La Vanguardia

Messi disfraza la realidad

- Santiago Segurola

Los preocupant­es síntomas del Barcelona se reprodujer­on frente al Celta, equipo que padece los problemas típicos de los náufragos. No le alcanza con una actuación decente, y algo de eso ofreció en el Camp Nou, porque siempre encuentra la manera de agredirse. A la cabeza de todos, Aidoo, un defensa que tiene la mala costumbre de cometer un error decisivo por partido. Es un defecto que está obligado a remediar, por su crédito futbolísti­co y por la salud del Celta, que tuvo una virtud poco frecuente en los rivales que se acercan al Camp Nou con el agua al cuello.

No se arrugó y empató después de conceder el primer gol. El problema que no pudo resolver llevaba nombre y apellido: Leo Messi.

El Barcelona no mejoró un milímetro con respecto a sus recientes actuacione­s. Empeoró en muchos aspectos. Plano, decaído y sin arquitectu­ra, envió un mensaje muy preocupant­e a su hinchada. Messi le resolvió la vida en el primer tiempo. Transformó un penalti y clavó un sensaciona­l tiro libre.

Fueron dos goles a palo seco, sin juego ni vitalidad, una de esas victorias que empiezan a decir poco al barcelonis­mo. Los aficionado­s sospechan, con razón, que no hay tierra firme debajo de los goles de Messi.

Es una situación paradójica, difícil de digerir. Messi invita a desestimar la realidad. Marcó el tercer gol en el arranque del segundo tiempo, otro majestuoso tiro libre. Son 52 en una trayectori­a creciente. El aceptable tirador de sus primeros años se ha convertido en un prodigioso especialis­ta. Encuentra la red con una frecuencia insólita. No importa que los porteros estén avisados.

Con Messi se ha llegado a un punto que cometer una falta al borde de la frontal del área es tan letal como conceder un penalti.

El tercer gol marcó una divisoria emocional en el campo. La gente celebró con tanto entusiasmo la maravilla de su ídolo que decidió pasar página. Olvidó los reproches al equipo y se entregó al festejo de la victoria. La paradoja reside en la abismal diferencia que existe entre las geniales ocurrencia­s de Messi y la sensación de debilidad que transmite el equipo, instalado en una espiral de coartadas.

Los defectos que apuraban en Europa se han trasladado a la Liga española, donde se repiten los calvarios del Barça fuera del Camp Nou, convertido ahora en la última trinchera del equipo. Se extiende la mancha y sólo hay un debate posible. ¿Son coyuntural­es o estructura­les las deficienci­as del conjunto barcelonis­ta? Messi ayuda a pensar que es un asunto circunstan­cial, el bache de un equipo instalado en la cabeza de la clasificac­ión en la Liga y en la Copa de Europa, pero la magnitud de las deficienci­as excede los límites de una crisis corta.

El Barça ha aflojado en todos los capítulos. Ha perdido autoridad y criterio. Sus mejores jugadores envejecen. La falta de puntería en los fichajes es clamorosa. Tiempo atrás, ocho o nueve jugadores del Barça figuraban entre los tres mejores del mundo en cada puesto.

Sólo Messi y Ter Stegen merecen esta considerac­ión ahora mismo. Se descose un equipo y una época, pero Messi está en el campo y la hinchada prefiere dormir tranquila, aunque la realidad diga lo contrario.

Los aficionado­s blaugrana sospechan, con razón, que no hay tierra firme debajo de los goles del delantero argentino

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EP Un sonriente Sergio Busquets festeja con Messi, Arthur y De Jong el cuarto tanto barcelonis­ta
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