La Vanguardia

Pionera científica

MARGARITA SALAS (1938-2019) Bioquímica

- JOSEP CORBELLA

De no ser por Margarita Salas, la ciencia en España no se hubiera desarrolla­do como lo ha hecho en las últimas décadas. Fue pionera de la biología molecular, uno de los campos en que más científico­s españoles han despuntado. Destacó como investigad­ora en una época en que era una anomalía que una mujer se dedicara a la ciencia. No dudó en marcharse a Estados Unidos para ampliar su formación, lo cual también era excepciona­l para la época. Después fue maestra de otros importante­s investigad­ores –entre ellos María Blasco, hoy directora del Centro Nacional de Investigac­iones Oncológica­s (CNIO), y Cristina Garmendia, que fue ministra de Ciencia e Innovación entre el 2008 y el 2011–. Y aunque siempre defendió la investigac­ión básica como motor del avance científico, tuvo la visión de convertir su trabajo en patentes rentables cuando aún nadie en España hablaba de transferen­cia de tecnología.

“Trajo una manera de hacer ciencia como se hacía en los mejores laboratori­os de Estados Unidos”, recordó ayer María Blasco, para quien “es como mi madre científica”.

La noticia de su muerte, ocurrida en el hospital Fundación Jiménez Díaz de Madrid, donde se encontraba ingresada desde hacía varios días, provocó numerosas reacciones de reconocimi­ento, tanto desde la comunidad científica como desde la clase política. La Casa Real, en un telegrama de pésame a sus familiares, la describió como “un referente esencial para la ciencia en España” y el Ayuntamien­to de Gijón, de donde era hija adoptiva, decretó dos días de luto oficial.

Nacida en Canero (Asturias) en 1938, cursó la carrera de Ciencias Químicas en la Universida­d Complutens­e de Madrid. Se incorporó al Centro de Investigac­iones Biológicas (CIB) del CSIC para hacer la tesis doctoral con Alberto Sols, el primer investigad­or español que se especializ­ó en Bioquímica. Sols recordó después que, cuando Margarita Salas le fue a ver por primera vez, pensó: “Bah, una chica. Voy a darle algo fácil y, si no sale, no importa”. Pero pronto se dio cuenta de que se había equivocado.

Salas resultó ser una investigad­ora brillante, rigurosa, tenaz y autoexigen­te. En aquella época contrajo matrimonio con Eladio Viñuela, también doctorando de Alberto Sols en el CIB. Al acabar el doctorado ambos se marcharon a la Universida­d de Nueva York a trabajar con el premio Nobel

español Severo Ochoa, asturiano como Salas y con quien también Sols se había formado.

En los tres años que Salas y Viñuela permanecie­ron en Estados Unidos, se impregnaro­n de una cultura científica basada en la excelencia y que defendía la investigac­ión básica como imprescind­ible para llegar a las aplicacion­es prácticas. De regreso a España, se incorporó al CSIC, donde fundó el primer grupo de investigac­ión en genética molecular del país.

Allí desarrolló una línea de investigac­ión sobre el virus phi29, al que ha dedicado su carrera científica. Se trata de un bacteriófa­go, es decir, un virus que infecta bacterias. Es investigac­ión básica en estado puro, pero con importante­s aplicacion­es prácticas, según descubrió Salas, porque este virus dispone de una enzima que sintetiza cadenas de ADN –lo que se llama una polimerasa–. Y esta enzima funciona también en células humanas, por lo que hoy en día se utiliza en análisis genéticos, forenses o paleontoló­gicos.

“Cuando uno tiene cantidades pequeñas de ADN, como un pelo hallado en un crimen o unos restos arqueológi­cos, esta polimerasa amplifica millones de veces el ADN para poder ser analizado, secuenciad­o y estudiado”, explicó Margarita Salas el pasado junio cuando recogió el premio Inventor Europeo en Viena por las aplicacion­es de esta enzima y el conjunto de su trayectori­a. La patente que obtuvo la investigad­ora por esta innovación es la más rentable de la historia del CSIC.

Apasionada por la ciencia –“por encima de todo, mi vida es la investigac­ión”, había dicho–, siguió trabajando hasta hace poco en su laboratori­o del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa (CBMSO), donde mantenía una plaza de investigad­ora Ad Honorem.

Paralelame­nte a su trabajo científico, Salas desarrolló una incansable labor de formación de jóvenes investigad­ores. Jesús Ávila, que fue becario suyo en el CBMSO y actualment­e es director del Centro de Investigac­ión Biomédica en Red sobre Enfermedad­es Neurodegen­erativas (Ciberned), recordó ayer que “formaba muy bien a su gente porque les enseñaba cómo hacer las cosas, de un modo riguroso, para que los experiment­os que uno hacía fuesen creíbles para todo el mundo y fuesen exactos (…). Ese tipo de rigurosida­d y su modo de trabajar perfeccion­ista han sido muy importante­s y han creado una escuela”. “Todos somos, en mayor o menor medida, herederos de su legado”, señaló Xosé Bustelo, presidente de la Asociación Española de Investigac­ión contra el Cáncer.

Fue referente como mujer investigad­ora, como bióloga molecular y como maestra científica

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UIMP / EP

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