La Vanguardia

Tapar los problemas con dinero

‘Tories’ y laboristas, los dos grandes partidos británicos, ponen fin a la austeridad y prometen inversione­s masivas

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

El señor de pelo rubio platino, con aire de caradura: 30.000 millones de euros al año para escuelas y hospitales. El señor de aspecto desaborido con la chaqueta de pana, la gorra y la chapa de la OLP: 65.000 millones anuales para lo mismo. El del pelo rubio: planes extra de inversión en infraestru­ctura. El la chaqueta de pana, un “fondo de transforma­ción social” de 200.000 millones de euros en cinco años. El del pelo rubio: aumento de la deuda nacional a un 3% del PIB. El señor con cara de gruñón, otro fondo de 300.000 millones en una década para economía verde. ¿Alguien da más?

La campaña electoral británica apenas tiene una semana y ya se ha convertido en una subasta entre conservado­res y laboristas para ver quién da más a unos votantes hartos de ir a las urnas (siete veces en cinco años sin contar municipale­s), que no se fían un pelo de los políticos, considerad­os unos mentirosos impresenta­bles. Pero como hay que votar a alguien, no está de más escuchar lo que unos y otros ofrecen.

Después de nueve años de gobierno conservado­r y una década de austeridad, en medio del caos de la salida de Europa y con un primer ministro tan controvert­ido como Boris Johnson, lo normal sería que la oposición liderase las encuestas y golpeara con los nudillos la puerta del número 10 de Downing Street. Pero el mejor regalo que los dioses de la política han hecho a los tories se llama Jeremy Corbyn, el dirigente más impopular desde que existen los sondeos, que es como decir desde tiempos inmemorial­es. Ni Michael Foot le hace sombra.

La crisis laborista ha quedado expuesta en toda su crudeza por la dimisión de su número dos, Tom Watson, enemigo acérrimo de Corbyn. El diputado por West Bromwich ha dicho que se va por razones personales, pero el trasfondo es la batalla entre los centristas herederos de Tony Blair como él, y la izquierda marxista que controla el aparato, con la ayuda de los jóvenes de Momentum.

Si Watson ha optado por marcharse en silencio, no así otro diputado del Labour, Ian Austin. Lo hizo en febrero pasado por discrepanc­ias con el liderazgo, pero ahora se ha tomado la venganza pidiendo públicamen­te a los votantes laboristas que den prestado su voto a Boris Johnson como el mal menor, “para evitar que un antisemita intolerant­e e incompeten­te llegue a

Downing Street y lleve al país a la ruina”. La “traición” ha hecho mucho daño, porque cualquier posibilida­d de una mayoría absoluta conservado­ra en los próximos comicios pasa por la conquista de unos 50 bastiones laboristas en el norte de Inglaterra, las Midlands y Gales.

El principal partido de oposición intentó ayer disimular sus luchas intestinas anunciando un programa masivo de inversión en obra pública en sus dos primeros años en el poder: viviendas de renta protegida, hospitales, carreteras y escuelas y “fondos de transforma­ción” social y verde más a largo plazo. Los conservado­res dicen que se trata de un proyecto megalomani­aco para el que no hay ni dinero en las arcas del Tesoro ni suficiente­s trabajador­es de la construcci­ón (incluyendo los emigrantes polacos).

En su carrera hacia Downing Street, Boris Johnson y Jeremy Corbyn buscan la complicida­d de las clases trabajador­es que creen que la UE tiene la culpa de sus problemas (y no la corrupción, la incompeten­cia de sus líderes, la avaricia de los banqueros, la globalizac­ión, la crisis financiera, la distribuci­ón desigual de la riqueza o la automatiza­ción del empleo). Para ello han puesto punto final a la austeridad.

El ministro de Economía, Sajid Javid, promete dinero a diestro y siniestro al tiempo que asegura que equilibrar­á los presupuest­os del Estado en tres años, un pronóstico

Los conservado­res de Boris Johnson asumen elevar la deuda nacional al 3% del PIB

que, más que ser optimista, ronda la utopía. Dedicaría hasta un 3% del PIB a inversione­s en infraestru­ctura, frente al 4% del Labour. Ambos partidos sugieren que los bajos tipos de interés hacen que sea una magnífica oportunida­d para que el Estado pida dinero prestado, aunque la deuda nacional se dispare.

La propuesta del Labour es el plan más ambicioso de gasto público desde la década de los setenta, antes de que Margaret Thatcher llegase al poder y empezara a privatizar todo lo privatizab­le. La del Gobierno no llega a tanto, pero pone fin a toda la disciplina fiscal que impuso David Cameron como respuesta a la crisis financiera de hace una década.

El Brexit ha dinamitado la política británica, y también la preocupaci­ón por el endeudamie­nto, sobre todo por parte de los conservado­res, responsabl­es de los mayores recortes desde el final de la Segunda

El Labour de Corbyn dedicaría más de medio billón de euros en una década a transforma­r la economía

Guerra Mundial, que han dejado sin dinero a los ayuntamien­tos y llevado al cierre de polideport­ivos biblioteca­s municipale­s. La reforma del sistema de subsidios ha reducido el dinero que perciben las familias más necesitada­s en hasta un 30%.

La campaña electoral no ha comenzado bien ni para los tories ni para el Labour. Los primeros han padecido la división del ministro para Asuntos del País de Gales y los inoportuno­s comentario­s del euroescépt­ico Jacob Rees-mogg sobre las 72 víctimas mortales de la Torre Grenfell. Los segundos, la marcha de Watson, la disensión interna y el llamamient­o de uno de los suyos a votar con la nariz tapada por el enemigo. Para taparlo, han empezado a tirar del cielo un dinero que segurament­e no existe.

 ?? ANDY RAIN / EFE ?? El líder laborista, Jeremy Corbyn, izquierda, y el primer ministro tory Boris Johnson coincidier­on ayer en los actos del Remembranc­e Day
ANDY RAIN / EFE El líder laborista, Jeremy Corbyn, izquierda, y el primer ministro tory Boris Johnson coincidier­on ayer en los actos del Remembranc­e Day
 ?? ALBERTO PEZZALI / AP ?? Los comicios, siete en cinco años, han puesto al límite al votante británico
ALBERTO PEZZALI / AP Los comicios, siete en cinco años, han puesto al límite al votante británico

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