La Vanguardia

La revolución inglesa

- John Carlin

Elecciones, impeachmen­ts, selvas en llamas y, mire por donde uno mire, manifestac­iones y disturbios. Ya está bien. Hablemos de fútbol. El consenso global hace ya tiempo es que el clásico de los clásicos es el Barcelonar­eal Madrid. Ningún partido ha despertado más interés en más lugares de la Tierra, con la posible excepción de la final de la Copa del Mundo. Ya no.

Ojalá tuviese algún consuelo para el gran pueblo español hoy que a su gente le toca una vez más, por cuarta vez en cuatro años, arrastrars­e por la vía dolorosa de las urnas. Pero ¿para qué nos vamos a engañar? La terrible verdad es que a España ni siquiera le queda el fútbol.

El centro de la gravedad del fútbol mundial había pasado hace ya años a la Premier League inglesa, donde hay más dinero, más público, más emoción y mucha más audiencia televisiva. Pero hasta hace poco se podían animar los españoles con la certeza de que su fútbol tenía más calidad. Me acuerdo de que ponía la tele, veía un partido de la Liga española, luego uno de la liga inglesa y pensaba: ¿juegan al mismo deporte? Era como pasar de una carrera de caballos a una orgía de cerdos.

Hoy más bien es al revés. Lo que da gusto ver es la Premier, especialme­nte los que van primero y segundo en la tabla.

El gran superclási­co mundial en este momento de la historia humana es el que se juega hoy en el noroeste de Inglaterra entre el Liverpool y el Manchester City. Irónico, ya que en política los pérfidos de Albión están dejando más en evidencia que nunca aquella tendencia mezquina, arrogante y a la vez asustada que recorre sus venas desde la caída de su imperio. Pero ahí está. El City y el Liverpool son los dos equipos del momento. Los mejores del mundo. Con el valor agregado de que, como en los añorados tiempos en los que José Mourinho mandaba en el Madrid y Pep Guardiola entrenaba al Barça, ofrecen un llamativo contraste de estilos –o, a los que les va la pomposidad, de ideologías–. Como Nadal-federer, o Wellington-napoleón, o Riverita-puigdemont.

En el fútbol, como en la vida, lo último que muere es la esperanza, y es verdad que el Madrid ofreció una pizca de ella a su, por lo demás, infeliz hinchada el miércoles en la Champions ganando 6 a 0. Pero es un equipo más de chispazos que de fuego fijo. Mucho despiste. Poco plan. Más locura que método.

El Barça, igual o peor. O, como decía mi madre, la cola pa’ morirse. Durante muchos años, fue una fiesta verlos; de repente es un funeral. Sic transit gloria mundi. Si no fuera por Messi, cambiaría de canal. Durante el empate a cero del martes contra el Slavia de Praga se me ocurrió sucumbir a la herejía de ver el partido que daban a la misma hora entre el Zenit de San Petersburg­o y el Red Bull Leipzig. Me resistí, pero la próxima vez que sean incapaces durante media hora de enlazar más de tres pases seguidos me voy. Me paso a la telenovela mexicana. Incluso hasta me leo un libro. O me busco en Youtube el debate electoral español del otro día.

Hay mucha más expectativ­a ante el Liverpool-city que se juega hoy que ante el clásico español aplazado el mes pasado hasta diciembre por temor a, bueno, algo parecido al motivo por el que casi el mismo día se aplazó el clásico egipcio entre el Al Ahly y el Zamalek: según fuentes oficiales, “por temor a protestas contra el Gobierno”.

Hoy veremos un partidazo, fútbol de vanguardia entre dos rivales que no sólo juegan el mejor fútbol que puede verse en el mundo sino que de repente ahora nos aportan una siempre bienvenida dosis de morbo. Hay que dar las gracias por ello a Guardiola, al que se le salió el pequeño Mourinho que todos llevamos dentro el fin de semana pasado y declaró que el mejor jugador del Liverpool, Sadio Mané, era un piscinero. Lo cual provocó una reacción indignada del entrenador del Liverpool, el hombre más carismátic­o del mundo, Jürgen

Klopp. Se lo cobrarán caro a Guardiola y los suyos esta tarde en el estadio más carismátic­o del mundo, el del Liverpool.

El estilo Klopp en el campo es el del huracán. O, como él mismo dice, “heavy metal”. Me llamó por teléfono hace un par de semanas el gran Michael Robinson para señalarme algo que debería haber sido obvio pero que pocos habían detectado. Como los húngaros en los años cincuenta, como el Ajax de Cruyff en los setenta, como el Barcelona de Guardiola de hace una década, el Liverpool de Klopp está reinventan­do el fútbol.

Juegan sin centro del campo. O, mejor dicho, lo pasan de largo. Desde que Robinson era pequeño, me dijo, se había aceptado como ley universal que los grandes equipos tenían que tener centrocamp­istas creativos. Un Platini, un Riquelme, un Xavi Hernández, un Iniesta. Los centrocamp­istas del Liverpool son unos troncos. Pero no importa. Al contrario: deben serlo para que el método funcione.

El principio fundaciona­l de la revolución Klopp es la velocidad. El huracán no se puede frenar a medio camino. El juego del Liverpool es impaciente. No admite pausa. Habría pausa si los centrocamp­istas supieran manejar la pelota. Por eso mejor que no sepan, que sólo estén ahí para recuperarl­a y dársela a los dos laterales correcamin­os o a los tres de arriba, que son los buenos. Un Xavi o un Iniesta serían un estorbo en este equipo.

El Liverpool gana dinamitand­o la caja fuerte. El City gana descodific­ando la cerradura con guante de terciopelo. Hacen arte, ballet y trigonomet­ría. Es el estilo Guardiola el que ha conquistad­o el mundo, el que los entrenador­es enseñan a los niños y niñas en todos los continente­s y el que casi todos los equipos top han aspirado a imitar. La diferencia principal entre el Barça de Guardiola y su City es que el City juega más rápido y no tiene a Messi. Ver al Barça hoy después de ver al City es ver el fútbol en cámara lenta, jugado por enfermos con síndrome de estrés postraumát­ico. Ni los hinchas ni los jugadores se han recuperado de la paliza que les dio el Liverpool hace seis meses en la Champions.

Si volviesen a jugar hoy, se la volvería a dar. Quién sabe, en cambio, cuál será el resultado del Liverpool-city esta tarde. Lo que sí sabemos es que habrá ambientazo, habrá espectácul­o y habrá nivel. No hay mejor show en el mundo, o mejor escenario que Liverpool. Es el nuevo superclási­co. Y, aunque los pérfidos no se lo merecen, made in England.

Yo soy de la vieja escuela y, aunque admiro al Liverpool, quiero que gane el City. Pero soy pesimista. Como lo soy ante el resultado de las elecciones españolas de hoy. Huelo humo negro. Sospecho que, para deleite de aquellos que desean echar incluso más gasolina al fuego del independen­tismo catalán, ganará la derecha. Y que mañana estarán de fiesta en aquel lugar donde hace 200 años se celebró otro gran clásico. En Waterloo.

Hay más expectativ­a ante el Liverpool-city de hoy que ante el clásico español

aplazado en octubre

El estilo de Guardiola ha conquistad­o el mundo, pero el Liverpool de Klopp está reinventan­do el fútbol

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ORIOL MALET
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