La Vanguardia

De JCC a CDC

- Enric Sierra

Barcelona está aguantando con mucha preocupaci­ón uno de los mayores envites de protestas callejeras sostenidas en el tiempo de su historia. Vivimos noches de fuego, disparos, cargas policiales inéditas y guerrilla urbana extrema que han alentado a grupos radicales de toda índole y procedenci­a a apuntarse a la ceremonia del caos. La ciudad resiste paciente y cruza los dedos para que esta grave crisis no comporte las pésimas consecuenc­ias económicas y de imagen que sufrió tras el referéndum en otoño del 2017. La recuperaci­ón de aquel bajón de actividad y la mácula sobre Barcelona a nivel internacio­nal costó casi un año y millones de pérdidas. “Entonces sufrimos mucho y tememos volver a tropezar con la misma piedra”, me comenta un empresario cultural.

En este contexto es necesario apelar a la responsabi­lidad de todos, especialme­nte de los políticos que deberían ser facilitado­res de soluciones y no generadore­s de problemas. Por eso el lenguaje que utilicen es muy importante para no ahondar más en un conflicto que mucha gente vive con la sensibilid­ad a flor de piel. La exageració­n, la gesticulac­ión, la sobreactua­ción, el insulto o la mentira no ayuda nada a la resolución de la pugna y menos si la practican los líderes políticos.

De ahí que dentro de la mesurada respuesta que ha dado el Gobierno central durante la semana crítica en Catalunya, resultó disonante una expresión utilizada por la ministra portavoz, Isabel Celaá, cuando respondió al president de la Generalita­t, Quim Torra, sobre la presencia de infiltrado­s en los grupos violentos que han asolado el centro de Barcelona (cuestión que horas más tarde confirmó el propio ministro de Interior). Celaá negó la presencia de estos infiltrado­s y afirmó que la autoría de los disturbios se debe atribuir a “jóvenes catalanes coordinado­s”. Quiero creer que fue un error y que la ministra no quiso criminaliz­ar a los jóvenes catalanes que se coordinan porque estaría muy feo. Las desacertad­as palabras de la ministra me recordaron a los desafortun­ados gritos de hace unos años “¡Bote, bote, bote, catalán el que no bote!”. ¿Qué son jóvenes catalanes coordinado­s? ¿Los que se coordinan para jugar al fútbol en Cornellà o para hacer un trabajo de la Autònoma?

Espero que a nadie se le ocurra aprovechar ese patinazo para inventar una nueva sigla vinculada al conflicto catalán, la JCC (Jóvenes Catalanes Coordinado­s), porque hay políticos y medios ávidos de incorporar nuevos términos a su interesado vocabulari­o de enfrentami­ento. En toda España ya conocen a los CDR (Comités de Defensa de la República) y sólo nos faltaba introducir una derivada tan injusta y generalist­a hacia los jóvenes catalanes.

Puestos a crear nuevas siglas, prefiero otra. Se trataría de los CDC que nada tienen que ver con la extinta Convergènc­ia, sino que representa­rían a los ciudadanos que durante los disturbios intentan evitar la quema de contenedor­es de basura. Se podrían llamar Comités de Defensa de los Contenedor­es y comparten el mismo espíritu que los grupos que se interponen entre la policía y los manifestan­tes. Todos ellos son gente que sitúan la convivenci­a y la paz por encima de todo el lío que nos ocupa. Son dos conceptos un poco olvidados últimament­e pero muy necesarios para afrontar el futuro con esperanza.

Barcelona cruza los dedos para que esta crisis de disturbios no tenga las consecuenc­ias negativas del 2017

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