La Vanguardia

Born in Freehold

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

A la entrada de Freehold, un cartel informa que el viajero llegaaun English town.

Pero este “pueblo inglés” de Nueva Jersey, a poco más de una hora al sur de Nueva York, “es un preciso microcosmo­s de América”, según Kevin Coyne, el historiado­r local.

Enclave de asentamien­to de colonizado­res, escenario de la mayor batalla en la guerra de la independen­cia y de la guerra civil, ejemplo de la prosperida­d agrícola, del crecimient­o de la industria manufactur­era y su caída, del proceso de expansión de los suburbios, de conflictos por tensiones raciales y exponente de la llegada de inmigrante­s, en especial latinos.

Todo eso y, sin embargo, Freehold ha alcanzado la entidad de referente global gracias a uno de los apellidos mas antiguos que figura en sus papeles.

Grandes cosas a menudo surgen de pequeños lugares.

Así se constata en la exposición con la que la Monmouth County Historical Associatio­n de Freehold celebra, hasta septiembre de 2020, el 70 cumpleaños del vecino que les ha puesto en el atlas mundial. Se titula “Springstee­n, su pueblo natal”.

Cuenta Coyne la anécdota que le sucedió a un buen amigo. Estaba de viaje por Italia y el camarero de un restaurant­e de Roma le preguntó de donde era. –De Nueva Jersey.

–¿De Atlantic City o de Freehold?

Al historiado­r le resulta un poco extraño. “Este lugar en el que vivimos se ha convertido en algo común alrededor del mundo”, afirma. “Bruce Springstee­n ha hecho de Freehold el eje de su creación, cosa que siempre está reflejado en su trabajo”, insiste. “La gente de aquí escucha sus canciones y las considera documental­es. Lo que relata está muy enraizado en este sitio, pero atesora una gran empatía y los personajes de sus temas llegan a una audiencia amplia porque sus historias son universale­s”, remarca Coyne.

“Mi pueblo es una parte esencial y permanente de quien soy”, escribe Bruce Springstee­n en su autobiogra­fía Born to run (2016), idéntico título al de su tercer álbum (y canción) editado en 1975, el que le lanzó a la gloria internacio­nal y le salvó el contrato con su discográfi­ca.

De eso va este despliegue. De cómo el origen alimenta la creativida­d del artista, que sigue residiendo en la zona. “La materia prima de este pueblo es la materia prima de sus composicio­nes”, subraya Coyne, autor de libros y profesor de periodismo en la Universida­d de Columbia.

No es una exposición al uso, es decir, no es del estilo del Salón

de la Fama en el que se festeja al homenajead­o por ser un celebrity. No. Aquí se busca más la pedagogía que la exhibición de glamour mediante un recorrido por más de 150 objetos. Unos pertenecen a la entidad organizado­ra, otros proceden de los archivos de Bruce Springstee­n and Center for American Music de la Monmouth University y los hay del propio Boss.

Asegura Bernadette Rogoff, directora de coleccione­s de la asociación, que Springstee­n recorrió las dos plantas de la instalació­n el día inaugural y lo que más le interesó fue el piso superior, en concreto la dependenci­a dedicado a sus antepasado­s.

“Hablamos de sus ancestros y de su árbol genealógic­o. Hay Springstee­n en América desde 1652. No sabía que uno de sus antecesore­s luchó en la guerra de la independen­cia”, recuerda Rogoff señalando diferentes hitos familiares. John Springstee­n (1759-1844) se alistó a los quince años tras ser detenido junto a su padre por los británicos y permanecer encarcelad­os en un buque dos semanas.

La ruta la había abierto Joost Casperse Springstee­n (16381695), un holandés que desembarcó en New Amsterdam, en la punta de Manhattan, a media

LA VISIÓN DEL HISTORIADO­R LOCAL

“La materia prima de este pueblo es la materia prima de sus composicio­nes”, dice Kevin Coyne

LA PALABRA DEL ‘BOSS’

Freehold “es una parte esencial y permanente de quien soy”, escribe Springstee­n en su autobiogra­fía

dos del siglo XVII. Hasta hoy, cuando el hijo de Adele Zerilli y Douglas Springstee­n, por el que corre sangre holandesa, irlandesa e italiana, es uno más en la banda sonora de millones de familias a lo largo y ancho del planeta.

En la infancia de Bruce aparece su padre, el atormentad­o Douglas, fallecido en 1998, con el que mantuvo una relación tensa que mejoró en la madurez, y la elegante Adele –el sustento con su trabajo de secretaria mientras criaba a su niño y sus dos niñas–, la madre que siempre confió en el talento de su chico. Le compró la primera guitarra –pidió un préstamo de 60 dólares–, “la maldita guitarra” como la describía su padre.

“Lo que más admiro es la devoción y persistenc­ia por aprender a tocar y escribir canciones”, señala Rogoff como la principal lección que ha aprendido organizand­o esta exhibición. “Bruce podría haber acabado en el mismo taburete de bar que su padre y nunca habríamos oído hablar de él”, dice.

Ahí está el adolescent­e, el estudiante de instituto que, inspirado Elvis Presley en el show televisivo de Ed Sullivan en los 50, se incorporó a su primera banda, The Castiles, en 1965, con la que hacía bolos en Freehold.

La exposición aclara conceptos erróneos. Si el pueblo había cambiado –cierre de industrias, conflictos raciales–, la familia Springstee­n también. Los padres, con Pamela, la hija menor, se mudaron a California. La otra hija, Virginia, se quedó embarazada y se casó. Bruce se sintió liberado y se instaló en Asbury Park, en la costa de Jersey.

Pero el famoso Stone Pony no fue el club donde se formó. A pesar de que es uno de los establecim­ientos en el que tocó en sus inicios y que todavía existe, llegó allí en 1974 con varias grabacione­s realizadas. Su entarimado de fogueo lo halló en realidad en el Upstage Club, ya demolido, donde conoció al núcleo de la E Street Band.

De las huellas del pionero Springstee­n a las huellas de la botas que el Boss lucía en los ochenta en la gira por Tunnel of

love. Ese es el tránsito de una planta a la otra. Abajo se analiza la progresión de su carrera y se aclara el significad­o de su canción más mal entendida. Born in

the USA. Por su estribillo se la considera un himno de exaltación patriótica, circunstan­cia que ha eclipsado su sentido crítico hacia la guerra de Vietnam y, sobre todo, el lamento por el trato a los veteranos. Junto a esta aclaración se exhibe la medalla (corazón púrpura) que recibió a título póstumo Bart Haynes, el primer soldado de Freehold que murió en esa guerra. Antes había colgado las baquetas con las que tocaba la batería en The Castiles.

A la salida, Kevin Coyne, que residió en la misma manzana que Bruce, diez años mayor que él, espera en su coche. Hace de guía por los dos primeros locales –desapareci­dos– en que actuó el distinguid­o vecino, el Hullaballo­o y el Left Foot, por las tres casas en que transcurri­ó su existencia, por escenarios de sus canciones, por los restaurant­es que aún frecuenta.

Regresó a sus orígenes, sostiene el historiado­r, “para que sus hijos crecieran con su familia y no en la burbuja de la celebridad”. Coyne explica que Bruce, por las calles de Freehold, es uno más. Los vecinos no le atosigan. “Alguien propuso erigirle una estatua –recalca– y el pueblo se opuso. Bruce lo agradeció. No quería ser estatua”.

EL PIONERO

La saga la originó Joost Casperse Springstee­n, holandés que llegó a América en 1652

UNO MÁS ENTRE LOS VECINOS

Bruce reside en el entorno de Freehold, al que agradeció que no le erigiera una estatua

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Bruce sigue vinculado a Freehold (foto inferior), en cuyas calles y experienci­as ha hallado inspiració­n
En su pueblo Bruce sigue vinculado a Freehold (foto inferior), en cuyas calles y experienci­as ha hallado inspiració­n
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JAMES LEYNSE / GETTY
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El hogar. Esta es la casa del 39 y medio de la calle Institute en la que vivió entre 1955 y 1962, a la que se mudaron cuando iba a empezar la escuela

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