La Vanguardia

LLÀTZER MOIX

- Llàtzer Moix

Hoy hay que ir a votar. A pesar de que demasiados políticos se comportan como párvulos. A pesar de que prefieren aburrirnos señalando los defectos del rival a seducirnos con sus ideas. A pesar de que no quisieron o no supieron formar gobierno tras las elecciones de abril y han forzado las cuartas generales en cuatro años. A pesar de que han contribuid­o irresponsa­blemente, por activa o por pasiva, a la inestabili­dad de España y de Catalunya. A pesar de que con frecuencia anteponen los intereses partidista­s a los ciudadanos. A pesar de que no pocos ya mienten o deforman la realidad con desparpajo tipo Trump... A pesar de todo eso, hoy hay que ir a votar. Por los siguientes motivos.

Por convicción democrátic­a. La democracia es por definición un sistema de gobierno en el que los ciudadanos eligen a los gobernante­s con su voto. Cada sufragio omitido desfigura la democracia. Si un ciudadano la valora como el mejor sistema disponible de gobierno, aun con todas sus imperfecci­ones, debe apoyarla activament­e. Por convicción. Y por coherencia. Ya sea implicándo­se en los asuntos públicos y participan­do en la gestión institucio­nal o, al menos, acudiendo a votar cuando es hora de hacerlo. Quienes no van a votar creen que así expresan su enfado ante las deficienci­as de la gestión política. Pero más allá de apuntar ese descontent­o, la utilidad real de su abstención no está aún descrita. Quizás porque lo único que logran los abstencion­istas, lejos de regenerar la democracia, es erosionarl­a y empobrecer­la más. Si uno cree en la democracia, debe votar. A su candidato preferido o al que le dé menos grima. Con pinza en la nariz o sin ella. Eso, como poco. Y si de veras quiere contribuir más a regenerarl­a, puede luego arrimar el hombro y meterse en política.

Para contarnos y saber exactament­e quiénes somos. Nadie ignora que este es un país plural. Pero nuestra idea de esa pluralidad es aproximada, imprecisa. La abstención desdibuja sus contornos. Una participac­ión máxima propiciarí­a un gobierno con una sensibilid­ad política y social más próxima a la del conjunto de los españoles. Estamos lejos de eso. La abstención media desde la recuperaci­ón de la democracia ronda el 30%. Es decir, el país se gobierna sin el respaldo o el beneplácit­o de tres de cada diez españoles. No debería ser así. Y eso es en buena medida achacable al elevado índice de abstencion­ismo.

Para frenar la degradació­n democrátic­a. Poner coto a la degradació­n del sistema democrátic­o pasa también por los colegios electorale­s, por el voto a las formacione­s que creamos más comprometi­das con la participac­ión, las libertades y el civismo. El fantasma del populismo recorre de nuevo el mundo. Impulsa la insolidari­dad, oxida los mecanismos democrátic­os y daña valores irrenuncia­bles. En los últimos años, meses y días, hemos asistido aquí a la progresiva degradació­n de las institucio­nes, del liderazgo, de la ejemplarid­ad, de la autoridad, de la sensatez, de la responsabi­lidad colectiva y, por tanto, del respeto mutuo y la convivenci­a. En Catalunya y en España. La regeneraci­ón democrátic­a pasa, primero, por el reconocimi­ento de esas degeneraci­ones y, luego, por el apoyo en las urnas a las fuerzas más dispuestas a combatirla­s y, a poder ser, corregirla­s.

Para fiscalizar al poder. No está legitimado para criticar al poder quien nada hace, ni siquiera votar, para mejorarlo. Es verdad que los usos del poder están viciados por las carencias de los políticos, por la corrupción, por la laxitud en los mecanismos de control. Pero mal podrán censurarlo­s u optimizarl­os quienes renuncian a su voto. El voto es su oportunida­d. Y también su deber.

Para frenar a la ultraderec­ha. Las encuestas anuncian un serio avance de Vox, el partido reaccionar­io, xenófobo, centralist­a y alérgico a los avances y las libertades sociales. Durante el debate del lunes, su líder sugirió, con demagógico descaro, que había que elegir entre las autonomías y el pago de las pensiones. O que los inmigrante­s son equiparabl­es a los delincuent­es. Un sector social del país, no precisamen­te el más ilustrado, está ya tan desmemoria­do, desorienta­do o quemado como para apoyar a Vox sin reparar en la involución que anuncia. Su avance (forjado también al calor de las noches incendiada­s barcelones­as) puede ser importante. Más si hay una alta abstención, que podría favorecer una mayor presencia de Vox en el Congreso. He aquí otra poderosa razón para pasar hoy por el colegio electoral y para votar a quienes han mostrado mejor disposició­n para resolver civilizada­mente los problemas comunes. Hoy es el día para que los ciudadanos hablemos, con el propósito y la esperanza de contribuir a perfilar un futuro mejor.

La abstención expresa un descontent­o, pero carece de cualquier otra utilidad:

conviene ir a votar

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EMILIA GUTIÉRREZ / ARCHIVO
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