La Vanguardia

El fútbol en fuera de juego

- Sergi Pàmies

Tregua terapéutic­a de fútbol contra el Eibar y, además, victoria merecida y bien jugada del Barça. ¿Hay que sentirse culpable de esta breve descompres­ión o, por el contrario, buscar la evasión y desconecta­r de la locura de una actualidad demencial? Como el primer gol (Griezmann) no tarda demasiado en llegar, aún no te sientes lo bastante recuperado de toda la tensión para celebrarlo como se merece. Pero hace ilusión. Los papeles se han invertido. Si hasta hace relativame­nte poco la política servía para justificar la informació­n omnipresen­te sobre el Barça en particular y el fútbol en general, ahora todo ha cambiado.

Incluso la discusión sobre la convenienc­ia de cambiar la fecha del partido o el campo donde se juegue el Barça-madrid origina interpreta­ciones diferentes. De entrada, parecía que plantearlo era una imprudenci­a preventiva y una provocació­n caprichosa de Javier Tebas. Después, sin embargo, han emergido inquietude­s diversas que, con intencione­s mucho más sensatas, sugieren que no sería ningún disparate. En general, prevalece el optimismo, porque aún no se hacen previsione­s sobre que no pueda jugarse nunca porque la espiral de incompeten­cia política y violencia reactiva nos acabe arrastrand­o hasta el colapso civil para el que llevan años trabajando las fuerzas del Mal (y, dicho sea de paso, algunas fuerzas del Bien).

Volvamos al fútbol. El equipo jugó con más solidez y conviene celebrar que empecemos a repetir los nombres de los centrocamp­istas como si fueran el verso de un poema: De Jong, Busquets y Arthur. Lo admito: me pregunté qué estado de ánimo tendríamos si, en vez de ganar, hubiéramos perdido jugando fatal. Por suerte, este tipo de pensamient­os hipotético­s ya no soportan su confrontac­ión con la realidad. La realidad nos pide que seamos capaces de aprovechar cada momento de placer o satisfacci­ón, que es lo que más nos han ido robando y nos seguirán robando impunement­e.

Hace unos días, mientras algunas calles de Barcelona ardían literal y metafórica­mente, delante de mi casa se disputaba un partido de fútbol sala. Es el patio de una escuela que, al acabar las clases, acoge los partidos de una academia de fútbol. Encienden unos focos anaranjado­s y potentes y disputan partidos en los que predominan las barrigas, las calvas y las ilusiones de adultos que de pequeño querían ser futbolista­s. Yo ya me he acostumbra­do y sólo salgo a mirarlos cuando gritan mucho. Escuché un grito inesperado que, como es lógico, relacioné con los disturbios y la tensión política. Salí y vi, arrodillad­o en medio del patio, con los brazos hacia el cielo y la calva sudada, a un padre de familia gritando “¡Goooool!” como un loco. Y recordé un fragmento del libro La vida en fuera de juego, de Galder Reguera (Ediciones SM, 2019): “¿Habéis marcado alguna vez un gol? ¿Habéis transforma­do el tanto de la victoria después de una hora y media larga corriendo sobre el campo, dejándote el alma? Entonces, quizá sabéis lo que se siente. Si no, yo os lo diré: es una sensación maravillos­a. Es sentir que has logrado algo por lo que has luchado con todas tus fuerzas, es alcanzar la meta que has ansiado con todo tu ser, es acariciar el cielo con los dedos. Es algo extraordin­ario, precioso, único”.y,automática­mente,meacordéde otro tipo de sensación: cuando, como titular discutible de los alevines del CSM Gennevilli­ers, en una de las pocas finales que jugué, marqué un gol decisivo. Para el rival. En propia puerta.

La realidad nos pide que seamos capaces de aprovechar cada momento de placer

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JUAN MANUEL SERRANO ARCE / GETTY Antoine Griezmann se escapa, el pasado sábado en Eibar
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