La Vanguardia

La rabia del cinturón rojo

La Liga ha conquistad­o el voto obrero en Terni, el corazón de acero italiano

- ANNA BUJ Terni. Correspons­al

Aterrizó en la fábrica a principios de los años noventa, recién terminada la escuela. Lo colocaron en los hornos que fundían el acero. No importaban ni las altas temperatur­as ni el esfuerzo físico: Eugenio Raspi, como gran parte de los jóvenes de Terni, creía ciegamente en que haciéndose un hueco en Acciaci Speciali

Terni (AST), la fábrica de aceros especiales de la ciudad, la mayor de Italia y una de las más importante­s de Europa, tendría un puesto de trabajo asegurado para toda la vida.

“Pensábamos que entrar en la AST era como lograr una plaza de funcionari­o. Durante muchos años fue así. Ahora ya no”, cuenta el exobrero, que después de ir ascendiend­o a puestos de responsabi­lidad fue despedido tajantemen­te en el 2013.

No hubo ni avisos ni explicacio­nes. Después decidió ocupar su tiempo escribiend­o Inox, una novela que es el mejor retrato de la rabia de los obreros en el que fuera el cinturón rojo italiano.

El destino de Terni, una ciudad de 110.000 habitantes en la región italiana de Umbría, ha estado ligado al acero desde que en el año 1885 el gobierno decidió instalar aquí una fábrica para satisfacer sus necesique dades militares. Entonces estaba destinada a construir planchas para las naves blindadas de la Marina italiana, y creyeron que este pequeño enclave al norte de Roma era idóneo porque, lejos de las fronteras, no estaba al alcance de ningún enemigo. También tenía los recursos naturales –la fuerza de las cascadas de Marmore, las más altas de Italia– y estaba lo suficiente­mente cerca de Roma, pero sin el peligro temían de crear una clase obrera en la capital.

Estos motivos dejaron de tener sentido cuando Italia dejó de tener Marina militar y la guerra comenzó a hacerse por el aire. La fábrica terminó produciend­o aceros especiales para electrodom­ésticos. En los años setenta contaba unos 15.000 trabajador­es. Entonces todavía era una pieza básica del engranaje de la economía italiana. La AST era lo que quedaba de lo que un tiempo fue el corazón y el orgullo de la industrial Terni.

Hoy en día, tiene menos de 3.000 trabajador­es. “La fábrica fue cambiando poco a poco, ante los ojos de todos, pero sin que nadie se diese cuenta. Y al mismo tiempo, dejamos de estar representa­dos por la política”, lamenta Raspi.

Como en Michigan o Manchester, los habitantes de Terni, y también de la región italiana de Umbría, miraban mayoritari­amente a la izquierda. En el apogeo de su actividad, Terni creció a la sombra de la fábrica, y por lo menos un miembro de todas las familias trabajaba en la planta. La ciudad era un bastión del comunismo de Enrico Berlinguer cuando los obreros podían parar el pulmón de acero y las huelgas eran poderosas. Ahora, tras el paso del huracán de la globaliza

EL DECLIVE DEL ACERO

La AST tenía 15.000 trabajador­es en los años setenta; quedan menos de 3.000

EL VACÍO DE LA IZQUIERDA “Mientras la fábrica cambiaba, dejamos de estar representa­dos”, dice un exobrero

ción, que hace que en China e Indonesia se fabrique acero especial mucho más barato, y tras el golpe de una dura crisis que ha mermado la economía de Terni, la ciudad está gobernada por primera vez por la Liga.

“La izquierda ya no hace de izquierda, ha evitado escuchar a las personas, y la Liga es la única fuerza política que se ocupa de las necesidade­s reales de la gente: el trabajo”, cuenta el alcalde liguista Leonardo Latini en su despacho, donde tiene dos grandes crucifijos. Con un discurso que apela a las clases trabajador­as, contra la inmigració­n y a favor de proteger las cruces en las escuelas –defiende el rito en latín en misa y subraya que de aquí era el famoso san Valentín–, Latini se forjó en el Frente de la Juventud, el ente juvenil del Movimiento Social Italiano, un partido que nunca rechazó el fascismo. Venció con el 63% de los votos en las elecciones municipale­s del 2018 contra el candidato del Movimiento 5 Estrellas (M5E). Nunca antes la ultraderec­ha había gobernado una ciudad tan grande. El Partido Demócrata (PD), la formación que representa al centroizqu­ierda del país, ni siquiera logró llegar a la segunda vuelta.

Hace dos semanas la región de Umbría celebró sus elecciones locales, el primer examen electoral después de que Matteo Salvini decidiera acabar con el Gobierno populista junto a los grillini y que Giuseppe Conte formara a contrarrel­oj un nuevo Ejecutivo con el PD en los despachos del Parlamento. Los antisistem­a y socialdemó­cratas se unieron en Umbría en una misma coalición para intentar evitar lo que resultó siendo inevitable: que la candidata de la Liga, Donatella Tesei, conquistas­e una región que durante más de cincuenta años había sido gobernada por la izquierda y en la que hace sólo cinco era impensable que pudiese desembarca­r un partido entonces radicado en el norte. Hasta que llegó Matteo Salvini, era imposible imaginar que la

Liga, que entonces se llamaba Liga Norte, pudiese tener un caladero de votos en el centro industrial. No sólo ganó, sino que la rotunda victoria de casi el 60% de los votos de toda la unión de derecha fue un golpe moral a los partidos que gobiernan en Roma, que se frenó en el 37% de los sufragios.

“Aquí la gente no vota a Tesei, vota a Salvini”, asegura el líder sindicalis­ta del CGIL Attilio Romanelli, que empezó a trabajar en el acero a finales de los años setenta. “Cuando yo comencé a trabajar había dos tipos de contrato. Ahora hay 47 –sigue–. La izquierda no ha entendido que estas reformas han separado el contrato entre el obrero y la representa­ción política, al contrario, estos han visto en la izquierda a su adversario”.

Ante los enormes hangares de la fábrica, unos coches de marca alemana y la bandera de ese país que acompaña a la italiana y la europea en la entrada de la planta dan la pista sobre su patrón. Desde el 2001 ACS está en manos de Thysennkru­pp, un coloso de la siderurgia. Los representa­ntes de los trabajador­es consideran que desde entonces el grupo quiere cerrar la fábrica porque ya ha logrado exportar la tecnología que se hacía aquí a otras partes de Europa. Entre los ochenta y hasta el 2001, el 35,5% de los empleos en el sector secundario de Terni desapareci­eron. En esa misma etapa, en Italia cayeron sólo un 16%. Entre el 2001 y el 2015, la caída fue de otro 27,8%. Las huelgas continuada­s que ha habido en la fábrica también son gráficas. Entre el 2004 y el 2005 hubo una gran batalla de huelgas para salvar cientos de puestos de trabajo. Entonces la ciudad entera se volcó en defender la fábrica. El día de la huelga general, Terni era una ciudad fantasma.

Cuando en el 2014 arrancó otra amenaza de 500 despidos, también hubo una poderosa huelga de 40 días, pero la historia fue diferente. La ciudad ya estaba cansada. Los sindicatos acabaron firmando 290 salidas voluntaria­s.

“En las luchas de los años setenta había una visión de futuro. Ahora no, hacen lo mismo que hace cincuenta años. Hubo un tiempo en que la izquierda quería cambiar el sistema. Después de la derrota del comunismo hemos entendido que esto ya no es así y que no hay futuro para la clase obrera”, lamenta el historiado­r Alessandro Portelli, autor de varios libros sobre el caso. “Esto, junto a la fuerza que tiene Salvini a escala nacional y la desilusión de una parte de los obreros que no se sienten representa­dos, da el resultado político actual”.

La bandera del miedo ante la inmigració­n, que Salvini iza cada día a escala nacional, en Terni también ha calado, aunque haya apenas 13.500 residentes inmigrante­s, casi ningún solicitant­e de asilo y en la fábrica la gran mayoría sean italianos. El líder ultraderec­hista empezó a venir a Terni en el 2015, después del asesinato de un joven a manos de un inmigrante borracho que tenía una orden de expulsión. Sus mensajes, pese a que en Terni los niveles de delincuenc­ia están muy por debajo de la media italiana, llegaron a la clase obrera empobrecid­a. “Salvini llegó con sus eslóganes directos al estómago de los que estamos hartos, y a muchos de mis compañeros se les metió en la cabeza. Sí, se pasaron a la Liga”, explica Massimilia­no Catini, uno de los empleados de mono azul. No en vano el ultraderec­hista eligió Terni para cerrar la campaña de las elecciones umbras. Cuando paseaba por el centro se dio otro baño de masas. Las abuelas le abrazaban dándole las gracias. Las urnas aquí también apoyaron mayoritari­amente al capitano hace dos domingos.

Cuando Salvini se dio cuenta del clamoroso error que había cometido, embriagado de éxito, tumbando su propio gobierno con el M5E, y se vio arrinconad­o a la oposición, lo primero que hizo fue marcarse sus próximas batallas electorale­s. La primera fue Umbría, después vendrán Calabria, en diciembre, y la Emilia-romagna, la joya de la corona de un Partido Demócrata en dificultad­es que sufre el portazo de Matteo Renzi y su nuevo partido, Italia Viva. Mientras el Gobierno se desgasta en batallas internas con los presupuest­os del año que viene y padece el terremoto social de otra crisis siderúrgic­a en Taranto, Salvini se hace más fuerte. Umbría y Terni han sido sólo un aviso. La izquierda italiana tiene pocos meses para reaccionar y ponerse las pilas para no perder más citas electorale­s. Si no, gobernar en Roma les sabrá a poco.

EL PRIMER EXAMEN ELECTORAL La coalición de derechas venció por primera vez en 50 años en Umbría

LAS REFORMAS DEL GOBIERNO “Los obreros ven en la izquierda un adversario”, lamenta un sindicalis­ta

LA PRESIÓN DE LAS HUELGAS Antes todo el mundo tenía un familiar en la fábrica, ahora la ciudad ya está cansada

LA BANDERA DEL MIEDO Salvini aprovecha los eslóganes contra la inmigració­n para calar entre los desencanta­dos

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NURPHOTO / GETTY Los obreros del polo industrial de Terni han protagoniz­ado grandes huelgas para defender sus empleos
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DEA / ARCHIVIO J. LANGE / GETTY El destino de Terni ha estado siempre ligado a la fábrica de acero
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ANNA BUJ El alcalde, Leonardo Latini

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