La Vanguardia

“El móvil ha cambiado el amor, el sexo y la libido”

José R. Ubieto, psicoanali­sta y autor de ‘Del padre al ipad’

- SUSANA QUADRADO

Ni las relaciones personales, ni las familiares, ni el sexo, ni siquiera el amor son lo que eran antes de que los seres humanos viviéramos hiperconec­tados a las redes. El psicoanali­sta y profesor de la UOC José Ramón Ubieto lo analiza en su nuevo libro Del padre al ipad (NED), toda una invitación a reflexiona­r.

Alguien secuestra a la duquesa de Beaumont y, a cambio de su vida, exige que el primer ministro tenga relaciones con una cerda. ¿Por qué abre usted el libro con

Black Mirror?

Esta serie es un spoiler de nuestras vidas. Ese episodio anuncia que el espectácul­o voyeurista de los realitise une hoy más a las familias que los ideales colectivos que encarnaría el primer ministro, obligado en esa ficción a entretener a su público, que no puede dejar de mirar la pantalla.

“Ya casi no hay familias: sólo individuos atribulado­s en sobrevivir”.

Vivimos en una sociedad de individuos obligados a ser felices y mostrarlo en las redes sociales. Cada uno forma pareja con sus objetos y proyectos, lo que no elimina las familias pero invierte las prioridade­s.

La figura del padre tradiciona­l también desaparece: la red sustituye su función.

El patriarcad­o está en crisis y no hay que lamentarse por ello. Su verticalid­ad y sus privilegio­s no eran gratis. Las mujeres y los niños lo pagaban con su subordinac­ión y con abusos. Eso ha dado paso a otras versiones del padre más respetuosa­s y a una mayor horizontal­idad en los vínculos. La red ha sustituido parte de las funciones de socializac­ión, aprendizaj­e, iniciación sexual...

Pero la familia sigue siendo valorada como un refugio...

La familia sobrevive porque todos necesitamo­s que alguien concreto –no anónimo ni global– espere algo de nosotros, tenga un deseo particular por lo que hacemos o conseguire­mos. Los likes pueden excitarnos puntualmen­te y hacernos soñar, pero para vivir y amar hacen falta lazos sólidos.

¿Por qué la socializac­ión analógica es mejor que la digital?

Porque la presencia es necesaria para crear vínculos que permitan a niños y adolescent­es cumplir con su deseo de hacerse mayores. Sin el cuerpo a cuerpo, el cara a cara, no es posible generar valores como el compromiso, la responsabi­lidad o la solidarida­d.

Escribe que el matrimonio está en declive: la gente se casa más tarde, se separa más, y eso supone que un tercio de los hijos no volverá a ver a su padre. ¿La culpa es del ipad?

El individual­ismo es una consecuenc­ia de transforma­ciones profundas que vienen de lejos y que afectan a aspectos íntimos y lógicas colectivas. Las funciones sociales y jurídicas del matrimonio hoy son otras, y por eso la gente encuentra otras parejas fieles, como su iphone, que los acompañan 24 horas al día, se dejan acariciar constantem­ente, se acuestan con ellos y se hacen fotos juntos en cualquier lugar.

Vamos, que el móvil ha cambiado el amor y el sexo.

Toda erótica es hija de su época, y por eso en la historia hay versiones del amor tan diferentes como el amor cortés, el romanticis­mo o el actual sexo digital. La diferencia más notable es que hoy tenemos la ilusión de que podríamos equiparar sexo y amor degradando los vínculos a una práctica sin palabras. Por eso hoy es más subversiva una declaració­n de amor que un desnudo. Porque el amor, impensable sin el sentimient­o de estar en falta, necesita palabras para hacerlo existir.

La red se lo traga todo, hasta la libido... Y triunfa el porno.

Un paciente me explicaba que lo mejor de su afición al porno era que al terminar no tenía que dar explicacio­nes y, además, él lo decidía todo: las caracterís­ticas del partenaire, los ritmos y el final. Lo que no podía decidir solo era dejar de conectarse, ahí sí estaba atrapado. Pero el hartazgo del porno y del sexo virtual siempre llega y entonces nos queda el amor… por encontrar.

¿Qué problema hay en que nuestros deseos puedan colmarse de forma instantáne­a?

Pues que el deseo por definición se alimenta de lo que no tenemos y no hay objeto que lo agote. Cuando queremos saciarlo con un objeto detrás de otro, ocurre que el mismo deseo se revuelve y nos devuelve la insatisfac­ción para seguir vivo. Un deseo colmado es un deseo muerto.

Háblenos de la satisfacci­ón pulsional.

Los seres hablantes gozamos con el cuerpo. Esa satisfacci­ón se organiza, decía Freud, alrededor de bordes en el cuerpo, orificios que nos conectan a los objetos y al otro: voz, mirada, labios, genitales. Así obtenemos el goce pulsional: mirando, escuchando, chupando, haciéndono­s escuchar, dándonos a ver...

“Estamos menos solitarios pero no menos solos”.

Vivimos en medio de la multitud, virtual y real, en conexión non stop,

sin los límites espaciotem­porales, pero eso no nos ahorra la soledad, que a veces puede resultar dramática –cuando el otro no está como acompañant­e–. Otras veces, en cambio, es una soledad necesaria para reconcilia­rnos con nosotros mismos y dar un lugar al pensamient­o y la invención, que siempre requieren de cierto silencio y de un vacío donde producir novedades.

Hay vida más allá de las redes sociales. ¿Sin ellas, también?

Como decía el obispo Berkeley hace siglos, el ser es su representa­ción, existimos porque alguien nos percibe y se apercibe de que estamos. En la era virtual con la proliferac­ión de

me gusta eso se exacerba, sin duda. Pero, efectivame­nte hay vida más allá y hay otras redes presencial­es, de las que hablamos en el libro, que convocan a personas y familias para conversar cara a cara.

¿Por qué hoy nos vemos atrapados por el móvil?

La clave del smartphone es que reúne la voz y la mirada en un objeto portátil, lo bastante reducido como para llevarlo pegado al cuerpo. Son ya una prótesis. Los contenidos importan, pero importa más el tamaño, que quepa en el bolsillo y se hibride con el cuerpo. Por eso quitarlos es vivido a veces como una mutilación.

¿En qué momento deberíamos ponernos a dieta digital?

Cuando nos demos cuenta de que ese uso nos priva de otras cosas que nos gustan: pasear, conversar con amigos, leer, dormir, hacer deporte. El uso solitario de las pantallas puede provocar burn-out. Estamos entrando en una fase interesant­e de agotamient­o digital: ya conocemos a muchos arrepentid­os digitales.

Si como adultos no podemos controlarn­os, ¿cómo vamos a convencer a nuestros hijos?

Los sermones sirven de poco. Cada cual, como adulto, tiene que revisar “sus conexiones” y si quieren transmitir a sus hijos que no todo empieza y acaba en los gadgets, si bien esos dispositiv­os son útiles y placentero­s cuando se sabe guardar las distancias.

¿Instagram está creando un voyeurismo universal?

No se trata sólo, que también, de voyeurismo, hay una búsqueda de reconocimi­ento en esa escena a través de la mirada de los otros. Con la dictadura de lo visible, hay que ir con cuidado.

LA SOLEDAD Y LOS SOLITARIOS “Ya casi no hay familias: sólo individuos atribulado­s en sobrevivir”

SUSTITUCIÓ­N DE FUNCIONES “El iphone es la nueva pareja fiel con la que acostarse y dejarse acariciar sin parar”

 ?? ANA JIMÉNEZ ?? José Ramón Ubieto, fotografia­do en Barcelona el pasado jueves
ANA JIMÉNEZ José Ramón Ubieto, fotografia­do en Barcelona el pasado jueves

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