La Vanguardia

SERGI PÀMIES

- SERGI PÀMIES Barcelona

El tono de la campaña que acabó el viernes parece inspirarse en las películas de Quentin Tarantino: violencia gratuita, verborreas espirales egocéntric­as y una tendencia autodestru­ctiva a estimular el lado oscuro de los protagonis­tas. Para el espectador, la satisfacci­ón que provocan estas películas radica en la oportun de acceder a un darwinismo en el que, con banda sonora de E Morricone o de sincopados éxitos de los sesenta, el sentido com dinamitado una crueldad h bólica que apela a nuestras p pulsiones y, al mismo tiemp tua como terapia.

Llevo votando desde 19 nunca me había sentido tan indignado y rabioso camino de las urnas. Atribuyo este estado de ánimo a la siniestra estrategia d partidos. Consciente­s de que la estúpida repetición electoral los deja en evidencia y magnif ca su irresponsa­ble ineptitud, los candidatos tarantinea­n . Me ex al ser incapaces de seducir al electorado a través de la ident ción con valores, esperanza o eficacia, nos movilizan a travé odio, el rencor, la rabia o un gatividad que compense nue niveles de impotencia. Y si hasta ahora les ha funcionado, ¿po no volver a hacerlo?

El valor mitológico de la venganza, que tanto define las obras (maestras o menores) de Ta no, es contagioso. Es una m desesperad­a de manifestar­se través de las conviccion­es sin sabotaje de las creencias a enas. Los irracional­es parecidos entre la campaña y el universo Ta no no se limitan a la verb crónica de un Pablo Iglesia podría hacer perfectame­nte de predicador o de charlatán del Far West (o del Far East), sino a un paisaje en el que abundan los impostores y aspirantes a convertirs­e en sheriffs corruptos. También hay sádicos vocacional­es, condenados por jueces arbitrario­s, traidores, mujeres empoderada­s como símbolo de paridad en las artes marciales y la autodefens­a, cínicos cazarrecom­pensas de euroórdene­s redactadas por aprendices de brujo, coleccioni­stas de exhumacion­es, inhabilita­ciones y oportunida­des obsesivas de detener al Abominable Hombre de Waterloo, malhechore­s mitificado­s en busca de redención, exconvicto­s reincident­es y, sobre todo, héroes trágicos. Héroes que tanto pueden ser víctimas de un abuso de poder (policial, judicial, mafioso, sectario) como de una capacidad prodigiosa para ser impermeabl­es al ridículo. Ejemplo de contradicc­ión en la relación entre sentido del ridículo y elecciones: el candidato Gabriel Rufián, virtuoso del oportunism­o grotesco, denunciand­o el ridículo que hace –porque lo hace– Pedro Sánchez. Un Sánchez que si lo filmara Tarantino, sudaría y temblaría víctima de un ataque de pánico demoscópic­o agravado por el pésimo diagnóstic­o de su curandero Iván Redondo.

Seguro que hay razones psicológic­as y traumas de infancia que explican actitudes como la de Albert Rivera cuando acaricia al pobre cachorro Lucas sin respetar sus perrunos derechos de imagen. O Pablo Casado, que actúa como si su partido no fuera responsabl­e de la acumulació­n actual de veneno en el café para todos y del descrédito de la política española. En el pasado de Tarantino también hay un trauma fundaciona­l: haber mamado demasiadas películas de serie B cuando trabajaba en un videoclub y, con quince años, haber sido pillado robando una novela negra que trataba de la peripecia de dos estafadore­s decadentes. El susto le sirvió de lección para tomar conciencia que no tenía futuro en el mundo de la delincuenc­ia real –demasiada competenci­a– y que, en cambio, podía convertirs­e, igual que algunos candidatos, en metafísico de los monólogos y apóstol de la violencia entendida como gasolina narrativa.

Ciñámonos al momento histórico que vive Catalunya. Constatemo­s que los índice de confrontac­ión de proximidad se han exacerbado en un contexto ya distancias, eso conecta con la contundenc­ia con la que Laura Borràs (crónicamen­te resfriada para humanizar su personaje) domina la katana dialéctica en los debates. O con el método tragicómic­o de equivocars­e en público de Mireia Vehí, controlado­ra de bodas. O con la acumulació­n de caracterís­ticas tarantinia­nas que encarna la peligrosa naturalida­d –medio capataz de rancho con pasado esclavista, medio líder autoprocla­mado de una campaña contra los propenso al delito prosaico. Me refiero a Barcelona, evidenteme­nte. Como capital de un país sometido a demasiadas turbulenci­as, cuenta con una activa minoría de habitantes propensos a un estilo de resolución de conflictos en el que la katana, el machete y la violencia perpetúan el homenaje a Tarantino. No olvidemos que las películas que más fascinan a los delincuent­es son Kill Bill (1y2)el Scarface de Tony Montana y, a un nivel más nostálgico, la obra completa de Bruce Lee. Y, salvando las cuatreros– de Santiago Abascal.

En el ámbito revolucion­ario, la criminalid­ad de kilómetro cero se expresa a través de un catálogo ingente de aberracion­es muy cinematogr­áficas. Barricadas entre malditos bastardos y odiosos pelotones. Palizas de maleantes de extrema derecha. Prácticas de matonismo pasado por la sordina del silencio o la relativiza­ción colaboraci­onista de las cosas. ¿Qué cosas? Incendiar un árbol frente al domicilio de una artista no independen­tista para recordarle – maa la dis

Es por no hablar de la máxima expresión iconográfi­ca de algunas p tel w nted, que acusa de terrorismo­y convierte en dianas humanas a diferentes periodista­s que noc mulgan con las ruedas de moli dos p da, lo mercenario­s profesiona­les y afic onados y otros amenazador­es. E resultado de las elecciones podrí representa­r, si todos fuéramo menos arrogantes y más inoce téntica de empezar a cambiar el rumb de una nave con una apasiona

Ojalá tegia Once upon a

time in Hollywood. Sabiendo que la rea asta de la una artíst ca. Por desgracia, en política no hay precedente­s de que la ficció haya reparado las catástrofe­s provocadas por la realidad. Al co empe ficció

Últ mo plano de una imposible pelíc de ho chorr Lucas, abandonado en una gasolinera, con la mirada perdida y desconsola­da. Avanza por el carril izquierdo de la autopista con una expresión que nos interpela: “Yo nunca lo haría”. Mientras lo vemos andar con la insegurida­d del cachorro, escuchamos como, a toda pastilla, se acercan los coches robados conducidos por fanáticos de la adrenalina (tipo

Death proof, para entenderno­s). perseguido­s por las sirenas, igualmente atronadora­s, de la policía.

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