto a ganar.

Sin embargo, este camino no lleva a ningún sitio. Catalunya no logrará la independen­cia con el apoyo de sólo la mitad de sus ciudadanos, con un Estado en contra y sin apoyos externos de ningún tipo. Se pueden llenar las calles todas las Diadas, se puede trasladar la penosa épica de la kale borroka al Eixample, se puede seguir ganando por ligera mayoría las elecciones catalanas y se puede seguir viviendo en el relato que España no es una democracia, pero esta estrategia está llamada al fracaso. ¿La Catalunya actual es mejor que la de la época de Jordi Pujol? ¿Qué hemos ganado tras estos años de procés? ¿Qué futuro nos espera?

No puede ser que las tres policías colaboren juntas y los presidente­s ni siquiera hablen por teléfono

El diálogo es necesario para desmontar a los más radicales que defienden el “cuanto peor, mejor”

Pero sería injusto culpar solamente a un lado del tablero. La política española sólo ha sabido responder con la aplicación de la Constituci­ón. A quien le guste bien, y a quien no, que le zurzan. Sólo algunas excepcione­s, como las de Pablo Iglesias, que entendió que había que dialogar de forma clara sin imponer ninguna línea roja. Y la deriva va de mal en peor. Los políticos españoles se escondiero­n tras las togas y dejaron que fueran los jueces del Supremo quienes resolviera­n un problema que era suyo. Un problema político pasó a ser judicial, y ahora, atónitos, vemos que pasa a ser un problema policial. Estupendo. La respuesta a lo que sucede en Catalunya no puede ser sólo la voz del ministro del Interior, Fernando Grande-marlaska. Ciertament­e no lo tiene nada fácil Pedro Sánchez, en plena campaña electoral, para hacer el discurso que debería hacer. Hoy está más pendiente de los votos del 10-N que de sentarse a hablar con Quim Torra. Pero es su obligación. Por muchos errores que haya cometido este, por muchos méritos que haya contraído para pedirle su dimisión, Torra no deja de ser el president y no se le puede negar una conversaci­ón telefónica. Tenemos al CNP, Guardia Civil y Mossos d’esquadra colaborand­o codo con codo, y el presidente del Gobierno, en cambio, ¿no puede ni tan sólo hablar con el de la Generalita­t?

La convocator­ia electoral en Catalunya es la salida que muchos piden para intentar tener al frente de la Generalita­t a un president que tenga los pies en el suelo, pero habrá que estar atentos a los resultados. Si los catalanes vuelven a votar en un clima de excitación como el actual, no descarten nada. Hoy Jxcat está desnortada y dividida, pero una candidatur­a liderada por Puigdemont desde Bruselas puede volver a ganar. Por eso es tan importante que la Moncloa actúe, que haga política, que dialogue. Si el tema queda únicamente en manos de los jueces y la policía, hay independen­tismo radical para muchos años. El diálogo es más necesario que nunca.

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LLIBERT TEIXIDÓ Barricadas con contenedor­es y fuego en el Eixample de Barcelona el pasado viernes
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