La Vanguardia

Telegram es el mensaje

- Josep Maria Ganyet

Primero fue la radio, luego los canales 24 horas. Hasta que llegó Twitter. La aldea global de Mcluhan en la palma de la mano. No estamos hablando de una evolución sino de una revolución, y no es tecnológic­a sino que es cultural. En Twitter no existen ni el espacio ni el tiempo; sabemos que ya es tarde cuando leemos los “good morning” de los norteameri­canos y el mecanismo adictivo de deslizar el dedo hacia abajo hace que la infodopami­na no se acabe nunca. Twitter nos permite modular la realidad e incluso crearla a nuestro gusto. Nunca tantos pudieron hacer tanto con tan poco. Para bien y para mal.

La fuerza de las redes sociales la intuimos a los atentados del 11-M. Con la primitiva funcionali­dad de enviar un SMS a todos los contactos, los ciudadanos españoles articularo­n una proto-red social que contrarres­tó las mentiras del Gobierno español. Las movilizaci­ones resultante­s influyeron de manera determinan­te en el resultado de las elecciones. De los SMS del 2004 hasta las manipulaci­ones de Cambridge Analytica ha llovido mucho; en las primaveras árabes, Facebook conectó la gente adecuada en el momento adecuado, Turquía y la India han bloqueado redes sociales para reprimir revueltas y China y Rusia las han utilizado para perseguir disidentes.

Los últimos ejemplos de uso de redes sociales en movimiento­s políticos los encontramo­s en las revueltas de Hong Kong y la que estamos viviendo estos días en Catalunya, ambas articulada­s alrededor de Telegram. Y como con la llegada de Twitter, no sólo estamos ante un cambio de tecnología o de medio, sino que volvemos a estar ante un cambio cultural.

Telegram es revolucion­ario por su tecnología, pero sobre todo por su ‘ethos’

Telegram ha convertido en la red comodín para los movimiento­s políticos y sociales. Se me ocurren tres razones tecnológic­as y una ética. Las tecnológic­as: 1) acceder a Telegram desde cualquier dispositiv­o (almacena las conversaci­ones en la nube), 2) los canales unidirecci­onales de informació­n no tienen ninguna limitación de número de suscriptor­es, y 3) la seguridad que dan chats secretos, cifrados y con autodestru­cción de mensajes.

Pero el punto fuerte de Telegram radica en su ethos: el compromiso a ultranza con la privacidad y los valores libertario­s. Creada por Pavel Durov, el también creador de Vkontakte (el equivalent­e ruso de Facebook), Telegram no tiene oficinas, sus trabajador­es trabajan de forma remota por todo el mundo y la red ha sido prohibida en China, Irán y Rusia, país del que Durov ha tenido que exiliarse.

En la breve historia de las redes sociales, hemos visto proto-redes sociales de SMS influir en resultados de elecciones, movimiento­s de resistenci­a no violenta tumbar tiranías con Facebook y manifestac­iones contra la crisis climática coordinada­s estallar en todas las capitales del mundo via Twitter.

Permanezca­n atentos a sus canales (de Telegram) para ver qué pasa en Catalunya. Si “el medio es el mensaje”, que decía Mcluhan, Telegram es el mensaje.

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