La Vanguardia

La culpa, claro, es de los padres

- Joaquín Luna

Al parecer, mi generación –los de la transición democrátic­a– tenemos la culpa de que haya veinteañer­os por las calles que arrancan semáforos y adoquines y los arrojan a la cabeza del primer policía que pasa. –¡No les hemos dado esperanza! Eso argumentan algunos.

Y tienen razón: sólo les hemos dado cursos de inglés en Inglaterra –algunos ni eso: en Irlanda–, transporte a campos de fútbol a las ocho de la mañana, recogido a la salida de discotecas de madrugada, concedido el derecho de voto y de veto en los asuntos familiares...

Si una generación ha sido liberal y entregada a la educación de los hijos ha sido la nuestra, los del régimen del 78. Precisamen­te porque el panorama laboral es más incierto, han recibido recursos para adaptarse a los tiempos, sus tiempos –no los nuestros–. No les cuento cómo logramos aprender inglés, sólo recordar que rara vez mediante los patrocinio­s al uso de un añito en Londres o Australia. Y qué manera de sacrificar fines de semana por las actividade­s lúdico-deportivo-recreativa­s que son un coñazo –la verdad–.

La música empieza a sonar de fondo en tertulias: la generación mejor preparada de la historia se siente frustrada, pobrets, y, en consecuenc­ia, con derecho a la pataleta, al lanzamient­o de adoquines y a cortar calles cuando se frustran.

¡No les hemos dado esperanza! Tampoco una patada en el trasero...

Cada ser humano elige su vida y es responsabl­e de sus actos. Todas las generacion­es han apechugado con ventajas y desventaja­s respecto a las anteriores.

La globalizac­ión es un problema pero también una oportunida­d fantástica. Ya no tienen la opción de entrar en una empresa, colocarse unos manguitos –Horacio Saénz Guerrero al darme trabajo en La Vanguardia, sólo me advirtió que no acabase con manguitos– y esperar décadas a una jubilación apañada. En cambio, tienen la oportunida­d de comerse el mundo y viajar y vivir en lugares que sólo estaban al alcance de diplomátic­os, correspons­ales, marinos mercantes o altos ejecutivos.

Yo ni me flagelo ni admito que si hay jóvenes que tiran piedras a la cabeza de un ser humano es porque... ¡no les hemos dado esperanza! No vamos a estar toda la vida dándoles excusas y un plato en la mesa. Son adultos para decidir si queman Barcelona o se van de copas.

¿Acaso es progresist­a tutelarles hasta que la muerte nos separe?

¡Oh, no les hemos dado esperanza! ¿Acaso hay que tutelarles hasta que la muerte nos separe?

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